El fin de la selección no es sólo ni principalmente un tema legal, sino la invitación a un cambio cultural. Tiene que ver con el modo en que nos miramos mutuamente.
por Juan Eduardo García-Huidobro - 20/09/2014 - 04:00
LA “SELECCION escolar” es un tema privilegiado para examinar el
cambio que se quiere establecer con la ley en trámite que regula la
admisión, elimina el financiamiento compartido y el lucro en los
establecimientos educacionales. De hecho, terminar con la selección para
avanzar hacia una educación más inclusiva, más democrática y menos
segregada, es el meollo de la ley. Las razones para terminar con el
copago son del mismo tenor. Pero no se trata de un cambio de normas. El
fin de la selección no es sólo ni principalmente un tema legal, sino la
invitación a un cambio cultural.
En efecto, antes que la escuela o el liceo seleccionen, cada familia
al buscar un colegio para sus hijos suele escoger, con la loable
intención de asegurar una buena educación a su prole, un “buen”
establecimiento. Uno que me dé confianza, donde vaya gente que conozco y
aprecio, donde mis hijos estén seguros; uno que les permita ser
socialmente más que yo o, al menos, como yo (nunca menos).
La suma de estas decisiones familiares razonables y bien
intencionadas arroja como resultado una sociedad que la mayoría de
quienes toman o tomamos en el pasado esas decisiones, repudiamos. Una
sociedad clasista, en la que nos miramos mutuamente con desconfianza y
hasta con temor. Una sociedad segregada en la que los establecimientos
escolares, lejos de ser lugares de encuentro entre los diferentes,
refuerzan las identidades y los prejuicios de origen.
La ley abre oportunidades para que las nuevas generaciones puedan
tener escuelas y liceos donde los distintos se encuentren, se conozcan,
se respeten y se aprecien, pero ella no opera en un vacío cultural. Sus
buenos efectos dependen de que cada chileno esté persuadido que al
reconocernos y tratarnos como iguales nos estamos dando una mejor
sociedad y una vida más plena.
Si como sociedad no aprovechamos este paso adelante en lo legal, para
comenzar a cambiar el modo cómo nos miramos mutuamente, la “selección”
más dura de todas, aquella que más nos separa, persistirá.
El camino que tenemos por delante no es fácil. Pese a que la Ley
General de Educación proscribió la selección el 2009, el 2012 en un 90%
de los establecimientos se continuaba solicitando y revisando informes
de notas y de personalidad, y en la mitad se aplicaban pruebas de
conocimientos. Pero se trata de convicciones: el 67% de los docentes
justifica la selección para cautelar el nivel académico del
establecimiento y el 69% la expulsión (forma extrema de selección) por
mala conducta.
Entre los apoderados la selección es justificada en más de un 80% y
la expulsión en el 77% de los casos (Encuesta Cide). La ley ya introdujo
excepciones para los liceos llamados “emblemáticos”, dando con ello
una pésima señal y debilitando, en el mismo cuerpo legal, los argumentos
que proscriben la selección.
Si la integración es la nueva clave cultural que queremos para
nuestra educación ¿cómo no tenerla en aquellos liceos que queremos sean
nuestros emblemas?
La selección está en todas partes, en nuestras conductas y
prejuicios. Además de apoyar este cambio legal que se nos propone,
debemos trabajar, conversando y discutiendo, entre amigos, entre
colegas, en nuestros encuentros de apoderados, el modo cómo nos juzgamos
y acogemos, “seleccionamos” o nos integramos.
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