Columnas
1 de mayo de 2014
El ritmo y la velocidad en que la actual sociedad
va construyendo sus cimientos comunitarios, psico y socioafectivos
desde y en cada persona están siendo sólo comparados al andar de un
Ferrari descontrolado y ausente de conductor. Ejemplo reflejado en el
tipo de educación que las escuelas han ido desarrollando, reflejo de un
modelo de desarrollo avasallador y deshumanizado. Por lo tanto, los
vínculos y las relaciones de estudiantes, profesores y de comunidades
educativas han ido también minándose a tal punto que la carencia de
actitud volitiva (socio-autonomía y poder de decisión) de la sociedad
han sido traspasadas a las estructuras educativas. Ante esto, las
tecnologías y la falta de conciencia de tiempo como motor de
construcción personal y comunitaria, se han convertido en un desierto
árido, infértil y solitario.
Nuestros estudiantes no están ajenos a esta realidad, donde la
conexión interpersonal queda reducida a elementos más bien técnicos y de
sociabilización de carácter primario que inciden en el tipo de atención
y de actitud hacia el aprendizaje. Esto merma un gran espacio para la
formación pues los aprendizajes deben ser la entrega de herramientas en
la asimilación de la realidad desde procesos personales que cada
estudiante presenta para ponerla en común, esto quiere decir, hacer
intencional espacios donde el tiempo relacional parece perdido o carente
de sentido una oportunidad, permitiendo redireccionar la concepción del
Ser en comunidad tan ausente en la visión pedagógica y social de la
educación formal actual.
Observando esa misma (nuestra) realidad escolar hace ya un tiempo,
podemos constatar que se vive en un sistema que traspasa toda
estructura, atomizando esa felicidad en un para sí individual e
inconexo, replicándose en la escuela: donde no se comparte. La no
felicidad se esparce en pos de la sumisión funcional al trabajador, al
estudiante, al profesor, al mapuche, al obrero, y aunque no se considere
también es hacia el ejecutivo exitoso, el empresario top, el G7 versión
chilena, a todos y a todas. Hemos hecho de las emociones, el cuerpo y
todo lo que no sea cuantificable una debilidad por la cual sentir
vergüenza al expresarlo, siendo que es ahí donde radica nuestra mayor
fortaleza porque la injusticia es a quien oprime y es oprimido –nos
deshumaniza–, ya lo decía Freire en el auge de la pedagogía
latinoamericana de los años 70.
Debemos orientarnos a una educación que forme y nos vincule en eco-humanidad, más allá del sistema de producción de turno, sino desde el claro motivo de la pasión que no se puede arrebatar, y menos mercantilizar como sí se hizo con los procesos educativos de este lado del mundo, sobre todo en un Chile que es un arquetipo neoliberal educacional para el cono sur, pero que aún en el modelo mercantil educativo más extremo del mundo la sociedad civil se levanta paulatinamente no sólo para reconquistar un derecho, sino que para lograr expresar la diferenciación entre una reforma y una transformación, validando su real posibilidad.
Hemos confundido la razón con el estado de conciencia, donde ya ni
siquiera nuestros alumnos (a-iluminus/ausente de luz) que en última
instancia debieran ser a quienes iluminar, si es que por último
prevaleciera ese paradigma como bandera, pero no es así, porque se nos
está apagando nuestra propia luz. Si bien la praxis del educar es lejos
el dar luz a otros, ni para eso en gran parte del profesorado nos va
alcanzando, pues estamos socavados en nuestros propios cimientos desde
una cultura de la queja sin propuesta y sin respuesta lo suficientemente
audaz y potente que revierta la otrora desfragmentación social hacia el
mercado educativo sembrada desde las dictaduras de la América de Sur.
Pero bien lo expresó el presidente Mujica en marzo del presente año:
“No tenemos que defender el pasado, tenemos que apuntar juntos para el
presente futuro… para romper una educación que construye capitalismo”.
Debemos orientarnos una educación que forme y nos vincule en
eco-humanidad, más allá del sistema de producción de turno, sino desde
el claro motivo de la pasión que no se puede arrebatar, y menos
mercantilizar como sí se hizo con los procesos educativos de este lado
del mundo, sobre todo en un Chile que es un arquetipo neoliberal
educacional para el cono sur, pero que aun en el modelo mercantil
educativo más extremo del mundo la sociedad civil se levanta
paulatinamente no sólo para reconquistar un derecho, sino que para
lograr expresar la diferenciación entre una reforma y una
transformación, validando su real posibilidad. Pues no se puede
desmerecer que la privatización educativa ya fue una transformación
educativa en sí misma, al pasar de un Estado responsable de la educación
pública, a un Estado dador y adjudicador de responsabilidades para
privados bajo el rótulo de libertad de enseñanza, provocando “…una
alteración discursiva de significación política: ya no (se) habla de
educación pública o privada sino de educación pública de gestión estatal
o privada” (Puiggros, 1997), o mejor expresado en el dicho “gato por
liebre”.
Dicho esto, y teniendo presente lo que afirma José Martí, que los
“derechos se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan”, es justo y
necesario comenzar a poner las cosas por su nombre. A profesores y
estudiantes nos han hecho entrar en una lógica de vendedor y cliente
cuyo testimonio de interacción es un voucher que también aparece en tiendas de retail
para garantizar y evidenciar una transacción por un producto, que tiene
como objetivo por último la satisfacción de una necesidad por una
parte, y el bien conocido lucro por contraparte.
Entonces qué, ¿asistimos diariamente a rituales de voucher
que remplazan la concepción de derecho, donde más allá del sujeto
pedagógico a educar, se presenta un cliente al cual promover y entrenar
en una lógica de aprendizaje funcional y poco y nada centrado en su
proceso de eco-humanización? Aquí la felicidad no es parte, porque es un
factor externo más cerca de la intimidad y lejos de todo lo
supuestamente “formal”. En este sentido, claramente la educación es un
producto que dista mucho de lo que expresa Claudio Naranjo a la hora de
hacer educación: “La educación es para el desarrollo humano, por mucho
que se quiera usarla para otras cosas también, y por mucho que la
inercia de nuestra plutocracia pseudodemocrática exija una educación
para la libre realización de nuestras potencialidades evolutivas y
creativas puede ser crítica para nuestra supervivencia colectiva”.
Por lo tanto, debemos tener la claridad que esto pasa más allá de una
lucha hacia un sistema de capital, en la misma charla mencionada el
Presidente Mujica expresa que esto es casi una lucha civilizacional,
pues estamos educados para una Reproducción de y no para la Co-Creación
en. Y vamos haciendo funcionar una máquina que tiene sus propios
controles de calidad de sus pseudoproductos tales como el SIMCE y/o PSU,
que perpetúan el lenguaje estadístico no funcional, y el rótulo de un
sirve o no sirve, bueno o malo, con recursos o sin recursos, que hace el
ejercicio de escuelas se vuelven un entrenamiento constante para poder
alcanzar las metas de esa prueba estandarizada y que dan poca
orientación de la prácticas pedagógicas cotidianas. Más aún, en lugar de
eso son invisibilizadas.
Mientras el modelo neoliberal, que es más que un mero tema económico,
siga marcando las pautas como un Economista Ministro de Educación,
mientras haya profesores subyugados a un modelo prehistórico de la
enseñanza y junto con un claro Colegio de Profesores siga capturado por
un sesgo político coyuntural, le corresponde a la sociedad civil la
responsabilidad de generar el inside desde las bases, para no
seguir hipotecando el desarrollo de un país a directrices marcadas por
entidades prestamistas internacionales, que buscan guiar el devenir de
la región hacia el libre mercado servicial que realmente genera
subdesarrollo, pues ¿qué poder tendría la soga si no encontrara
pescuezo? (Galeano, 2002).
Mientras pruebas estandarizadas a nivel nacional sigan marcando cielo
e infierno, cuando vemos que en otras pruebas como Pisa o Timss, se ve
el paupérrimo camino que seguimos, y en lugar de dar una transformación
profunda, seguimos reformando como dogma religioso como respuesta para
buscar dar más credibilidad a un modelo gastado e infértil, haciendo de
un control de calidad nacional una autocomplacencia de corte elitista y
validador de lucro en escuelas subvencionadas, y una educación pública
de gestión privada-municipal la máxima expresión de un neoliberalismo
económico-social-cultural que trata con mayor fuerza desde finales de
los 90 eliminar las responsabilidades del Estado de bienestar con un
discurso de redistribución democrática en manos privadas, con un
pensamiento lineal que hace de la educación una preparación para el
trabajo y no una acción dinamizadora y creadora de la vida vinculada con
su entorno, instalando escenarios de acallamientos de estallidos
sociales desde medios de comunicación y de (des)información que genera
masa y no sociedad, pues un país sin educación real es un país
domesticado en el miedo y la quietud. Seguidores de un voucher
que da una supuesta seguridad de servicio, en lugar de vivir en una
sociedad basada en el derecho y la responsabilidad de construir
sociedad.
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