Patricia Muñoz Garcìa

Patricia Muñoz Garcìa
Departamento Nacional Profesores Jubilados DEPROJ

sábado, 20 de septiembre de 2014

Educación, formación ciudadana y fraternidad


Lejos de la simple transmisión de contenidos o el desarrollo de habilidades sin mayor contexto, la educación es un rito de tránsito social. Una especie de laboratorio de lo público o centro de formación cívica de lo que a futuro pondremos en práctica como miembros de la sociedad.


Hoy vivimos tiemposde desconfianza de lo público, a lo que se suma el cambio permanente de los espacios de acción ciudadana.
De ahí la importancia de la formación ciudadana. Sin embargo, las exigencias han cambiado. De aquella que antiguamente se abordaba de manera disciplinaria, como parte de los contenidos educativos de un programa, hoy se busca transversalizar sus temáticas a lo largo y ancho del currículum nacional. Pero esta última opción, que pretende rescatar de manera potente la formación ciudadana tiene el riesgo de disolverla en innumerables microcontenidos que afecten su presencia y sentido en el proceso de formación. Una vez más vemos que   la forma de enfrentar lo ciudadano debe ser, necesariamente,  más compleja.
Es correcta la perspectiva de que todo en la escuela debe apuntar a formar buenos ciudadanos, pero no basta con eso. Hoy vivimos tiempos de desconfianza de lo público, a lo que se suma el cambio permanente de los  espacios de acción ciudadana. Es necesario ajustarse a esta nueva realidad, la escuela no puede ser sólo un repositorio de esfuerzos personales, sino  protagonista del cambio social.  Formar en lo ciudadano excede el conocimiento de normas elementales y comportamientos básicos. Tiene que ver con una invitación a  mirarnos como sociedad, a encontrarnos como comunidad empoderada de sus derechos y responsable de sus obligaciones.
No es factible abordar la formación ciudadana si no valoramos socialmente la participación y la responsabilidad, si no nos comprometemos con terminar con la cultura del menor esfuerzo y la tradición de las decisiones no participativas. Se trata de  una responsabilidad que excede los muros de la escuela, que debe plantearse como cambio cultural. En este sentido, es complejo formar ciudadanos en un país que no explicita ni educa en derechos, especialmente a sus jóvenes. Hoy, con  responsabilidad penal desde  los 14 años, asumimos que a esa edad un adolescente puede delinquir y enfrentar al sistema de justicia, sin embargo, es inmaduro para participar de lo social. Este tipo de contradicciones distancian y generan  desconfianzas que en el largo plazo son muy difíciles de limar.
La verdadera formación ciudadana debe expresarse en la lucha contra la desigualdad y sobre todo contra  la exclusión. Al partir estas líneas, señalaba que la educación es un rito de pasaje, de convivencia social, por lo que mientras más integrado y menos segregado sea su sistema, más fraterna y cívica será  la sociedad que construiremos.
Si valoro lo que conozco y  en mis espacios de formación he compartido la riqueza de lo diverso, ello será parte de mi identidad y por lo tanto me asomaré al mundo en  busca de convivencia. No tolerancia pasiva, sino dándole a mi par el valor de un legítimo otro, frente al cual yo puedo disentir, pero jamás excluir, pues su mirada también me constituye.
La educación, la escuela, las autoridades, tienen mucho que ver con el modelo de formación ciudadana, pero también el esfuerzo cotidiano de cada uno. En la lucha por salir de las exclusiones y formar en el encuentro, todos podemos ser maestros. Mientras más seamos en este propósito, más estudiantes formaremos y más fraternos y mejores ciudadanos seremos. Que así sea.

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