David (17) tiene una sonda que conecta sus pulmones con una especie
de maletín que contiene oxígeno artificial. En su colegio están
celebrando los cumpleaños del segundo semestre y las profesoras proponen
jugar al karaoke. Él es el primero en ofrecerse, pero escoge
una canción que sabe de memoria: no puede leer la letra de una canción
que no conozca, aún es analfabeto. El traumatismo que le generó una
insuficiencia respiratoria dejó secuelas neurológicas que retrasaron,
levemente, sus capacidades intelectuales.
Mientras canta Persíguelo, de Daddy Yankee, otro niño con
quemaduras en la cara y brazos reclama porque no le gusta esa música.
Paralelamente, las profesoras que imparten clases se dividen para
calibrar el sonido del micrófono, repartir la comida de la convivencia,
inyectar las jeringas con alimentos para quienes no pueden tragar;
preparar los regalos de fin de año y ayudar a los alumnos oxígeno
dependientes a no enredarse con las sondas que van del recipiente
portátil a sus narices.
La escena transcurre en calle Enrique Matte, dentro de la escuela
Corpameg- siglas de Corporación de Amigos del Hospital Exequiel González
Cortés, ente sostenedor. Dicho establecimiento es de carácter
hospitalario, es decir, acoge e imparte clases a niños, niñas y
adolescentes que permanecen internados en hospitales, por padecer
ciertas enfermedades o problemas motores que requieren visitas
frecuentes al médico o tratamientos ambulatorios. Corpameg recibe a los
niños del hospital que está en la misma calle.
A seis cuadras, en Gran Avenida, ya se ve la nueva sede del recinto
clínico, a un lado del Hospital Barros Luco. Verónica Oliva, directora
del establecimiento, dice que contarán con más aulas y espacio que hoy
no tienen. Actualmente los alumnos no se agrupan por cursos ni edad. Se
dividen en dos niveles: 1° a 4° básico, y 5° a 8° básico. En cada sala
de clases, los dividen en distintas mesas según su edad, pues no son
suficientes alumnos para separarlos en distintas aulas y, además, la
casa que en 1998 fue arrendada y adaptada para instalar una escuela, no
tiene las habitaciones suficientes.
Dentro de la primera sala, donde usualmente tiene clases el segundo
nivel, siguen jugando al karaoke. Mientras cantan dos niñas, llega
Amalia (4), quien durante este mes ha asistido a modo de oyente. Aunque
no hay metros cuadrados disponibles para implementar la educación pre
básica a niñas como ella, la reciben igualmente mientras no cumple la
edad adecuada. La niña no luce cicatrices ni porta oxígeno, pero por un
problema al hígado debe alimentarse vía jeringa y sonda gástrica.
La directora del Hospital Exequiel González, María Begoña Yarza,
explica que personas como Amalia y David no pueden acceder a otro tipo
de establecimiento que no sea hospitalario. “Son niños que requieren de
tal nivel de cuidado, que no pueden estar en un colegio”, y agrega que
su asistencia a clases tiene un objetivo más grande que aprender a leer y
escribir: “Así pueden participar de una comunidad donde ellos tienen
derechos: el derecho a la educación, a tener amigos, a jugar. El derecho
legítimo a ser parte de su comunidad”, cuenta a The Clinic Online.
En Chile hay un total de 42 escuelas de este tipo. De acuerdo a
información del Ministerio de Educación (Mineduc), el objetivo de los
establecimientos hospitalarios es “que los estudiantes internados por
razones de salud reciban el apoyo pedagógico que requieran. La propuesta
debe considerar para cada estudiante un Plan de Apoyo Individual,
programación que deberá ajustarse a las características individuales de
cada estudiante”. En el caso de Corpameg, el financiamiento proviene del
ministerio -aproximadamente cuatro millones de pesos al mes. Según la
tesorera, Cecilia Fischer, la corporación actúa solo a modo de
sostenedora, administra y reparte los fondos estatales.
Con lo recaudado, cubren el sueldo de las profesoras de planta-880 mil pesos para la directora y 650 mil para la otra docente-, y las de medio tiempo; los materiales escolares; implementos como camillas o mudadores para los alumnos; y las cuentas de agua, luz y gas. “Quisiéramos tener una psicóloga, deberíamos tener una nutricionista para ver la alimentación de los niños, pero eso no lo podemos tener todavía. Realmente, con la cantidad de niños que tenemos, la escuela no da para más, no subsiste más”, explica Fischer.
Con lo recaudado, cubren el sueldo de las profesoras de planta-880 mil pesos para la directora y 650 mil para la otra docente-, y las de medio tiempo; los materiales escolares; implementos como camillas o mudadores para los alumnos; y las cuentas de agua, luz y gas. “Quisiéramos tener una psicóloga, deberíamos tener una nutricionista para ver la alimentación de los niños, pero eso no lo podemos tener todavía. Realmente, con la cantidad de niños que tenemos, la escuela no da para más, no subsiste más”, explica Fischer.
También, fuera de todo tipo de financiamiento formal, cuentan con una
profesora voluntaria -Sara Campos-, y reciben ayudas materiales por
colectas que organiza el colegio privado Saint Gabriel, según explica
Verónica Oliva.
La docente que va dos veces por semana sin recibir remuneración, Sara
Campos, es también una de las personas que fundó la escuela en 1998.
Considera que la subvención que entrega el Mineduc no es suficiente para
un lugar que recibe niños, niñas y adolescentes con fibrosis quística,
vejiga neurogéncia, insuficiencia renal, respiratoria, quemaduras de
alto grado, entre otras enfermedades o problemas de salud. Cuenta que
los mismos alumnos lo notan, y cita una conversación con Matías, alumno
de 12 años con problemas respiratorios y que debe transportar siempre el
recipiente con oxígeno: “Le pregunté si acaso era feliz en la escuela.
Se rió y respondió que sí. Entonces yo le dije: ‘¿Qué piensas tú que le falta a la escuela?’
Dijo que le faltan profesores. También que le falta una sala de
computación, me decía; más espacio -porque prácticamente no tienen
patio- y después dijo que falta una psicóloga”.
El patio que se menciona anteriormente es en realidad un pasillo
estrecho de cemento, con un taca-taca polvoriento y sillas amontonadas
en una esquina. Si abren el portón que da al antejardín, el patio se
conecta con la entrada de la escuela, otro pasillo de cemento con una
casa de muñecas en medio. La Escuela Hospitalaria Corpameg en sí,
consiste en una casa pequeña que hace 17 años fue amoblada para contar
con tres salas de clases, una biblioteca con dos estantes de libros, la
oficina de la directora y un comedor. No hay rampas para sillas de
ruedas, y hay solo un baño, para alrededor de 27 alumnos, con una
camilla para realizar mudas y procedimientos urinarios con sondas.
A pesar del reducido espacio, de no tener una infraestructura mejor adecuada, de contar con poco personal y un plan educacional mediana y escasamente adaptado, Campos reflexiona sobre la importancia de que al menos existan establecimientos para estudiantes que por razones económicas no pueden ir a una clínica privada y, además, por razones de salud no puedan asistir a un colegio de excelencia donde se lo atienda e instruya personalizadamente.
A pesar del reducido espacio, de no tener una infraestructura mejor adecuada, de contar con poco personal y un plan educacional mediana y escasamente adaptado, Campos reflexiona sobre la importancia de que al menos existan establecimientos para estudiantes que por razones económicas no pueden ir a una clínica privada y, además, por razones de salud no puedan asistir a un colegio de excelencia donde se lo atienda e instruya personalizadamente.
Al respecto, recuerda un día en que la escuela aún no existía
físicamente e impartían clases dentro del casino del hospital: “Vino una
psiquiatra y dice ‘quiero saber qué pasa aquí‘. Le pregunté qué pasaba, y dijo: ‘Es
que resulta que yo tengo un paciente que ha tenido una evolución que yo
no he logrado con mi terapia, si no que lo han logrado ustedes’”.
Agrega que ese niño tenía fibrosis quística, una enfermedad pulmonar
crónica, y que anteriormente había intentado suicidarse producto de una
depresión. “Lo que quiero decir con esto es lo importante que es para un
niño tener la posibilidad de estudiar y darse cuenta que es capaz de
aprender. La terapia con la psiquiatra no había logrado lo que logró la
escuela”, finaliza la docente.
La directora del hospital, María Begoña Yarza, nota algo similar.
Menciona a Francisca (16), que el día de karaoke comenzó a dibujar
mientras el resto cantaba. También es oxígeno dependiente. “Ella es la
primera que quiere bailar cueca, con el oxígeno colgadito. Siempre está
felíz y disponible a que le enseñen, a aprender y jugar. Donde sea que
me la encuentre, ella saluda, entonces si me hablan de la escuela yo
recuerdo su cara”, relata la pediatra y directora del hospital.
Los niños, niñas y adolescentes que llevan consigo un recipiente de
oxígeno, como David y Francisca, representan la patología más frecuente
en Corpameg. También, como Amalia, están quienes requieren alimentarse u
orinar por sondas asistidos por un tercero, entre otras patologías como
escoliosis, insuficiencia renal crónica terminal y quemaduras. Como
explica la directora Yarza, en un colegio normal no existe el personal
para atender tales necesidades. Según Verónica Oliva, directora de la
escuela, el currículum académico al que se ciñen es prácticamente el
mismo que utilizan colegios y liceos no hospitalarios, con algunas
salvedades y adaptaciones.
“Esta modalidad educativa es multigrado, es decir, hay estudiantes de
distintos niveles en la misma aula”, explican desde la cartera de
educación, y agregan que cada escuela o aula hospitalaria organiza su
propio plan educacional. Oliva dice que, como cualquier otro
establecimiento no necesariamente hospitalario, deben realizar
evaluaciones con nota cada cierto tiempo, y tomar asistencia. Como todo
recinto con algún grado de subvención del Mineduc, la asistencia a
clases de los alumnos equivale a dinero. “La subvención para escuelas y
aulas hospitalarias se pagan según la asistencia media mensual”,
informan desde la cartera. Es decir, si un alumno de Corpameg no se
presenta un día por alguna recaída, examen médico u hospitalización, por
ejemplo, el financiamiento estatal puede bajar.
De acuerdo al currículo, el 16 de noviembre de 2016, todos los
alumnos de cuarto básico del país debían rendir la prueba Simce. El día
anterior llegaron dos examinadores a la Escuela Corpameg enviados por la
Agencia de Calidad de la Educación, para coordinar la evaluación al día
siguiente. La directora instruyó a los examinadores sobre la condición
especial del establecimiento y de sus alumnos que no van al mismo ritmo
que un colegio normal. “Y tuve que mandar un correo con el decreto que
dice que las escuelas hospitalarias no dan Simce. Hay mucha
desinformación de algunos estamentos en el ministerio, estos mismos
examinadores no sabían de las escuelas hospitalarias”, cuenta.
A raíz de ese mismo desconocimiento, y también con la intención de
ejecutar su trabajo, los examinadores pasaron a la oficina de Oliva y
negociaron un acuerdo: irían al día siguiente, pero marcarían en el
registro a todos los alumnos de cuarto básico como inasistentes. “Eso es
un engaño, y surge la pregunta sobre si lo harán con otras escuelas.
Debería haber una adaptación del currículo”, dice Sara Campos. Sin
embargo, era la única forma, en ese minuto, de no obligarlos a realizar
una evaluación para la cual ni Francisca ni David, de 16 y 17 años
respectivamente, hubieran estado preparados a pesar de ya haber pasado
formalmente por cuarto básico.
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