En Chile hay 47 escuelas que funcionan dentro de hospitales y clínicas. Sólo en los últimos tres años, más de 59 mil niños se matricularon en ellas. Reconocidos por el Ministerio de Educación, a estos colegios asisten niños y jóvenes que están internados o que siguen tratamientos largos en esos centros de salud. Muchas veces es más que enseñanza: es sobre todo un espacio de compañía y vínculos. Así ocurre en el Calvo Mackenna. Así lo siente la pequeña Isidora Galleguillos.
¿Por qué te gusta tanto estar hospitalizada?, preguntará la madre.
Porque así no me siento tan sola, contestará la hija.
Porque así no me siento tan sola, contestará la hija.
Para conversar con Isidora Galleguillos (12) hay que seguir cuatro
pasos: ponerse un traje celeste desde el cuello a los tobillos, lavarse
las manos y muñecas en el lavamanos a la entrada de su habitación en el
Hospital Luis Calvo Mackenna, ponerse guantes quirúrgicos y correr las
dos mamparas que anteceden su cama. Recién entonces se puede escuchar el
tono grave y fuerte con el que la niña recibe a sus invitados, como les
dice ella, que en realidad son su madre, algunos familiares y los
doctores que van a examinarla o a mirar que el oxígeno llegue bien por
las mangueras.
El cubículo donde está Isidora tiene vista a los edificios aledaños
de Providencia, en los que de noche ella ve la vida que se hace afuera
de un hospital. Al otro costado de la pieza están las camas vecinas de
dos adolescentes aislados, como ella, separadas por puertas de vidrio.
Los tres niños, que no tienen contacto entre sí, forman parte del
“sector agudo”. Ese donde habitualmente llegan pacientes oncológicos
graves. Pero hay excepciones médicas, e Isidora es una de ellas: su
diagnóstico no es cáncer, sino una fibrosis quística severa, que
perjudica progresivamente sus pulmones y el páncreas.
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