Estamos
llegando a fines de año y como de costumbre empieza el discurso de la
mala calidad de los profesores en nuestro país. Los que rentan con el
discurso de la mala formación docente se frotan las manos.
Los expertos tipo “Prueba Inicia”, tipo “Educación 2020”, tipo “Elige
Educar” o tipo “Enseña Chile” salen a la palestra y tienen tribuna para
disparar a la bandada. También los antiguos de la Concertación, los
mismos que han llevado todo esto al despeñadero, salen, ‘cara de Jadue’,
a decirnos lo que debe ser y lo que no debe ser. Y, obviamente, los
emergentes expertos “Nueva Mayoría”, con cara inquisidora y dedo índice
en alto –casi como un yihadista de la educación– también nos vienen a
pontificar sobre lo que es formar o no profesores: la foto de la
subsecretaria de Educación con sus dos adláteres “asesores-expertos”
entregando los resultados de la Prueba Inicia lo dice absolutamente
todo, qué decir el discurso.
Entiéndase bien lo que nos dicen, el discurso. No solo los profesores
del sistema sino también los que están por entrar en él, es decir, los
que están siendo formados por las instituciones de educación superior,
todos son deficientes. ¡Todos!
Cuando miramos un poquito la realidad, el pus de cómo verdaderamente
tratamos a los profesores y a los académicos formadores de profesores,
es francamente mucho más potente que ese discursito inquisidor.
Me lo pregunto de verdad. Nadie dice nada de las condiciones reales y
materiales con las que se forman a los futuros profesores, por ejemplo,
que es algo que decimos muchos al interior de las instituciones y fuera
de ellas. ¿Alguien se ha puesto a pensar en las condiciones salariales y
laborales, en las universidades, de las profesoras y los profesores de
práctica pedagógica de los futuros docentes? ¿En esos académicos
–importantísimos– que les transmiten el oficio y que corrigen y motivan
el arte pedagógico a los jóvenes estudiantes? ¿Qué tal si en su mayoría
fueran “profesores taxi universitarios”?
Los académicos encargados de las prácticas pedagógicas son un buen
ejemplo, pero no el único. La gran mayoría de los y las académicas que
hoy están formando a los futuros profesores son “profesores taxi
universitarios”, que se mantienen en esas condiciones fundamentalmente
por un fuerte sentido vocacional y digamos, por un fuerte sentido de
país que le imprimen a su labor de educar a los futuros maestros y
maestras del sistema escolar.
No tienen oficinas ni salas ad hoc para trabajar con los
estudiantes de pedagogía; son mirados en menos por las instituciones en
cuanto a sus jerarquías académicas y en cuanto a sus remuneraciones; a
veces son mirados en menos también por quienes somos doctores y hemos
alcanzado por medio de concursos públicos plazas de jornada completa; no
tienen muchas oportunidades ni tiempos de investigar en sus
especialidades; tienen que gastar altas sumas en viáticos viarios al
movilizarse de liceo en liceo o de escuela en escuela para supervisar a
los estudiantes de pedagogía.
Eso, para hablar de los “profesores taxi universitarios” en las
escuelas de educación y pedagogía en todo el país. Qué decir de la
infraestructura con la que se cuenta para formar profesores; de la
desregulación neoliberal que el mercado de la educación superior ha
permitido dejar hacer con las pedagogías y que tanto daño ha hecho; de
las malas políticas de formación docente que desde decenas de años
vienen produciendo nuestras élites.
Los expertos tipo “Prueba Inicia”, tipo “Educación 2020”, tipo “Elige Educar” o tipo “Enseña Chile” salen a la palestra y tienen tribuna para disparar a la bandada. También los antiguos de la Concertación, los mismos que han llevado todo esto al despeñadero, salen, ‘cara de Jadue’, a decirnos lo que debe ser y lo que no debe ser. Y, obviamente, los emergentes expertos “Nueva Mayoría”, con cara inquisidora y dedo índice en alto –casi como un yihadista de la educación– también nos vienen a pontificar sobre lo que es formar o no profesores.
Para seguir hablando de nuestras élites políticas, menos mal que el
Consejo de Decanos de Educación de las universidades del CRUCH, en su
último encuentro, le hizo un “parelé” a una carta propuesta por el
operador político del partido del orden y lobbista de la
educación Cristián Cox (reciente contratación de la Universidad Diego
Portales) en relación con hacer de la Prueba Inicia un monstruo todavía
peor a lo que es hoy. Habla de que al menos los decanos, en esta
materia, tienen una opinión un tanto más divergente y, a veces, están
dispuestos a decir no.
Los estudiantes de pedagogía hacen bien en no validar, del mismo
modo, esta Prueba Inicia, que busca estandarizarlos y gobernar
suavemente modificando sus trayectorias curriculares. No me causa ni
asombro ni espanto que un mínimo de ellos quiera dar esa prueba y,
menos, me creo el cuento de que ellos terminan sus estudios con el miedo
a ser evaluados. Sí empatizo con ellos, y cómo no hacerlo en verdad, si
cuando por ejemplo una estudiante egresada de mi universidad, al
momento de hacer su discurso de despedida en representación de sus
compañeros y compañeras, se queja con amargura de haber tenido que pasar
y rendir sus exámenes en un “container”, porque no hay salas decentes
para hacerlo.
Los profesores en el sistema escolar, los futuros pedagogos
formándose en las instituciones de educación superior, los académicos de
jornada y los “académicos taxi” en las universidades, todos, todos
sufrimos de alguna manera este discurso de la excelencia ciego a las
realidades concretas y materiales con las que tenemos que vivir y
educar.
La fábula de la Prueba Inicia es otro eslabón más de la mala
educación en Chile, es cierto. Pero no de la mala educación descrita por
los tecnócratas, sino de la mala educación profunda y estructural que
afecta a nuestro sentido de la educación pública.
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