Bajo el paradigma actual, el cierre de colegios públicos no es un defecto del modelo, es el modelo mismo.
LA ADMINISTRACION municipal de la educación pública, instaurada en
1981, arroja un balance concluyente y desolador: desde ese año a la
fecha, la cobertura de la educación pública ha pasado de un 80% de la
matrícula total a un 37,5%. Año a año se han ido cerrando colegios y
liceos públicos. Sólo para el año escolar 2013 había 42 establecimientos
públicos menos.
El cierre de estos colegios no ha sido objeto de pronunciamiento de
parte de las actuales autoridades ni tampoco de las próximas. Se
desconoce si a partir de marzo estos seguirán cerrados o se reabrirán.
No fue tema de campaña ni está en el programa de la Nueva Mayoría. Sí se
sabe que el próximo gobierno se ha comprometido a poner fin al actual
sistema de administración municipal y a traspasar los colegios públicos a
un servicio nacional descentralizado, conformado por distritos
escolares a cargo de servicios públicos locales, dependientes del
Ministerio de Educación.
Es justo señalar que el cierre de colegios públicos no es sólo de
responsabilidad de los municipios, sino que se desprende de la noción de
Estado subsidiario, donde lo público es concebido como una excepción o
anomalía temporal de lo privado. Cada cierre de un colegio público es en
el fondo una “buena noticia”, porque significa que en algún lugar se
está realizando la supremacía de la libertad individual para emprender
un proyecto educativo en reemplazo del Estado. Bajo este paradigma, el
cierre de colegios públicos no es un defecto del modelo, es el modelo
mismo. Por ello, la educación particular subvencionada no es una pieza
más dentro de un sistema hipotéticamente de provisión mixta, sino que es
la modalidad educativa intrínseca del principio de subsidiariedad y,
por lo mismo, aquella que se busca universalizar.
Ante el cierre de colegios, las comunidades educativas se han
movilizado y han ensayado iniciativas de autogestión pedagógica
comunitaria, siendo el caso del Colegio República Dominicana de La
Florida el más emblemático, aunque no el único. Pareciera que entre la
indolencia del mercado y el olvido del Estado se ha abierto un
intersticio por donde las comunidades locales han venido ensayando un
nuevo protagonismo. El remozado Estado Docente descentralizado que se
avizora debiera considerar al actor comunitario como parte de una nueva
concepción de educación pública, más atenta a la diversidad y a una
construcción “desde abajo”, evitando las tendencias centralistas,
verticalistas y homogeneizadoras del viejo Estado Docente.
El inicio de la “desmunicipalización” debiera ser la oportunidad no
sólo para debatir una determinada forma de administración de la
educación pública, sino un nuevo modelo de Estado post Estado
subsidiario. Ello implica una nueva forma de concebir la articulación
entre Estado, educación pública y los grandes objetivos del país:
desarrollo, igualdad, diversidad, regionalización, interculturalidad,
comunidad, ciudadanía, memoria histórica, entre otros. El renacer de la
escuela pública no es sólo un cambio de administración (que también lo
es), sino una redefinición y revalorización profunda de lo público en la
construcción del país en la próxima etapa.
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