Ante
las críticas que genera la Prueba de Selección Universitaria (PSU), el
académico estadounidense Richard P. Phelps subraya los problemas del
actual sistema, criticando el rol protagónico de los economistas en su
génesis, por sobre los expertos en construcción de pruebas y medición.
Son estos últimos los que deben reformular el examen, sostiene, y
transformarlo además en un sistema abierto y transparente, en vez de la
caja negra que es hoy.
Recientemente, en un
seminario en la Universidad Finis Terrae, sostuve que la PSU no podía
“arreglarse”, sino que debía desecharse. No abogo por la eliminación de
los exámenes de admisión a las universidades, pero sí sostengo que se
debe crear un examen más justo, más transparente y que entregue mejor
calidad de información.
Puede que el sistema de admisión anterior (PAA y PCE) haya requerido
de ajustes. Sin embargo, la estructura básica de una prueba de aptitudes
o destrezas como la PAA, que se correlacione bien con el desempeño
universitario, complementada con pruebas de contenidos focalizadas para
las distintas carreras es lo más cercano al ideal de sistema de ingreso a
la universidad al que se puede aspirar.
He examinado detenidamente la historia de la PSU durante la última
década, su financiamiento y el involucramiento del Banco Mundial en su
desarrollo. Un aspecto particularmente llamativo es el rol
ubicuo que han jugado los economistas en la creación y evaluación de la
prueba, en contraposición con la débil participación de profesionales
entrenados en construcción de pruebas y medición.
En reportes de la PSU (Proyecto Fondef) y del Banco Mundial (2001 y
2005) se advierte que un año los economistas han abogado porque la PSU
sea un examen de salida de la enseñanza media (que se correlacione con
el desempeño escolar en la enseñanza media). Luego, en otro reporte,
postulan que sea un examen de admisión propiamente tal (que se
correlacione con el desempeño en la universidad); que sirva además para
monitorear la implementación del nuevo currículo; que mejore la
efectividad del sistema educacional y que aumente las oportunidades de
acceso para alumnos de escasos recursos (de hecho, la evidencia indica
que ha disminuido sus oportunidades).
Ninguna prueba puede cumplir con lo que los defensores de la PSU
propusieron en relación a ella. La PSU fue promovida como una prueba
que puede hacer todo lo que uno pueda desear y más, pero nada de lo
prometido lo cumple bien. Es hora entregar la tarea a
especialistas que verdaderamente entiendan cómo debe construirse una
prueba de admisión y que estén dispuestos a ser abiertos y transparentes
con el público.
Las notas escolares y el ranking del alumno en sus colegios no
sustituyen la información que una buena prueba de admisión podría
aportar. Claro es que en la actualidad el país no cuenta con una buena
prueba, lo cual da pie para que algunos apoyen la eliminación de la PSU.
No es éste el único riesgo. Tal vez el riesgo mayor de mantener una
PSU disfuncional es el de teñir a todo el sistema de evaluación con su
mala reputación. Así, hay quienes han promovido la eliminación del
SIMCE, que de acuerdo a lo que he observado, está bien manejado.
Por todas las debilidades que veo en el manejo de la PSU, las
fortalezas del SIMCE me son evidentes. El SIMCE está pensado para
entregar información que permita mejorar la enseñanza. El SIMCE no es
una prueba de altas consecuencias para alumnos ni profesores. El SIMCE
entrega mucha información y lo hace públicamente, ciertamente no es una
“caja negra” como lo es la PSU.
Sería un error eliminar todos los tipos de pruebas, porque una esté
siendo mal manejada. Las evaluaciones son necesarias. Es relativamente
fácil saber lo que se está enseñando, pero sólo se puede saber cuánto
están aprendiendo los estudiantes, si se les evalúa.
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