Solo una semana falta para que millares de estudiantes chilenos
rindan la Prueba de Selección Universitaria, PSU. Esa barrera de
entrada para la formación profesional que, a pesar de ser un sistema
optativo, se ha convertido en el paradigma educacional chileno.
Después de un largo proceso de educación que no profundiza ni acaba
preguntándole a esa joven persona qué es lo que desearía hacer, no
digamos el resto de su vida, pero al menos, muchos años de ella. Catorce
o más años, los más esenciales y formadores de la personalidad que se
culminan llenando los casilleros de una Hoja de respuestas. Casi ninguna
posibilidad para que ese nuevo ciudadano dé cuenta de sus talentos, de
su pensamiento propio y pueda optar con libertad y responsabilidad
siquiera a una formación no profesional. El sistema completo abocado a
crear a estos contenedores de conocimientos cada vez más específicos
llamados “estudiantes chilenos” que desde la cuna o la situación
económica de sus padres, ya tienen prácticamente decidida su suerte.
Abrumados por un mercado de la educación amplio en ofertas de dudosa
calidad que los obliga a elegir con el criterio de las tres B: Bueno,
Bonito y Barato, como si se tratara de un par de zapatos.
¿Quién dijo que los alumnos de los colegios privados de Chile tienen
que estudiar en la Universidad? La condena de los niños ricos de Chile
es ingresar a una carrera profesional que les permita continuar con su
régimen de vida y de gasto. Y para ello, disponen de las universidades
tradicionales y si no, las privadas que se han convertido en la
prolongación de los mismos establecimientos educacionales de los que
vienen egresando. Esos ghetos del Barrio Alto que se replican en
Casas de estudio, digamos mejor que universidades que se han construido
en lo más alto de la ciudad…inalcanzables, intocables.
¿Quién dijo que los alumnos de los establecimientos públicos tienen
que estudiar en los establecimientos técnico-profesionales? La condena
de los niños pobres de Chile es ingresar a una carrera que les permita
continuar con su régimen de vida, con la doble condena que significa
ahora endeudarse ellos o sus padres por una educación deficiente. Y para
ello, disponen de esos Institutos técnico-profesionales, de dudosa
calidad, que no son sino la prolongación de los mismos establecimientos
educacionales de los que vienen egresando. Esos guetos que siguen formando a generaciones y generaciones de jóvenes chilenos cuyas perspectivas laborales son , acotadas, reducidas.
En su libro sobre los esposos Curie, la periodista española Rosa Montero escribe: “Desde
pequeño había sido un chico especial; tenía dificultades para pasar
rápidamente de un asunto a otro y necesitaba concentrarse en temas
aislados para poder entenderlos. Se consideraba probado que padecía
dislexia, como Einstein y quizás también como Rutherford, otro premio
Nobel de la época y directo competidor de los Curie: Einstein no habló
hasta los cuatro años y Rutherford sabía leer a los once, pero no
escribir”. Se refiere a Pierre Curie, quien junto a Marie Curie,
Einstein y Rutherford son considerados entre las más mentes más
brillantes del siglo XX. Todos ellos, sin embargo, fueron niños pobres y
con dificultades de aprendizaje.
¿Sabrán quienes rinden la PSU que quienes le dieron un giro a la
ciencia universal debieron enfrentar además la penuria y la enfermedad
en sus radioactivas investigaciones? La referencia, sin embargo, a la
vida de esos gigantes sobre cuyos hombros estamos parados no tiene
importancia en las cerca de 80 preguntas que son parte de la Prueba
Específica de Ciencias Sociales. Imposible reflexionar sobre aspectos
tan inútiles, cuando las preguntas se basan en un temario de contenidos
que abarca desde los primeros homínidos africanos hasta el final de la
Guerra Fría; Historia de Chile hasta la Dictadura, con un breve plumazo
sobre los pueblos originarios, macroeconomía, educación cívica,
geografía chilena y latinoamericana…un océano de conocimientos en el que
la mayoría naufraga.
Niños ricos, niños pobres, todos condenados a una educación que ni
siquiera les enseñó a leer música que les permitiera acceder a espacios
de felicidad que el dinero no puede dar. Niños y niñas que merecían,
como decía Gabriela Mistral haber tenido un “oficio lateral” que les
entregara las herramientas para desarrollar la inteligencia, el talento y
la sensibilidad que muy pocas profesiones despliegan.
Ricos y pobres a quienes que no les permiten dar esta prueba dos o
más veces en el año, que se lo juegan todo en un par de horas…
La cuenta regresiva ya se inició, sin embargo, la mayoría de ellos, ya sabe muy bien cuáles son sus resultados.