Colegio Andres Bello21.03.04
Si hay una demanda que genera consenso entre los profesores chilenos, es aquella que exige el “fin al agobio”. Sienten que se les pide un esfuerzo excesivo, con altos costos emocionales y en sus vidas personales. El columnista plantea que este tema que cruzó la movilización de los docentes el año pasado, debería convertirse en la óptica con que analicen la Nueva Política Nacional Docente, que tiene hoy a los profesores en paro.
A fines de 2014, un movimiento espontáneo denominado “La rebelión de las bases” paralizó a más de 60 mil docentes en doscientas comunas del país. En la actual coyuntura de discusión sobre una Nueva Política Nacional Docente parece relevante reflexionar sobre cómo uno de los principales actores educacionales del país, caracterizado en los últimos años por un bajo nivel de organización, un alto malestar laboral y lamentables condiciones de trabajo, comienza a re-articularse espontáneamente, es decir, sin la promoción y conducción activa de los principales dirigentes del Colegio de Profesores.
Las razones son múltiples: cuestionamiento a dirigentes gremiales por malas prácticas; nuevas generaciones de profesores que han vivido las experiencias de protesta y organización del 2006 y el 2011; nuevas organizaciones político-sociales de docentes; y el comodín interpretativo que ofrecen las redes sociales, por nombrar solo algunas. Junto con lo anterior, un catalizador sustantivo detrás de esa protesta, parece ser la demanda de los maestros de que se pusiera fin al agobio.
El sufrimiento laboral docente se comenzó a estudiar durante los años 70. En Hispanoamérica, el educador español José Manuel Esteve inauguró esta línea de investigación con su libro de 1987 El Malestar Docente. El sufrimiento era un malestar relacionado con la falta de reflexión sobre el sentido del propio trabajo y la multiplicidad de roles que los profesores debían cumplir. En Chile, desde la década del 2000, se comenzó utilizar la misma categoría de malestar para investigar el sufrimiento docente, identificándose causas muy similares.
Sin duda, malestar y agobio se relacionan con el sufrimiento, pero ¿en qué se diferencian? Según la RAE, malestar significa “desazón, incomodidad indefinible”; es decir, la academia viene diciéndole hace tiempo a los docentes ´ustedes viven en su trabajo una incomodidad indefinible que se relaciona con esto y esto otro´. Por otro lado, agobiar significa “imponer a alguien actividad o esfuerzos excesivos, preocupar gravemente, causar gran sufrimiento”; es decir, los docentes chilenos este 2014 se empezaron a decir a ellos mismos y a la sociedad en su conjunto ´a nosotros nos imponen esfuerzos excesivos que nos causan gran sufrimiento´. El paso que dan los docentes desde la definición académica a la propia definición del sufrimiento es significativo.
A lo largo de su obra, el connotado educador Paulo Freire enfatiza la relevancia que tiene la forma en que leemos y nombramos el mundo. Esta lectura y estos nombres nos permiten objetivar la realidad para poder reflexionar críticamente sobre ella. Allí recae la importancia de que el profesorado bautice su realidad laboral cotidiana como una agobianteno es una incomodidad indefinible lo que el profesorado vive día a día en el trabajo, sino que el sufrimiento tiene directa relación con la imposición de actividades y esfuerzos excesivos.
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Una investigación etnográfica que realicé en 2013 me permitió ir especificando cuáles son estas actividades y esfuerzos excesivos, especialmente para aquellos docentes que trabajan en establecimientos donde asisten estudiantes que viven en contextos de pobreza y marginalidad social. En ella, identifiqué cuatro temas que contribuyen enormemente al agobio laboral en estos contextos: i) el esfuerzo excesivo que significa tener que ocupar roles de segundas madres o padres y todo lo que esto significa emocionalmente; ii) el esfuerzo excesivo que significa tener que relacionarse cotidianamente con estudiantes que son choros, exigiendo por parte del profesorado la capacidad de gestionar con habilidad relaciones basadas en el afecto y la disciplina; iii) las planificaciones diarias, el tiempo destinado a prepararse para el “Gran Hermano” SIMCE y otras actividades que, orientadas excesivamente a formar conocimientos, no reconocen la importancia de enseñar a “ser personas”; y iv) el exceso de demandas que tienen los directivos que impide que espacios como el Consejo de Profesores sean momentos de reflexión y aprendizaje colectivo.

Estos cuatro temas se relacionan fundamentalmente con las tensas relaciones cotidianas que entablan los docentes con los estudiantes y sus familias; las contradicciones que viven por sentir que la política educativa niega una parte importante de su trabajo, desconociendo su autonomía profesional; y la frustración por no poder organizarse con los colegas de forma colaborativa por estar los espacios formales de encuentro inundados de trabajo administrativo y rendiciones de cuentas para otros. Así, la fuerza de la demanda fin al agobio es que pone sobre la discusión pública al trabajo cotidiano del profesorado.
Desde este hilo argumentativo, es posible señalar que el agobio fue una demanda movilizadora pues logró articular al profesorado a partir de su sufrimiento laboral cotidiano; y es desde este problema real que fue posible conectarse con el resto de las demandas gremiales. La deuda histórica, el bono retiro, la titularidad e incluso del descongelamiento del Ingreso Mínimo Docente no tienen ni la transversalidad ni la claridad que tiene la demanda fin al agobio. Pero más allá de esto, son demandas que no se vinculan directamente con el problema más significativo que produce la imposición de exceso de trabajo: el tener que llevarse pega para la casa, quitándole tiempo a las y los docentes para compartir y estar con sus familias. El 2014 los docentes chilenos se movilizaron por quizás uno de los sentimientos humanos más básicos como es el derecho a compartir tiempo afectivo con lapropia familia; conquistar este derecho precisa a su vez el recuperar el derecho a organizar y definir el propio trabajo; lo que comienza, en su expresión más elemental, por ponerle fin al agobio laboral. 
Si lo anterior hace sentido, algunas preguntas legítimas son: ¿cómo se profundiza el potencial movilizador de esta demanda? ¿Cómo ir más allá de una movilización espontánea y volverla orgánica? Son preguntas que parecen necesarias y que el propio profesorado tiene que intentar responder. Aquí dos ideas para contribuir en esta dirección: primero, analizar críticamente el actual proyecto de Nueva Carrera Docente utilizando el potencial reflexivo y crítico del propio saber y lenguaje docente gestado al calor de las movilizaciones, esto es: ¿cuánto contribuye lo propuesto por el Gobierno a disminuir/conservar/aumentar el agobio laboral? Lo que conserve o aumente el agobio debe ser rechazado, lo que disminuya el agobio defendido. Esta es una clave de lectura para comprender el abrumador rechazo al proyecto del gobierno por parte del profesorado (97% de rechazo), el que parece no contener suficientes elementos referidos a la cotidianeidad del trabajo docente.
Segundo, y quizás aquí está el real desafío, avanzar en la construcción de un imaginario inédito y viable sobre cómo debe organizarse el propio trabajo. La demanda fin al agobio es una demanda con una carga negativa (´estamos contra esto´) y, por lo mismo, apela a que otros resuelvan el conflicto (´dejen de imponernos esfuerzo excesivo´). Esta es una demanda que difícilmente puede ir más allá de lo coyuntural, pues los docentes se manifiestan y activan para resolver el tema coyuntural del agobio y no para construir formas de trabajo alternativas. Por ello, es importantepensar una demanda positiva (´estamos a favor de esto´), que articule una visión de mundo sobre el propio trabajo, para cuando el profesorado se manifieste, no solo diga ‘no a esto’, sino que el proceso mismo de organización y manifestación sea la construcción de ese imaginario inédito y viable. Para ello, algo útil es simplemente soñar: suponer, por ejemplo, que no hay agobio y que hay tiempo en el trabajo, e imaginar ´en estas condiciones, ¿qué nos gustaría estar haciendo con nuestro tiempo de trabajo?´. En los imaginarios posibles se cultivan demandas positivas que pueden permitir dar otro paso más en aras de dignificar y valorar el trabajo profesional docente.