Matías Hernández fue el único alumno de un colegio estatal que obtuvo un puntaje regional en la PSU en la zona. Vivió en Santiago donde pasó duros momentos, siendo víctima de bullying, y tuvo que superar la separación de sus padres. Antes de llegar al Colegio José Manuel Balmaceda de La Serena estudió en el Instituto Nacional, donde fue simpatizante de las Juventudes Comunistas. Hoy, luego de su éxito académico planea retornar a la capital para estudiar Medicina y desempeñarse en el sistema público.
En la imagen, Matías (el segundo, de izquierda a derecha), junto a su padre Raúl Hernández, la pareja de él, Alina Suárez, y sus dos pequeñas hijas. Con ellos ha vivido este último año en el que estudió en el Colegio José Manuel Balmaceda.
Destacó entre los que destacaron. No fue puntaje nacional, pero el día en que los alumnos que obtuvieron mejores resultados en la Prueba de Selección Universitaria en la zona fueron reconocidos por la intendenta Hanne Utreras, hubo quienes dijeron que lo de él tenía más mérito. Claro, era el único estudiante de la educación municipal.
Matías Hernández fue puntaje regional en Lenguaje (818 puntos) y en esta pasada, fue el encargado de romper el cerco, ese que separa a la educación privada de la pública. Lo sabe, y por ello se siente orgulloso, aunque también tiene claro que su paso por el Instituto Nacional en Santiago, tuvo mucho que ver en este logro y que si en un momento de su vida sus padres no hubiesen tomado la decisión de cambiarlo a ese establecimiento, lo que hoy vive no hubiese sido posible.
DÍAS INTENSOS
Cuando llegamos a su casa aún había una tensa calma. Y es que esos días fueron particularmente intensos desde que el sábado 27, cerca del mediodía recibiera una llamada de un número extraño y una voz femenina al otro lado de la línea le comunicara una de las noticias más importantes de su vida. La impresión del joven fue tal que sin decir palabra alguna, le cortó el teléfono. “Me puse muy nervioso, yo venía en el auto y no supe qué hacer, pero después me llamaron de nuevo y ahí, yo más tranquilo, escuché a la señorita que me informó de mi puntaje y me felicitó”, cuenta Matías, con una risa nerviosa.
Aquella fue de la primera de muchas llamadas. “Esa era de la Católica del Norte, después me llamaron de la Universidad Católica de Santiago, la Chile, la del Desarrollo y la Diego Portales. Más que por mi puntaje regional en Lenguaje me llamaban por mi puntaje ponderado, porque me fue bien en todas las pruebas, por suerte”, agrega el joven.
CAMINO DE ALTOS Y BAJOS
Viste casual. Su pelo despeinado y sus lentes ópticos le dan un aire de intelectualidad. Gesticula con las manos cada una de sus ideas y no contesta nada inmediatamente. Piensa cada una de sus respuestas, sin apuros.
Sin duda tiene una personalidad diferente, y al conocer su historia se entiende el porqué. Y es que con 18 años, su vida no ha sido fácil, tampoco un martirio, pero las experiencias y su obsesión por siempre saber un poco más han hecho que su vida sea de altos y bajos.
Nació en Santiago y en sus primeros años vivió junto a su madre y su abuela materna. Claro, cuando Matías llegó al mundo, “lo hizo antes de tiempo”, cuando sus padres aún se encontraban en la universidad estudiando Medicina Veterinaria, lo que dificultó el que pudieran vivir juntos. Pero aquello cambió cuando ellos se titularon. “Ahí nos fuimos a vivir los tres y fue unas de las mejores etapas. Si me preguntas por el momento más feliz que yo recuerde, de hecho es una Navidad que pasamos, mi mamá, mi papá, mi hermana más chica y mi otro hermano que estaba en el vientre de mi madre, en esa casa. Escuchamos villancicos, frente al árbol”, recuerda.
Pero la felicidad que tenía en su casa contrastaba con lo que por esos años vivía en el colegio. Y es que el siempre sobresalir por su intelecto, y el tener las mejores notas sin hacer mucho esfuerzo generó anticuerpos en algunos de sus compañeros quienes muchas veces le hicieron la vida imposible. Matías confiesa que al igual que muchos niños de Chile, en algún momento fue víctima de bullying. “No me llevaba muy bien con mis compañeros. Nunca logré encajar con ellos, hablaban de temas que a mí no me interesaban por ende no lograba entablar conversaciones, a mí me importaban otras cosas. Además que yo era gordito cuando niño y usaba lentes desde muy chico, entonces cumplía con todas las características del típico niño al que le hacen bullying. Me acuerdo una vez en que un par de niños de cursos superiores me pescaron y me metieron en un basurero, de cabeza, así como en los dibujos animados”, relata el joven, mientras su padre lo mira desde el sillón, con seriedad al oír a su hijo hablar de aquellos malos tiempos.
Fue en parte por este bullying, pero sobre todo, porque sus padres detectaron que Matías tenía un talento especial que cuando iba en sexto básico, decidieron cambiarlo de colegio, a uno que fuese más exigente, pero no tenían los recursos para inscribirlo en uno particular. Entonces pensaron en el Instituto Nacional. El joven pasó directo a la educación pública.
Allí encontró lo que necesitaba. Reconoce que ingresó con mucho miedo, pero éste se fue el primer día. “El colegio era muy grande, además sus instalaciones eran otra cosa. Ahí sí me sentí más cómodo porque tenía una diversidad de compañeros muy grande con los que podías conversar de cualquier tema y también podías relacionarte con tus profesores. Eso no se veía en el colegio de donde yo venía. En el Instituto Nacional se terminó el bullying y comencé otra etapa en lo intelectual”, dice, el egresado del José Manuel Balmaceda.
SU PASO POR LA POLÍTICA
Incrédulo por naturaleza, se reconoce agnóstico aunque fue bautizado católico. En lo político se define de izquierda, pero enemigo de cualquier militancia. Claro, cuando iba en primero medio conoció el accionar partidario por dentro y salió decepcionado. “No quería ser parte de un rebaño”, afirma. Y es que según cuenta, con eso se encontró en las Juventudes Comunistas en donde fue simpatizante. “En esta etapa empecé a leer mucho, y uno siempre busca un lugar en donde poder hacer algo por lo que cree, por eso yo estuve un tiempo en la ‘Jota’, pero no duré mucho. Me di cuenta que no servía para eso y me fui decepcionado (…) Yo quería discutir, quería aprender, pero en las reuniones que teníamos lo que menos se hacía era eso. El que dirigía leía un papel y nos decía lo que teníamos que hacer por orden del nivel central y había que hacerlo y eso era todo. Me acuerdo que la gota que rebasó el vaso fue cuando nos dijeron que teníamos que encadenarnos en el Ministerio de Educación, yo pregunté por qué, que cuál era la razón para hacer eso, y nadie me supo dar una respuesta. Después de eso nunca volví”, relata.
UN DURO GOLPE
Tenía 14 años, comenzaba a adoptar una postura frente al mundo, frente a las cosas, sentía que su mente se expandía a través de la lectura de filosofía. Pero en ese momento también le tocó vivir un duro golpe, cuando vino la separación de sus padres. Hoy, con el paso del tiempo, dice entender la situación, pero en su minuto le costó asumirlo. “Es que es fuerte. Tú estás acostumbrado a vivir con tu familia, con todos, y que de repente se disuelva no es algo fácil de asumir, pero si uno piensa cómo era el tema en ese minuto, lo lógico era que se separaran. Había muchas discusiones. Ellos trataban de que nosotros no escucháramos y de ocultar la situación pero no se podía, porque uno se da cuenta”, asegura el joven estudiante.
Luego de eso él se quedó viviendo con su madre y sus hermanos. La partida de su padre pudo haberle afectado más, pero afortunadamente, Matías nunca sintió su ausencia. “Él me iba a ver todos los días, me iba a dejar al instituto y por eso yo creo que a la larga la separación no influyó tanto en mi vida”.
IDAS Y VUELTAS
Siempre había venido a La Serena, de visita, pero no fue sino hasta comienzos del año pasado cuando decidió quedarse. Y es que su padre vino a vivir a la ciudad y él decidió seguirlo. No fue fácil decidirlo porque era su último año en el liceo y los cambios siempre son riesgosos. Eso sí, tenía claro que quería seguir en la educación pública, por convicción. Finalmente, todo salió bien y así lo refleja su actual actitud. Ingresó el colegio municipal José Manuel Balmaceda y logró lo que quería, el triunfo académico desde la trinchera estatal. “Si me preguntas si me siento orgulloso, te contesto que sí. Pero tengo claro que es una excepción, porque yo no debería ser el único que destaque. La educación pública debería ser la cuna de los mejores puntajes en todas las regiones, yo espero que así sea en los próximos años”, asevera.
Y para Matías no sólo es necesario fortalecer la educación pública, para él es fundamental hacer lo mismo en la salud y será desde allí, desde donde él pretende continuar aportando, ya que planea ingresar a estudiar Medicina en la Universidad de Chile, y una vez titulado trabajar en ese sector. “Es ahí donde hay más necesidades, en la vida creo que uno tiene que ser consecuente, y el desempeñarme en la salud pública tiene que ver con eso”, concluye Matías, quien en marzo retornará a Santiago, para ser lo que siempre quiso y lo que gracias a su talento y dedicación, pudo lograr.
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