Columnas
7 de febrero de 2014
La salida de C. Pierano de la Subsecretaría de Educación es un cambio de gabinete ex-ante, ya que en este Ministerio se juega parte importante de la orientación que tomará el futuro gobierno.
Sin embargo, es evidente que sus efectos
trascienden el campo de la reforma educacional, pues muestra que la
lucha por la hegemonía de la dirección del cambio que se propone la
Nueva Mayoría no ha concluido, ni lo hará.
Mariana Aylwin se ha quejado de la
derrota de una de las suyas y acusa a un sector de la alianza
gubernamental, incluidos miembros de su partido, de “hacer de la
política una religión, de “actuar como dogmáticos” al poner al programa
como inamovible, de tener afanes “totalitarios” por expresar una
mayoría, etc. A estas críticas se suma J. J. Brunner, el que no vacila
en calificar al gobierno de sufrir “un empobrecimiento” o carencia de
gobernabilidad aún sin haber sumido. Este discurso del “orden”, la
“gobernabilidad”, “no dejarse llevar por la calle” dominó la lógica
política de la Concertación durante más de 20 años. Ahora se repite, con
un sesgo autoritario y tecnocrático, al situar a sus críticos como
fundamentalistas de la educación pública y gratuita. Es extraño, pues el
país ha funcionado con un enfoque liberal y mercadista sin ningún
resultado de calidad en la educación y, cuando esto se quiere cambiar,
los que buscan conservar el modelo en crisis acusan a sus adversarios de
dogmáticos. Extraño.
Este discurso del “orden”, la “gobernabilidad”, “no dejarse llevar por la calle” dominó la lógica política de la Concertación durante más de 20 años. Ahora se repite, con un sesgo autoritario y tecnocrático, al situar a sus críticos como fundamentalistas de la educación pública y gratuita. Es extraño, pues el país ha funcionado con un enfoque liberal y mercadista sin ningún resultado de calidad en la educación y, cuando esto se quiere cambiar, los que buscan conservar el modelo en crisis acusan a sus adversarios de dogmáticos. Extraño.
A la vez, los diseñadores de las
fracasadas políticas opinan como si no fuesen dirigentes políticos,
situándose en una posición de técnicos de la educación. En realidad,
cuando se habla de políticas públicas se habla de eso, de políticas. Si
es así, es claro que las soluciones pasan por el juego de intereses y
posiciones y no por ocultar que estas existen.
En esta situación cruzada por una
diversidad y tranversalidad de posiciones: ¿cuál es la viabilidad de la
unidad de la Nueva Mayoría? Todo parece indicar que sólo será posible
–en un marco probable de movilizaciones sociales amplias– si al interior
de la Nueva Mayoría se comprende que el país vive un cambio de ciclo no
sólo en el sentido político, sino también en el proceso social que va
articulando un “nuevo bloque histórico”que cuestiona el dominio y abuso
del capital financiero y especulativo sobre la población y el capital
productivo; que articula intereses regionales, en tanto, a territorios
que se ven esquilmados por el centralismo y la concentración del
capital; que une voluntades interclasistas contra la mala educación y
pésima salud pública; que asimila al trabajador del comercio con el
obrero industrial ante la precariedad laboral y que tiene una
consciencia más sólida sobre las libertades individuales, civiles y
políticas, y su deber de protección por parte del Estado. En fin, hay un
proceso social en marcha, que se está conectando con un discurso
crítico al neoliberalismo, de carácter más complejo y que tiene bases de
sustentación en la subjetividad de la ciudadanía.
Los liberales de la ex Concertación
parecen no comprender del todo este proceso y nos repiten sus
desgastadas fórmulas. En este contexto, el diagnóstico realizado por
Frei Ruiz-Tagle en el aniversario de la muerte de su padre, en cuanto a
que el proceso que se comienza a vivir en el país tiene la magnitud y
potencia de la “Revolución en Libertad”de mediados de los 60, sitúa a
su partido no sólo como facilitador sino que también como participante
activo en las transformaciones estructurales comprometidas en el
programa de gobierno.
No se trata, como parece creer M.
Aylwin, que se discute con un “mesianismo de izquierda”. La cuestión es
la profundidad de la reforma, pues aumentar impuestos a los ricos y
devolvérselos vía utilidades de las ISAPRES por transferencias
estatales, de entregárselos a las AFP vía subsidio a las pensiones
miserables o pasándoles créditos masivos a los grupos económicos
controladores de las universidades privadas, son políticas que mostraron
su fracaso.
Chile ha despertado de la somnolencia
transicional y, como hace tiempo no ocurría, el cómo se exprese el
movimiento social, su amplitud, diversidad, métodos y articulación con
lo político serán decisivos en la configuración de las reformas. La
decisión de los ex dirigentes estudiantiles de participar en la lucha
parlamentaria se está mostrando como positiva y útil y ese será un
escenario fundamental sobre el cual actuar. En otras palabras, sin
resolución de la crisis de representación de la política no habrá
cambios progresistas y esto se resuelve conectando una nueva forma de
hacer política con los movimientos sociales que levanten demandas
viables y con respaldos amplios.
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