Una polémica y actual radiografía a la educación chilena y el daño que produce a los más pobres.
La
investigación contenida en este libro, del que CIPER ofrece un capítulo
de adelanto, generará gran polémica. Sus autores, los psicólogos
Ricardo Rosas y Catalina Santa Cruz, han reunido mucha evidencia
disponible para demostrar que la inteligencia es el resultado de la
educación que se recibe y no algo que viene en los genes de las
personas. Este hecho tiene enormes consecuencias en un país que ofrece
educación tan desigual a ricos y pobres, pues significa que, año tras
año, condena a los niños con menos recursos a ser adultos con menos
habilidades cognitivas. Y luego los castiga con bajos salarios por ser
menos capaces. Entre los numerosos aspectos de la segregación que aborda
y denuncia este libro, destaca el rol que cumple la PSU, prueba de
selección que se rinde justamente en estos días.
Los investigadores sostienen que en un sistema tan desigual como el chileno una prueba estandarizada como la PSU no hace sino reflejar la desigualdad y además, reproducirla, pues triunfan en ella los que han tenido más. Y ese triunfo les permite acceder nuevamente a la mejor educación. El mejor mecanismo de selección, sostienen Rosas y Santa Cruz, es el que se ha comenzado a implementar ahora y que ha despertado el rechazo de algunos estudiantes de colegios emblemáticos: permitir la entrada de los mejores alumnos de los colegios aunque tengan mal puntaje en la PSU. Rosas y Santa Cruz explican que con este proceso “en los primeros años los estudiantes admitidos por esta vía tienen un rendimiento claramente inferior al de sus compañeros admitidos solo por PSU, pero ese rendimiento va mejorando paulatinamente en el tiempo, incluso llegando a superar el promedio de sus compañeros pasados cuatro años. ¿Y por qué ocurre esto? Esencialmente, porque la capacidad cognitiva es resultado de la educación recibida. Y porque el esfuerzo y la perseverancia son capacidades que no pueden ser subestimadas en su valor predictivo para el éxito en la vida”.
Los investigadores sostienen que en un sistema tan desigual como el chileno una prueba estandarizada como la PSU no hace sino reflejar la desigualdad y además, reproducirla, pues triunfan en ella los que han tenido más. Y ese triunfo les permite acceder nuevamente a la mejor educación. El mejor mecanismo de selección, sostienen Rosas y Santa Cruz, es el que se ha comenzado a implementar ahora y que ha despertado el rechazo de algunos estudiantes de colegios emblemáticos: permitir la entrada de los mejores alumnos de los colegios aunque tengan mal puntaje en la PSU. Rosas y Santa Cruz explican que con este proceso “en los primeros años los estudiantes admitidos por esta vía tienen un rendimiento claramente inferior al de sus compañeros admitidos solo por PSU, pero ese rendimiento va mejorando paulatinamente en el tiempo, incluso llegando a superar el promedio de sus compañeros pasados cuatro años. ¿Y por qué ocurre esto? Esencialmente, porque la capacidad cognitiva es resultado de la educación recibida. Y porque el esfuerzo y la perseverancia son capacidades que no pueden ser subestimadas en su valor predictivo para el éxito en la vida”.
Este
libro ha sido publicado por Ediciones Universidad Católica y su
lanzamiento se realizará el próximo lunes 9 de diciembre a las 12:00 en
el Centro de Extensión de la Universidad Católica.
Capítulo 6
6.1 Chile, un territorio, tres realidades
Una de las principales preguntas que deja abiertas este libro, a la
luz de los resultados expuestos, es si acaso en nuestro territorio
llamado Chile, no están coexistiendo tres realidades o subculturas
determinadas por la educación que reciben.
Ya hemos argumentado latamente que la inteligencia o capital
cognitivo es la resultante de la educación recibida. Hemos mostrado que
todos los resultados, sin excepción, evidencian que los tres tipos de
dependencia determinan la obtención de resultados de capital cognitivo
significativamente diferentes entre sí. También hemos mostrado que la
probabilidad de que un chileno obtenga un puntaje superior al promedio
nacional en cualquier prueba es mucho menor para alguien de un colegio
municipal que para alguien de un colegio particular pagado. Por último,
hemos mostrado que el rendimiento promedio en pruebas estandarizadas
internacionales de los estudiantes de colegios particulares pagados es
parecido al rendimiento promedio de los estudiantes de países como
Finlandia o Nueva Zelandia; el de los alumnos de colegios particulares
subvencionados, al promedio de países como México, y el de los
estudiantes municipales, parecido al de países como Tailandia o Bahréin.
Considerando
que los resultados que muestran las diferencias indicadas son
consistentes en todos los tipos de mediciones, a todas las edades y con
todos los instrumentos con que contamos, ¿no es hora de preguntarnos si
acaso nuestra forma de segregar la educación no está generando tres
poblaciones de ciudadanos que difieren de manera consistente en el
capital cognitivo al que acceden? Si la evidencia es tan sólida como la
que estamos mostrando, ¿no resulta a todas luces obvio que la mantención
del sistema educacional tal como lo tenemos organizado no hace sino
exacerbar la constitución y mantención de estas tres subpoblaciones como
compartimentos estancos?
La respuesta a esta pregunta parece bastante obvia: sí. La pregunta
que surge automáticamente ante esa respuesta obvia es, entonces: ¿Y por
qué querríamos mantener este estado de cosas? ¿A quién le conviene? Por
supuesto que a nadie de manera explícita (no creemos en las teorías
conspirativas de grupos interesados de manera manifiesta en generar y
preservar un sistema tan burdamente injusto). Pero a los privilegiados, a
la élite, sí de manera implícita: porque es difícil darse cuenta de la
situación de injusticia si se pertenece, como seguro lo hacemos tanto
los autores como buena parte de los lectores de este libro, a la casta
cognitiva privilegiada. Accedemos a buena educación, a buena salud, a
buen transporte, a buena vivienda. Similar, todo ello, a países
desarrollados. Pensamos que el acceso a servicios de buena calidad para
el resto de la población irá mejorando naturalmente con el crecimiento
económico. Ese es el razonamiento estándar.
Pero lo que muestran los resultados de este libro es que ese
razonamiento estándar no es cierto: no basta con crecimiento económico,
ya que ese crecimiento es absorbido mayoritariamente por la mejora en la
calidad de vida de las élites. Para un ejemplo, solo en el ámbito de la
educación, véase el aumento de las brechas en educación en la última
década: el sistema que más mejora es el particular pagado. En el resto
de los servicios públicos esta realidad es básicamente la misma. En este
sentido, la educación segregada, a lo más, asegura que la población no
perteneciente a la élite solo crezca marginalmente en el tiempo con ese
crecimiento económico.
La única solución posible, entonces, para romper el sistema de castas
cognitivas que nos hemos autoimpuesto, es invertir fuertemente en
educación pública de alta calidad. Para educar ciudadanos que dejen de
ver como natural la coexistencia de tres grupos que acceden de manera
tan disímil al capital cognitivo, y con ello a servicios de diferente
calidad. Con un país más y mejor educado, el crecimiento económico no se
garantiza, pero se hace más probable y permanente. Y lo que es seguro,
hace que los beneficios del crecimiento sean más equitativos, como los
beneficios obtenidos por los países que han hecho este razonamiento
antes. Como Finlandia, en primer lugar.
6.2 La importancia de comenzar temprano con la intervención educacional.
Los resultados que hemos mostrado son concluyentes respecto al
aumento de las brechas de capital cognitivo con la edad. Si bien es
cierto que las diferencias de origen en capital cultural de las familias
ya marcan una brecha muy importante al inicio, estableciendo
diferencias de entrada al sistema educacional, no es menos cierto que la
intervención temprana puede hacer mucho por evitar que estas aumenten
con la edad, y no solo eso: una educación temprana de primer nivel puede
revertir las diferencias dadas por el NSE de origen.
Por otra parte, las brechas de las pruebas de desarrollo infantil del
preescolar no superan en promedio las 0,5 desviaciones estándar entre
los 0 y 5 años. Estas aumentan en todas las medidas a más de 1 DE en la
edad escolar y se empinan sobre 1,5 DE en la edad adulta.¿Es posible
revertir estas diferencias a largo plazo? Las de los estudiantes que ya
están en el sistema formal, probablemente no. Pero con una política
pública fuertemente focalizada en la edad preescolar, junto con aumentar
la calidad de la educación pública escolar, es posible comenzar a bajar
las brechas a 10 o 20 años plazo. Pero ello ciertamente implica un
acuerdo nacional para fortalecer la educación pública desde muy temprana
edad y asignar los recursos que la hagan comparable en calidad con la
educación privada. Porque cada punto de brecha que logre ser controlado a
más temprana edad, será un punto ganado para la edad siguiente si el
sistema completo ha cambiado su calidad. El solo enviar a los niños de
edad preescolar al jardín aumenta su CI en 0,3 DE (4 puntos), mientras
que los niños que asisten a establecimientos preescolares en los cuales
el foco está en el desarrollo del lenguaje, aumentan su CI en 0,5 DE (7
puntos), por lo que la educación preescolar per se aporta al
desarrollo del capital cognitivo y lo hace de manera mas eficiente si la
calidad de la educación es tomada en cuenta. Aun cuando no hay que
olvidar el ya mencionado“efecto esfumado”, en la literatura se propone
que este adquiere relevancia cuando la exigencia escolar no aumenta de
acuerdo con las capacidades del niño; por lo tanto, los logros
alcanzados van perdiendo paulatinamente su fuerza (Protzko, Aronson
& Blair, 2013).
Las intervenciones aisladas sobre los estudiantes de menor capital
cognitivo suelen fracasar o esfumarse en el tiempo, debido a que vuelven
a un contexto escolar empobrecido, en el que la estimulación es menor.
Por ello es tan importante enfatizar que el gran tema pendiente es
aumentar la calidad de la educación escolar y fortalecer un sistema
público que refuerce desde muy temprano las dos principales debilidades
del capital cognitivo de los grupos más desaventajados socialmente: las
funciones ejecutivas y el lenguaje. Ambas, como ya hemos visto,
esenciales para lograr el aprendizaje de la lectura y los rudimentos
matemáticos a temprana edad, lo que a su vez permite una ulterior
escolarización de calidad.
6.3 La culpa no la tiene solo la escuela, sino además el sistema segregado.
A partir de toda la evidencia que se ha expuesto en este libro, hemos
querido mostrar las profundas inequidades que existen entre los tres
subsistemas educativos que hoy funcionan en nuestro país. Esta realidad o
“fotografía” de la situación nacional no busca, a pesar de que uno
pueda verse tentado a hacerlo, demonizar la educación pública o
particular subvencionada. Aunque es una explicación tentadora, no es la
dependencia de escuela la que crea estas inequidades, sino que la
calidad de ellas. Pero una parte importante del aumento de la calidad
pasa, necesariamente, por incrementar la heterogeneidad del origen
social de los alumnos.
¿Qué
quiere decir eso? Que a excepción de los tres casos mencionados
anteriormente (escuelas de corporaciones o fundaciones, institutos
emblemáticos y escuelas rurales), cada niño en Chile va a la escuela que
sus padres pueden pagar, lo cual genera profundas diferencias entre los
niños que asisten a una escuela u otra, no permitiendo que niños que
cuentan con distinto capital cultural interactúen entre sí.
No podemos juzgar el que cada padre elija lo que considera mejor para
sus hijos, dentro de sus posibilidades. El problema está en que los
padres difícilmente matricularían a su hijo en un colegio con una
dependencia menor a la que su capital económico le permite si sabe
implícita o explícitamente que las dependencias escolares están
“ordenadas” en cuanto a su calidad, según lo que cada apoderado puede
pagar.
Pero ¿qué importa que cada tipo de dependencia escolar reciba niños
de un mismo capital cognitivo? Importa y mucho. En primer lugar, tenemos
toda la evidencia señalada en este libro, en la que cada nivel
educativo agrupa niños que finalmente cuentan con el mismo nivel de
capital cognitivo, profundamente diferente para cada tipo de
dependencia. En segundo lugar, resulta evidente que en el sistema actual
la movilidad social es una utopía.
Existen al menos dos razones para postular que la diversidad en el
capital cognitivo y cultural de las escuelas es una solución a la hora
de reestructurar nuestro sistema educacional (*).
Primero, cuando se considera a la escuela como un sistema compuesto
más que por solo estudiantes, nos damos cuenta de que en una escuela
vulnerable el esfuerzo necesario para hacer un cambio es mayor (ya que
además de los estudiantes, tienen padres homogéneos en capital cultural,
profesores con malas condiciones de trabajo, barrios sin acceso a
servicios, etc.). Para no centrarnos solo en el logro académico de los
alumnos, podemos decir que si hay padres diversos, también hay
exigencias y experiencias diversas hacia y para el ambiente escolar, y
eso no hace más que enriquecer el sistema. Si usted considera que hay
padres que se desempeñan en distintos ámbitos laborales, ¿no le parece
evidente que el aporte de cada uno es importante para el desarrollo
integral de la comunidad escolar? Si a usted como médico le toca ir al
“día del trabajo” y contar lo que hace en el día a día, probablemente se
convertirá en el ejemplo de muchos estudiantes. Lo mismo con el padre
que es escritor, quien tiene un almacén de barrio o quien es profesor,
todos ellos muestran realidades que deslumbran a los estudiantes y les
dan oportunidades de ampliar su mundo o, en términos de este libro, de
aumentar su capital cognitivo. Por otra parte, estos apoderados
enriquecen el sistema escolar con sus demandas, pues cada uno desde su
realidad y experiencia propone y exige al colegio de su hijo. Ustedes
pensarán que entonces es mejor que nuestros hijos estén en colegios en
los que todos los padres piensen igual. Esa es la salida fácil. La
comunicación, la discusión, la tolerancia y la democracia a la hora de
tomar decisiones llevan a soluciones más creativas y provechosas. En los
ambientes homogéneos, se pierde la discusión y por lo tanto disminuye
la probabilidad de darles una salida novedosa a los problemas. En esta
sociedad en la que todos acordamos que hay que mejorar la educación,
pero nadie tiene claro cómo hacerlo, se vuelve fundamental llegar a
soluciones creativas, que nazcan desde la comunidad educativa y no solo
sean impuestas desde afuera por los expertos en el área.
En cuanto a la heterogeneidad dentro de la sala de clases, como lo
señala Valenzuela (2011), existe un amplio debate académico respecto de
quiénes son los principales beneficiarios del llamado “efecto par”, es
decir, el beneficiarse del compartir con compañeros de distintas
características. Existe consenso en cuanto a la importancia de tener una
educación inclusiva, ya sea por diferentes capacidades académicas o por
condiciones socioeconómicas. Un alumno que asiste a un colegio
heterogéneo en cuanto a su capital cultural tiene mejores oportunidades
educativas que si va a uno al que asisten solo alumnos similares a él.
Esto último no se da solo por el efecto par, sino que también porque se
ve estimulada la estrategia pedagógica de los profesores, prolongando la
carrera docente y promoviendo la eficacia del apoyo público a alumnos
más vulnerables. Asimismo, en colegios inclusivos se hace más cercano el
valor de la tolerancia y reconocimiento de la diversidad, fortaleciendo
la inclusión social. Así nos alejamos del orden preestablecido en el
que cada uno asiste al colegio con sus iguales, perpetuando y acentuando
la dinámica social preestablecida.
En segundo lugar, el valor de la heterogeneidad no es puramente
social. El año 2012, Taut y Escobar analizaron, entre otras cosas, el
efecto que tiene la heterogeneidad en la sala de clases en alumnos de
IIº medio que rindieron el SIMCE 2006. Ellos hallaron que la
heterogeneidad en la sala de clases se asocia positivamente con el
rendimiento tanto en la prueba de lenguaje como en la de matemáticas.Por
último, nuestro análisis no busca proponer soluciones ya probadas, como
que la educación pagada deba recibir a uno o dos niños por curso de un
NSE menor que el de sus alumnos regulares. Este tipo de propuestas,
famosas por la película “Machuca”, no tienen un impacto real en la
educación y siguen siendo una política insuficiente.
Como hemos dicho anteriormente, lo que necesitamos es crear escuelas
públicas de un nivel académico tan bueno como para que padres de
cualquier NSE, incluyendo aquellos que pertenecen a los niveles
socioeconómicos más altos, opten por enviar a sus hijos a ellas. Seguro
que hay en nuestro país muchos padres de NSE medio y alto que optarían
por educar a sus hijos en colegios heterogéneos si estos aseguraran una
buena calidad pedagógica. Asimismo, es seguro que habrá un grupo que
igualmente prefiera enviar a sus hijos a colegios particulares pagados. Y
eso no es un problema, ya que una sociedad democrática debe defender el
derecho a la libertad de enseñanza, y la libertad de opciones de
formaciones diferentes. El problema es que hoy no existe tal libertad:
solo es posible optar a educación de calidad si esta es particular
pagada. Y las excepciones, los liceos emblemáticos, solo confirman esa
regla, como veremos a continuación.
6.4 ¿Son los liceos emblemáticos un buen modelo para solucionar el problema del acceso desigual al capital cognitivo en nuestro país?
Los Liceos Bicentenario, que ya son cerca de 60 a lo largo de todo el
país, son ciertamente un avance para probar que el sistema público
puede ofrecer una educación de calidad comparable a la buena educación
privada. Si bien es cierto este proyecto aún está en fase de
instalación, y por lo tanto no es directamente evaluable, es posible
realizar una aproximación a este modelo sobre la base de los resultados
del estudio de liceos emblemáticos reportado por Valenzuela y Allende
(2011). Según los resultados que muestran estos autores, es posible
concluir que el sistema muestra algunas contradicciones de origen que
hacen muy discutible si ese es el modelo a seguir para la implementación
de una educación pública universal de calidad. Estas contradicciones
son básicamente dos: a) son hiperselectivos, y b) son muy heterogéneos
en sus resultados. Al ser hiperselectivos, los liceos emblemáticos
reclutan solo a los mejores alumnos del sistema municipal (lo que los
autores denominan el “descreme”) y, paradojalmente, a una alta
proporción de estudiantes provenientes del nivel socioeconómico
medio-alto. Como muestran Valenzuela y Allende, solo un 14% de los
estudiantes de estos liceos proviene de los dos primeros quintiles de
ingreso, lo que,una vez más, genera que los estudiantes de poblaciones
más vulnerables, no tengan el derecho a priori de recibir una buena
educación, ya que llevan al menos 6 años de educación de menor calidad
que la que reciben sus competencias. En ese sentido son duramente
castigados al no postular con las mismas probabilidades de éxito a
entrar a estos liceos de excelencia. ¿Y quiénes les ganan los cupos?
Esencialmente estudiantes de familias de mejor capital cultural y
económico, que ven la oportunidad de acceder a una educación de calidad a
aproximadamente 1/7 del valor de una educación privada (Valenzuela
& Allende, 2011).
Al ser muy heterogéneos en sus resultados, especialmente en puntajes
SIMCE y PSU, los autores se preguntan si acaso es deseable y pertinente
que estos liceos se arroguen el derecho a ser hiperselectivos, ya que
aun contando con los mejores estudiantes del sistema municipal, los
resultados objetivos de algunos de estos liceos son aún muy precarios.
Entonces,
parece que el sistema, tal como está diseñado, no responde al problema
de reducir las brechas de rendimiento entre los tres subsistemas de
educación que ha mostrado este libro. El problema al que quiere
responder es el de que la educación pública también pueda ser de
calidad, pero construyendo para ello un sistema elitista y competitivo
que sirva de ejemplo. Por las dos contradicciones que muestra, es dudoso
que este sea el modelo que supere efectivamente las brechas, tanto por
la composición de sus estudiantes como por las diferencias en sus
resultados.
Además, la pregunta de fondo es otra: ¿Queremos que el modelo de
educación pública de calidad de nuestro país se base solo en el
“descreme” del sistema municipal después de transcurridos 6 años de
educación? Seguro que no. Pues como hemos mostrado en la sección 5 de
resultados, en sexto básico las brechas son ya demasiado grandes para
asegurar una educación equitativa de calidad para todos. El único modelo
posible y deseable de educación pública de calidad que asegura una
reducción de las brechas, como ya hemos dicho, es uno que comienza muy
temprano, probablemente en el nivel preescolar. Y es uno de calidad
universal, comparable a los mejores colegios particulares de nuestro
país, que tienen logros parecidos a los de países de alto desarrollo.
Por eso, el modelo crítico a probar, más que el de liceos bicentenario
con alta proporción de estudiantes de familias acomodadas, debiera ser
el de escuelas municipales de alta calidad, sin requisitos de
preselección, desde prekínder.
¡Pero eso es demasiado caro! No necesariamente. El modelo finlandés
es un muy buen ejemplo de esto. De los países de la OECD, Finlandia es
el que exhibe los mejores resultados académicos por lejos. Pero los
costos de su educación entre los 6 y 15 años son de los más bajos,
comparables con los de Grecia (ver Sahlberg, 2013, pág. 107).
6.5 PAA vs PSU: La culpa no es del termómetro
Ha habido una discusión pública muy acalorada respecto de la
diferencia entre PAA y PSU en nuestro país, desde el cambio del sistema
el año 2003. Hay quienes incluso defienden retomar una prueba tipo PAA
como prueba de selección universitaria, a consecuencia de las brechas
mostradas por la PSU. Como esperamos haber mostrado en la sección 5 de
presentación de los resultados, sin embargo, es claro que las brechas en
los resultados de capacidad cognitiva, más o menos cercanas al
currículum, no dependen significativamente de la prueba aplicada. No en
un sistema educacional que tiene tal diferencia de calidad como la que
hemos mostrado. De hecho, las brechas en una prueba de inteligencia
abstracta (WAIS-IV, prueba que se parece más a la PAA que la PSU) son
mucho mayores que las de la PSU en el rango de edad de los estudiantes
que rinden las pruebas de selección universitaria. Y la tendencia que
mostraba la PAA en sus últimos años de aplicación hace pensar que las
brechas iban aumentando de manera consistente con los años.
Por ello, la discusión respecto de diferencias de un par de décimas
en las brechas entre pruebas, cuando se empinan más arriba de 1 DE de
diferencia, parece un ejercicio meramente escolástico y un desvío de
atención del problema esencial: lo que debiera importar realmente es
cómo bajar esas brechas a valores aceptables. Y ningún valor de brecha
debido a capacidad de pago es un valor aceptable para comenzar a
conversar de una educación pública que ofrece real igualdad de
oportunidades a sus estudiantes. Por ello, y recurriendo a una manida
metáfora, es claro que, en este caso, las diferencias de temperatura no
son culpa del termómetro. Son signos evidentes de fiebre, y muy alta, de
la educación pública chilena.
Pero la discusión opaca, a nuestro juicio, un problema mucho más
fundamental que es preciso mencionar aquí. ¿Son las pruebas
estandarizadas un buen mecanismo para seleccionar el ingreso a las
universidades selectivas en un sistema tan segregado como el nuestro?
Pensamos, a la luz de todos los resultados expuestos, que
definitivamente, no. Y ello porque, dado que el capital cognitivo es
variable dependiente de la educación recibida y que las brechas son tan
significativas, las pruebas estandarizadas solo reproducen lo que ya
sabemos. Y con ello, las probabilidades de acceso a las universidades de
alta selectividad están determinadas, en una proporción significativa,
por la capacidad de pago por una educación de calidad. ¿Y cuál es el
modelo a seguir, entonces? El que ya han comenzado a implementar, con
gran éxito, algunas de las mejores universidades de nuestro país: dar
acceso a los estudiantes con mejores notas de secundaria del sistema
municipal, con una gran flexibilidad de puntajes de PSU.
¿Qué resultados se obtienen con esta vía alternativa de admisión? Que
los primeros años los estudiantes admitidos por esta vía tienen un
rendimiento claramente inferior al de sus compañeros admitidos solo por
PSU, pero ese rendimiento va mejorando paulatinamente en el tiempo,
incluso llegando a superar el promedio de sus compañeros pasados cuatro
años. ¿Y por qué ocurre esto? Esencialmente, porque la capacidad
cognitiva es resultado de la educación recibida. Y porque el esfuerzo y
la perseverancia son capacidades que no pueden ser subestimadas en su
valor predictivo para el éxito en la vida (Duckworth & Seligman,
2005; Resnick, 1995; Tough, 2012). Los mejores estudiantes en el liceo
triunfarán en cualquier contexto de exigencia, ya que tienen una
historia de esfuerzo, perseverancia y reconocimiento de ser capaces de
estar entre los mejores. Al principio les costará, por carecer del
conocimiento para afrontar los desafíos. Pero no perderán de vista el
objetivo, pues saben perseverar. Y a la larga, triunfarán igual que sus
compañeros con mayor capital cognitivo al inicio de la aventura
universitaria. Y decimos al inicio, pues al final, como lo están
mostrando los resultados reseñados, estos estudiantes terminan con un
mayor capital cognitivo que sus pares. Y esto permite enfatizar,
nuevamente, dos puntos esenciales en este libro: a) el capital cognitivo
no es inmutable, y b) el capital cognitivo cambia a causa de la
educación recibida.
Pero
hay una segunda razón de peso para rechazar el uso de pruebas
estandarizadas como mecanismo exclusivo para la selección de estudiantes
en las universidades de alta selectividad: esas pruebas no están
diseñadas para seleccionar finamente arriba de los 650 puntos. ¿Por qué?
Porque a esas alturas de puntaje, las diferencias en rendimiento no
reflejan adecuadamente diferencias reales en capital cognitivo. Sobre
los 650 puntos, las diferencias de puntajes menores a 20 puntos no
representan diferencias reales del constructo evaluado. Por esta razón,
la mayoría de las carreras de alta selectividad, que cortan la admisión
sobre los 650 puntos, no pueden defender técnicamente que los que sacan,
por ejemplo, 651 puntos, tienen efectivamente más capital cognitivo que
los que sacan 650. Esa diferencia, a esas alturas, es mero azar (y a
mayor puntaje, las diferencias pequeñas son aún más azarosas). ¿Y puede
significar eso entonces que los 100 mejores puntajes (sobre 780 puntos)
son iguales en el constructo evaluado que los siguientes 100?
Estadísticamente, sí. Y cualitativamente, también. Y esa es la razón por
la cual las universidades de alta selectividad de países desarrollados
nunca dejan que la decisión de admisión se base exclusivamente en los
puntajes de pruebas estandarizadas. Son un antecedente, ciertamente.
Pero no un dato con valor absoluto. Porque entienden que, en términos de
capital cognitivo, cualquier puntaje sobre 1,5 DE sobre el promedio es
más que suficiente para asegurar que los estudiantes, con el adecuado
esfuerzo y perseverancia, cumplirán con las exigencias de titulación de
las carreras de alta exigencia académica.
Por ello, la pretensión de contar con instrumentos estandarizados que
permitan seleccionar de manera “objetiva” a estudiantes de alto
rendimiento es una mera ilusión. Y acerca de esa ilusión trata gran
parte de la discusión escolástica acerca de las diferencias entre PSU y
PAA. Ambas pruebas mostrarán inevitablemente brechas en los mismos
órdenes de magnitud en un sistema hipersegregado como el chileno. Y
ambas pruebas seleccionan igual de mal en los rangos altos de puntajes.
Por ello, el procedimiento de recurrir a notas o ranking de notas de la
enseñanza media es más justo y certero. Porque en esto, el sentido común
tiene razón: el resultado de cuatro años de esfuerzo vale más que el
resultado de cuatro horas de respuesta en una prueba estandarizada.
6.6 ¿Y qué pasa con la inteligencia emocional y las inteligencias múltiples?
Suponemos que el lector se ha estado preguntando por qué no hemos
hecho ninguna mención, hasta aquí, la penúltima sección de las
conclusiones, a los modelos alternativos de inteligencia. Esto es, todos
aquellos que amplían la definición de inteligencia a otros ámbitos,
especialmente los modelos que tratan de la inteligencia emocional en
todas sus variaciones (Bar-On, 2006; Goleman, 1996; Damasio, 1996), o el
modelo de Howard Gradner (1994) que considera que las inteligencias son
múltiples y no una sola.
Nuestra razón para dejarlos fuera de este libro es muy simple:
lamentablemente, no aportan esencialmente nada al argumento central. Y
este es, recordémoslo una vez más, que la inteligencia es la resultante
de la educación recibida. ¿Y por qué no aportan nada? Porque en nuestro
sistema educacional formal, la promoción, desarrollo y aprendizaje de
las otras inteligencias son prácticamente irrelevantes. ¿Y eso no
representa un problema? Por cierto, es un gigantesco problema de nuestro
sistema educacional, el que está centrado de manera desproporcionada en
el desarrollo exclusivo de la inteligencia simbólica, especialmente,
en palabras del modelo de Gardner, en las inteligencias lingüística,
matemáticas y espacial
Por supuesto que esto no lo hace de manera declarada el sistema
educacional. En el papel, al menos, los objetivos transversales, la
formación integral y el desarrollo de algunas de las otras
inteligencias, están bastante enfatizados. Pero en la práctica, no.
Porque en definitiva, lo que orienta el quehacer escolar es la manera
como es formalmente evaluado ese quehacer. Y el sistema escolar chileno e
internacional, como hemos visto en la sección de resultados, está
siendo formalmente evaluado solo en las variables de la inteligencia
simbólica: Lenguaje,Matemáticas y Ciencias. De esa manera, al evaluarse
solo la inteligencia simbólica, tanto el currículum como la enseñanza se
basan fundamentalmente en esa inteligencia. Así, la inteligencia queda
esencialmente definida por las habilidades que el sistema escolar define
como buenas o deseables de ser desarrolladas.
En otras palabras, desarrollamos la inteligencia que la escuela
promueve porque es evaluada en base a ella… ¿Y esto no es un argumento
circular? En efecto, es totalmente circular. Pero no por ello falso o
equivocado. Desde el primer test de inteligencia, como veíamos en la
primera parte de este libro, las evaluaciones cognitivas están alineadas
con lo que la escuela define como deseable de ser enseñado o adquirido
como resultado de ser expuesto a la educación formal. Y es lo que hemos
tratado de decir en este libro: la inteligencia es la resultante de la
educación recibida. Si recibimos mucha educación simbólica,
desarrollaremos mucha inteligencia simbólica.
¿Qué pasaría si recibiéramos mucha educación emocional? Bueno, con
certeza desarrollaríamos mucha inteligencia emocional. Porque ya hemos
dicho al principio de este libro que la inteligencia es la capacidad de
hacer distinciones significativas, a consecuencia de la educación
recibida para hacer esas distinciones significativas. Y esto es válido
para cualquier ámbito de significado. Piense por ejemplo en lo
esencialmente distinta que puede ser la simple experiencia de recorrer
un jardín botánico, a pie, para un experto botánico que para una persona
“normal”. La cantidad de distinciones significativas del botánico será
varios órdenes de magnitud diferente a la persona normal, quien solo
habrá hecho un paseo entre hermosos “árboles, plantas y flores”, a lo
más reconociendo los prototipos más conocidos. El experto, en cambio, no
solo verá nombres, orígenes, clases y especies diferentes. Hará
distinciones finas entre los objetos, podrá reconocer subespecies,
plantas desarrolladas versus en desarrollo, plantas enfermas, y una
larga lista de etcéteras.
Porque las personas “inteligentes” dentro de un dominio, el que sea,
son capaces de hacer distinciones significativas, que las menos
inteligentes no pueden hacer. Por ello la teoría de las inteligencias
múltiples de Gardner tiene un gran punto a su favor, así como los
diferentes modelos acerca de la inteligencia emocional o social. El
punto que ponen de relieve estos enfoques alternativos de inteligencia
es respecto de lo que debiese ser considerado como “inteligente” en
general. No respecto de la definición específica de cada inteligencia
dentro de un dominio. Esta sigue siendo la misma, inmutable: la
inteligencia es la capacidad de hacer distinciones significativas dentro
de un dominio específico.
¿Y por qué no desarrollamos la idea de las otras inteligencias en el
texto? Porque este no es un libro acerca de los modelos de inteligencia,
sino acerca de las relaciones entre calidad de la educación e
inteligencia. El punto central, entonces, es que con seguridad, si el
día de mañana el SIMCE o el TIMSS o PISA fueran pruebas de inteligencia
emocional, social, musical, o la que Ud. quiera medir, los resultados
serían esencialmente los mismos. Porque la inteligencia es consecuencia
de la calidad de la educación recibida. Y nuestros subsistemas
educacionales mantendrán sus diferencias de calidad formativa con
independencia de los contenidos específicos que deban enseñar. Porque
nuestros subsistemas educativos son cualitativamente diferentes en
calidad. Porque su misma concepción, segregada, homogénea y dividida por
capacidad de pago, es intrínsecamente conducente a diferencias en
calidad de resultados. Por ello, no nos debemos confundir en cuál es el
problema urgente a resolver, y este es el de la calidad de la educación
pública de nuestro país.
Así como el problema no es del termómetro, tampoco lo es del síntoma:
cambie de termómetro o elimine un síntoma, la gravedad de la enfermedad
del sistema municipal de educación sigue allí, sin variación alguna.
¿Y debiera la educación promover o desarrollar otros tipos de
inteligencia? Por supuesto que sí. Ya que la diversidad de contenidos y
destrezas favorece el desarrollo integral de la inteligencia. Y la
educación debiera promover su desarrollo desde muy temprano, en el
preescolar.
Pero eso es tema de otro libro, no de este.
6.7 Capital cognitivo y posición social: ¿cuál es el modelo a seguir?
En el capítulo 3 veíamos cómo es la relación, en el caso
norteamericano y chileno (ver figuras 24 y 25), entre capital
cognitivo, tipo de educación recibida y posición social
resultante.Decíamos que estos modelos representan muy bien la ideología
implícita que tienen las naciones respecto del mérito, la educación y
las recompensas. Ambos modelos son muy diferentes, pero comparten una
característica esencial: en ambos la educación es de una gran
heterogeneidad y además ocupa un lugar de variable interviniente, lo que
tiene como resultado que ambos modelos generan una profunda inequidad
de acceso a las recompensas sociales (mejores universidades y empleos).
¿Y cuál es el modelo que sustentan países de gran logro educacional,
como el caso de Finlandia y de gran parte de los países de la Europa
Central? En estos países, la educación pública, gratuita y de gran
calidad (y no el “tipo de educación”), es considerada como la gran
variable independiente que causa el capital cognitivo que permite
acceder a las recompensas (ver figura 26). Por cierto que en este modelo
no todos acceden a la universidad, ni tampoco a los empleos mejor
remunerados.
Pero las diferencias se deben mayoritariamente al esfuerzo invertido,
a las diferencias de origen en capital cultural, a variables
motivacionales y a otras muchas, difíciles de enumerar aquí. Porque el
punto que queremos resaltar no es el de explicar las diferencias
individuales en un sistema que ofrece igualdad de oportunidades, sino
focalizarnos allí: en la igualdad de oportunidades.
¿Y por qué es tan importante enfatizar el que el sistema educativo
brinde igualdad de oportunidades? No solo por razones valóricas, que no
es el momento de discutir aquí. Es por razones de desarrollo país. La
educación pública es el gran lugar de aprendizaje y encuentro de los
futuros ciudadanos de un país. Es el lugar donde se aprende de otros,
donde se aprende a empatizar con otros de diferente capital cultural,
diferentes etnias, diferentes religiones. Donde se adquieren los
fundamentos comunes de la cultura. Donde se forma, en definitiva, el
intangible concepto de “nosotros” (en oposición al concepto de “los
otros” que genera un sistema segregado). En un espacio diverso también
se reconoce que la posición social ocupada por los miembros de este
grupo es debida a razones objetivas de logro en igualdad de condiciones.
En suma, la escuela pública valida las diferencias. Y con ello mitiga
las posibilidades de conflicto social. Asimismo, homogeneiza el capital
cognitivo de los estudiantes y con ello, obligatoriamente, hace más
homogéneos los ingresos. Y lo más importante, al tratarse de un sistema
educativo de altísima calidad, aumenta de manera exponencial la masa
crítica de personas con capital cognitivo adecuado para acometer las
demandas de un proyecto país que requiere más científicos y técnicos que
obreros no calificados.
Por ello, en países con un modelo como el descrito, la clásica
pregunta “¿En qué colegio estudiaste?” carece totalmente de sentido.
Porque, como esperamos haber demostrado en este libro, en esos países
no es posible hacer distinciones significativas acerca del capital
cognitivo de las personas con base en esa pregunta. Ni tampoco, por lo
tanto, de su potencial de ocupar una determinada posición social.
Esperamos que en Chile esa pregunta se transforme, más temprano que
tarde, como en los países de alto desarrollo humano, en un sinsentido.
(*) Existe una discusión académica en Chile y Estados Unidos
respecto del valor agregado de las escuelas cuando se“controla”
estadísticamente el NSE de los padres en los distintos tipos de escuela
(p.ej. Mizala, Romaguera y Ostoic,2005). Este libro no se hace cargo de
esa discusión, por razones obvias: La encuesta CASEN 2011 demuestra
claramente que en Chile la selección del tipo de escuela esta
determinada a priori por el NSE, por lo tanto, cualquier control
estadístico que se haga a posteriori solo será un análisis de varianza
marginal que confunde más que aclara los efectos principales de los
análisis.
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