Lejos
de la simple transmisión de contenidos o el desarrollo de
habilidades sin mayor contexto, la educación es un rito de tránsito
social. Una especie de laboratorio de lo público o centro de formación
cívica de lo que a futuro pondremos en práctica como miembros de la
sociedad.
Hoy vivimos tiemposde desconfianza de lo público, a lo que se suma el cambio permanente de los espacios de acción ciudadana.
De ahí la
importancia de la formación ciudadana. Sin embargo, las exigencias han
cambiado. De aquella que antiguamente se abordaba de manera
disciplinaria, como parte de los contenidos educativos de un programa,
hoy se busca transversalizar sus temáticas a lo largo y ancho del
currículum nacional. Pero esta última opción, que pretende rescatar de
manera potente la formación ciudadana tiene el riesgo de disolverla en
innumerables microcontenidos que afecten su presencia y sentido en el
proceso de formación. Una vez más vemos que la forma de enfrentar lo ciudadano debe ser, necesariamente, más compleja.
Es correcta la
perspectiva de que todo en la escuela debe apuntar a formar buenos
ciudadanos, pero no basta con eso. Hoy vivimos tiempos de desconfianza
de lo público, a lo que se suma el cambio permanente de los espacios de
acción ciudadana. Es necesario ajustarse a esta nueva realidad, la
escuela no puede ser sólo un repositorio de
esfuerzos personales, sino protagonista del cambio social. Formar en
lo ciudadano excede el conocimiento de normas elementales y
comportamientos básicos. Tiene que ver con una invitación a mirarnos
como sociedad, a encontrarnos como comunidad empoderada de sus derechos y
responsable de sus obligaciones.
No es factible
abordar la formación ciudadana si no valoramos socialmente la
participación y la responsabilidad, si no nos comprometemos con terminar
con la cultura del menor esfuerzo y la tradición de las decisiones no
participativas. Se trata de una responsabilidad que excede los muros de
la escuela, que debe plantearse como cambio cultural. En este sentido,
es complejo formar ciudadanos en un país que no explicita ni educa
en derechos, especialmente a sus jóvenes. Hoy,
con responsabilidad penal desde los 14 años, asumimos que a esa edad
un adolescente puede delinquir y enfrentar al sistema de justicia, sin
embargo, es inmaduro para participar de lo social. Este tipo de
contradicciones distancian y generan desconfianzas que en el largo
plazo son muy difíciles de limar.
La verdadera
formación ciudadana debe expresarse en la lucha contra la desigualdad y
sobre todo contra la exclusión. Al partir estas líneas, señalaba que la educación es un rito de pasaje, de convivencia social, por lo que mientras más integrado y menos segregado sea su sistema, más fraterna y cívica será la sociedad que construiremos.
Si valoro lo
que conozco y en mis espacios de formación he compartido la riqueza de
lo diverso, ello será parte de mi identidad y por lo tanto me asomaré al
mundo en busca de convivencia. No tolerancia pasiva, sino dándole a mi
par el valor de un legítimo otro, frente al cual yo puedo disentir,
pero jamás excluir, pues su mirada también me constituye.
La educación,
la escuela, las autoridades, tienen mucho que ver con el modelo de
formación ciudadana, pero también el esfuerzo cotidiano de cada uno. En
la lucha por salir de las exclusiones y formar en el encuentro, todos
podemos ser maestros. Mientras más seamos en este propósito, más
estudiantes formaremos y más fraternos y mejores ciudadanos seremos. Que así sea.
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