Patricia Muñoz Garcìa

Patricia Muñoz Garcìa
Departamento Nacional Profesores Jubilados DEPROJ

domingo, 8 de agosto de 2010

Luz roja en educación


Luz roja en educación
“El semáforo” del ministro Joaquín Lavín es una tontería de proporciones: so pretexto de informar a los padres acerca de los resultados en el SIMCE de las escuelas donde estudian sus hijos, marcan, en cada barrio, con luz verde aquellos colegios con más altos puntajes, que siempre coinciden con los estratos más ricos.
Con luz amarilla, los colegios de “clase media”; con luz roja, los colegios que, casi siempre, corresponden a los sectores más pobres. En el fondo, el “semáforo” corresponde a una concepción elitista de la educación que segrega, como el “apartheid, a los pobres señalándoles con el dedo y la luz roja.
En el mismo plano teórico se puede ubicar la idea de los famosos 50 “liceos de excelencia”, cuyas pretensiones se orientan a separar los buenos alumnos y profesores de cada provincia o comuna, de aquellos deprivados cultural y económicamente.
La encuesta CASEN está siendo entregada de a poco - cada día un tema – algo así como las antiguas novelas por entrega o remedios homeopáticos: primero, anuncian el golpe de la pobreza, que aumenta de un 13,7% a un 15,1%, nada menos que 300.000 nuevos pobres, y el verdadero número, si se aplicara el método del ministro Felipe Larraín, sería de 4.000.000 de pobres en vez de 2.000.000; al otro día se informa sobre la desigualdad, que demuestra que el 10% más rico tiene ingresos de 46 veces más que el 10% más pobre; el miércoles 4 de agosto, los mensajeros Joaquín Lavín y Felipe Kast dan a conocer los pésimos resultados en educación.

La verdad es que uno termina por agotarse al tener que difundir tantos resultados negativos, lo que es similar a la música fúnebre que, hace mucho tiempo, enterró a nuestro sistema educacional; más allá de que las pruebas SIMCE sean una muestra puramente cuantitativa y de la mala calidad para medir los resultados en nuestras escuelas, cada año se repiten temas tan evidentes como que la educación no sólo es una consecuencia de nuestro monstruoso sistema social, sino que también colabora, muy activamente, en hacer crecer la inaceptable brecha entre ricos y pobres. Cada vez que se dan a conocer los resultados de esta prueba, no hacen más que confirmar que la educación es un descomunal desastre y un sistema inicuo, que hace cada vez más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.

La encuesta CASEN no aporta nada nuevo: es evidente que en el Chile neoliberal, regentado antes por la Concertación y, ahora, por la Coalición, un profesional universitario gane tres veces más que un egresado de enseñanza media – éste ganaría un ingreso equivalente a 700 dólares, mientras que el profesional universitario devengaría 2.100 dólares-; nueve de cada diez estudiantes tiene la posibilidad de entrar a la universidad si su padre posee un título profesional; dos de cada diez alumnos podría entrar a la universidad si su padre tiene sólo la enseñanza básica.
El 30% de las madres adolescentes abandona el colegio, lo cual es muy grave porque, desde ya, estas jóvenes madres se hunden cada vez más en la pobreza. Como lo he sostenido en muchos artículos, “Infante” seguirá ocupando el cargo de gerente y “Machuca” tendrá que seguir lavando pisos; sólo los tontos creen que el sistema educacional chileno es capaz de nivelar la cancha.
Con gran fanfarria, los mismos técnicos educacionales de siempre alaban el aumento de la escolaridad promedio de 10,2% en 2006, a 10,4% en 2010. Nadie discute que se ha mejorado en la cobertura – y era que no pues los años no pasan en vano – pero en calidad hemos retrocedido respecto a nuestras mejores épocas de reforma educacional.
Mientras no se emprenda una verdadera revolución educacional todo seguirá igual, sólo pequeños cambios, pero en una dirección elitista equivocada, como la que está siguiendo el ministro Lavín – sabemos que es amigo de medidas espectaculares que terminan, finalmente, desinflándose; para qué recordar “las playas”, “los campos nevados”, los “botones de pánico”, “el plan pololo”, y otros experimentos geniales, parecidos a los del famoso profesor Jerry Lewis.
Toda revolución educacional o de salud requiere, en primer lugar, recursos que permitan sentar las bases de cambios sustanciales como, en el caso de salud, hospitales de calidad con dotaciones suficientes y dignos servicios al usuario, formación de especialistas que sirvan en salud primaria y en hospitales; en educación, es necesario cambiar, radicalmente, los programas para preparar a los futuros formadores en auténticas competencias docentes.
Todas estas reformas serían una utopía si no se aumenta, en forma geométrica, el per capita en salud – que actualmente es apenas de 300 dólares, y que debe llegar, al menos, a mil dólares, es decir, debe ser triplicado. En el caso de educación, el abismo es aún más grande: la subvención por estudiante llega sólo a $38.000 – la de sectores más vulnerables $68.000 – si consideramos que un alumno de colegios particulares pagados cuesta a sus padres entre $300.000 y 400.000 por mes; esta diferencia bastaría para explicar el por qué el 96% de estos alumnos tiene probabilidades de llegar a la enseñanza superior y culminar sus estudios.
Sería torpe sostener que no existen recursos para emprender tan radical cambio, la verdad es que falta voluntad política y ésta desidia y entreguismo que hundió a la Concertación debe dar luces para enfrentar, de una vez por todas, la catástrofe en salud y educación. Estoy convencido de que Chile puede invertir suficientes recursos para triplicar el per capita en salud y elevar la subvención por estudiante, al menos, a $150.000, en un solo año, y no como su duplicación en cuatro años, como lo propone el presidente Piñera.

Rafael luís Gumucio Rivas

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