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Columna de Opinión de Carlos Ruz.
Matemático UC. Investigador en Educación. Director de la Fundación Maule Scholar. Miembro de RINACE (Red Iberoamericana de Investigación Sobre Cambio y Eficiencia). Colaborador de la Revista Recrearte, Portal Educativo Curicopedia.
Estamos a pocos días, de una nueva evaluación del SIMCE en los
establecimientos educacionales del país, este año corresponde a los
niveles de 2º, 4º, 6º y 8º Básico, además de II Medio en Noviembre. Se
evaluarán los contenidos de las áreas de Lenguaje y Comprensión de
Lectura, Matemática, Ciencias Naturales, Escritura, además de algunas
evaluaciones específicas en discapacidad sensorial y educación física.
Es por ello, que la mayoría de los colegios y escuelas, se esmeran en
superar y aumentar sus puntajes, ya que representa en cierta medida (en
el colectivo social generado por años) como la manera en que validan sus
prácticas pedagógicas y académicas. Sin embargo, la pregunta es ¿Por
qué se esfuerzan tanto los colegios en mejorar un puntaje SIMCE?,
¿Quiénes pagan el costo de este esfuerzo? Veamos cual es el sentido de
todo esto.
Los colegios y escuelas del país, se someten al Sistema Nacional de Evaluación del Desempeño
(SNED) en el cual se hayan los establecimientos subvencionados por el
Estado, y además los regidos por el D.L 3166. El objetivo del SNED, es
supuestamente, contribuir al mejoramiento de la calidad de la educación
(lo que aún sigue siendo discutible) a través del incentivo económico y
el reconocimiento de los profesionales de los establecimientos con
mejores desempeños. Lo que quiere decir esto, es que se ponen a competir
las escuelas y colegios, y los que tengan mejores resultados, ganan
zanahoria y espaldarazos, el resto, solo críticas y látigos.
En SNED se compone de varios ítems en su evaluación, siendo el más importante (en un 65%) el SIMCE, en sus aspectos de efectividad (resultado del colegio o escuela) y superación
(comparación entre una evaluación y otra a lo largo del tiempo). Es por
ello, que los directivos y sostenedores colocan tanto empeño y ahínco
en superar y alcanzar altos puntajes en estas pruebas estandarizadas.
Estamos hablando de millones de pesos que los establecimientos se
juegan, además de su seudo reputación social (creada artificialmente por
el mercado educativo) y un ranking de colegios del mismo tipo (creando
la ilusión que un alto SIMCE implica calidad educacional).
Es en esta línea, que se comprende el porqué de tantas horas de
ensayos y más ensayos en las áreas consideradas más relevantes del
aprendizaje (aspecto que es por lo menos, cuestionable con todos los
estudios e investigaciones en neurociencias) a saber, matemática y
lenguaje. En muchos establecimientos educacionales del país, llevan
meses quitando asignaturas consideradas como “inútiles” por los
directivos escolares, tales como Educación Tecnológica, Artística,
Música, Educación Física, entre otros. Los someten a extenuantes
procesos de pruebas, planes de mejoramiento de rendimiento en preguntas
estandarizadas, les inventan asignaturas como “SIMCE”, les prometen días
libres, notas, viajes, hasta premios en dinero, sólo por un puntaje en
SIMCE.
Pero, ¿Quién paga toda esta locura?
Por una parte, los docentes y profesores de los establecimientos. La
mayoría los obligan a alcanzar ciertos pisos en puntajes para renovarles
los contratos (una práctica habitual es despedir el ultimo día hábil de
diciembre) o acosarlos frecuentemente con ensayos y más ensayos en sus
clases. Hay casos increíbles, de docentes que tienen que completar los
libros de clases con materias que jamás pasaron, solo para tapar todo un
trimestre de ensayos en matemática y lenguaje. Es una locura que no
puede seguir así. Lo peor, es que con la nueva clasificación de colegios
de la Agencia de Calidad Educativa, esta locura será exponencial.
Por otra parte, el costo lo pagan los que menos importan en ese
sistema educativo perverso: los niños y niñas. Muchos de ellos, sus
padres los llevan a psicólogos en estos meses por cuadros de ansiedad,
estrés, angustia o depresión. ¿Cómo es posible que niños de 9 o 12 años
sean sometidos a tanta vulneración de sus derechos más fundamentales?,
¿Dónde quedó el real sentido de la educación, que es hacer felices a
esos pequeños y pequeñas? Es inaceptable que los niños y niñas deban y
tengan que pasar por todo ello, y hay que ponerle atajo a eso, porque es
inmoral y decadente como sociedad.
Una educación que basa su modelo en pruebas estandarizadas y rankings
(que cuestan cerca de 25 mil millones de pesos, y que no tienen
repercusión en política educativa en el país) con el costo emocional,
afectivo y psicológico a docentes, niños y niñas, solo tendrá como
resultado, una sociedad enfermiza y depresiva, que perderá el sentido
real de lo educacional, que es hacer felices a las personas.