Autor: La Tercera
Para llevar a cabo la gratuidad, el Estado debió establecer limitaciones, que dificultarán consolidar un sistema de educación superior de calidad.
Se dieron a conocer los resultados del
proceso de postulación a ayudas estudiantiles para el año académico 2017
donde destacó el número de alumnos que contarán con gratuidad para la
educación superior, sumando casi 95 mil nuevos beneficiarios. Este
incremento se debe fundamentalmente al ingreso de centros de formación
técnica (CFT) e institutos profesionales (IP) que no fueron parte del
proceso en 2016, a pesar de atender a la mayoría de los alumnos que
actualmente ingresan a la educación superior y una proporción muy
significativa de aquellos más vulnerables. Para este año, los CFT e IP
pasaron a ser elegibles tras modificar sus estatutos y pasar a funcionar
como instituciones sin fines de lucro, requisito necesario para
ingresar a la gratuidad. Para poder llevar a cabo la polémica gratuidad,
el Estado debió establecer limitaciones, previamente innecesarias, que
dificultarán consolidar un sistema de educación superior de calidad.
En un contexto donde alumnos y familias no internalizan el costo de
cursar sus estudios, esta variable se hace irrelevante. Las
instituciones, conscientes de ello, podrían cobrar aranceles más altos,
lo que terminaría por encarecer la política. Es por ello que era
esperable que el Estado fijara aranceles y, para hacer efectiva la
gratuidad, impidiera a las instituciones cobrar a los alumnos por encima
de éstos. Por su parte, al no tener costo hay un alto incentivo por
seguir estudios superiores y de las instituciones por abrir vacantes que
atiendan esa demanda. En este caso, el Estado decidió limitar el
crecimiento de la matrícula, la cual no puede crecer más de un 2,7% al
año para alumnos de primer año (aunque el Ministerio de Educación puede
incrementar dicho límite previa solicitud lo que, además, introduce
discrecionalidad). Ambas son restricciones necesarias para paliar los
efectos negativos de una política pública inconveniente y que generarán
dificultades en el sistema de educación superior.
En el caso de las universidades adscritas a la gratuidad, el tope a
los aranceles generó en la mayoría de las instituciones déficits
significativos -el Estado no entrega la misma cantidad de recursos que
antes recibían por concepto de aranceles-, lo que obligó a éstas a
suspender inversiones y recortar presupuestos tal como se informó el año
pasado. En el caso de los CFT e IP, la restricción más relevante parece
ser el límite de crecimiento de la matrícula debido a que, producto de
su tamaño, las posibilidades de crecimiento serán muy limitadas. De las
10 instituciones adscritas, solo tres podrán crecer en más de 50
alumnos, dificultando la consolidación de este tipo de instituciones,
algunas de las cuales tienen menos de dos mil alumnos.
Las restricciones mencionadas no eran necesarias previo a la
gratuidad. En efecto, no había límites al crecimiento más allá de los
criterios necesarios para obtener la acreditación institucional, y si
bien existían los aranceles de referencia, las instituciones eran libres
para cobrar por sobre ellos. La existencia de un sistema de ayudas
estudiantiles (becas y créditos subsidiados), aunque perfectible,
aseguraba que ningún alumno quedara fuera de la educación superior por
problemas económicos y evitaba restricciones que afectan la autonomía y
los planes de desarrollo de las instituciones y que tendrán
consecuencias importantes en el desarrollo del sistema de educación
superior del país.
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