Un cartel
húmedo pegado en una pared en Providencia, posa sin pena ni gloria en un
Santiago lloviznado: “Nos quitaron tanto que se llevaron hasta el
miedo”, rezan las letras deslavadas que podrían ser el mejor resumen de
los secundarios que han logrado tomar 35 colegios en Chile (hasta el
cierre de esta edición), que entraron a La Moneda y que siempre son una
bomba de tiempo. Sobre todo desde el dolor que arrastran con la
Concertación, después de la “revolución pingüina”.
Los brazos más fuertes del movimiento secundario –la Cones
(Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios) y la Aces (Asamblea
Coordinadora de Estudiantes Secundarios)– buscan, en el fondo, los
mismos objetivos, aunque con formas que los distancian. Por ejemplo,
mientras desde la ACES salen frases como “No los dejaremos gobernar”,
desde la Cones no hay apoyo a esas ideas.
Marcelo Correa, coordinador nacional de la Cones, señala que dentro
de los objetivos trazados está el cambio al sistema de financiamiento y
la existencia de consejos estudiantiles resolutivos. Además, quieren que
la educación sexual y cívica tengan un lugar importante. Por eso mismo,
en octubre dicha organización estudiantil iniciará un proceso de
investigación para colaborar en la implementación de educación sexual en
los colegios.
Entre los estudiantes ligados a la Aces, en cambio, el objetivo sigue
sumando un marco regulatorio común para los colegios ligados al Estado.
El control comunitario de la educación es un objetivo político que los
define. También quieren un punto final al financiamiento vía voucher.
“A pesar de que las demandas siguen vivas, creo que desde el 2011 hasta
ahora se ha logrado que la gente hable de educación, que esté en la
mesa de las casas”, dice Diego Arraño.
El vocero de la Aces tiene 16 años, estudió toda la enseñanza básica en un colegio subvencionado (el Boston College), vive en Pudahuel y ahora estudia en el INBA. Lee a Gramsci, Simone de Beauvoir, Kafka y Edgar Allan Poe. “Pero me da lo mismo decir qué leo o no. Basta con estar en la calle para saber lo que pasa y ver la crueldad del sistema”, dice. Diego, sigue pensando que la irrupción a La Moneda fue una buena idea: “Fue una manera de ir a decirles a su casa que su modelo fracasó”.
El vocero de la Aces tiene 16 años, estudió toda la enseñanza básica
en un colegio subvencionado (el Boston College), vive en Pudahuel y
ahora estudia en el INBA. Lee a Gramsci, Simone de Beauvoir, Kafka y
Edgar Allan Poe. “Pero me da lo mismo decir qué leo o no. Basta con
estar en la calle para saber lo que pasa y ver la crueldad del sistema”,
dice. Diego, sigue pensando que la irrupción a La Moneda fue una buena
idea: “Fue una manera de ir a decirles a su casa que su modelo fracasó”.
En una línea similar, a Marcelo Correa no le caben dudas que ellos
son “la fuerza que viene. Tenemos que ser protagonistas de la historia”,
sostiene, asumiendo el rol que proviene de los secundarios. Marcelo
tiene 16 años. Está en tercero medio en los Salesianos de Alameda, pero
era 2011 cuando estaba en séptimo básico y empezó a leer más sobre el
movimiento estudiantil. Lee a Gramsci, pero al igual que algunos de sus
compañeros –pertenece a Revolución Democrática– también lee a Fernando
Atria y a Foucault: “Es un arma potente en un momento de salida de la
discusión”, afirma Correa, quien lee asimismo a Lenin.
Sara Robles –quien también pertenece a la Aces y es dirigente de su
colegio, el Liceo 7 de Providencia– defiende la rabia de los
secundarios: “El año pasado fue de articulación y se empezó a armar
fuerza para empujar la lucha secundaria... La radicalización de esta
lucha es la que se está llevando a cabo”, comenta Sara, que el año 2011
estaba en un colegio municipal cuando comenzó a tener consciencia sobre
el conflicto estudiantil y también de lo poco que se ha avanzado.
La consigna: no creer
Los secundarios creen poco. Para la mayoría –y siempre lo repiten–
los brazos en alto, terminando la llamada “revolución pingüina”, la foto
de la alegría, es como una piedra en el zapato. A ese descontento de
2006 se suma también lo vivido a partir de 2011 con algunas figuras
emblemáticas del movimiento.
Marcelo Correa no tiene dudas: él considera que el aporte de los
diputados Gabriel Boric, Giorgio Jackson y Camila Vallejo es imborrable.
Sin embargo, en la Aces los adjetivos distan de la admiración. “Son
políticos que se tomaron los movimientos sociales, se apropiaron de las
luchas y ahora están cortando el queque en el mismo lugar que los
políticos antiguos”, cuestiona Sara.
En la misma línea está Diego Arraño: “Ellos ya no son el movimiento
social. Están en la vereda institucional; la misma que no deja avanzar
al país”, dice.
Todos creen que aunque el termómetro social mide con más tibieza el
levantamiento de los secundarios, recién están empezando a sacudir los
colegios.
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