La
escritora Virginia Vidal recuerda la extraña muerte del poeta por cuya
vieja máquina de escribir pasaron todos los libros de Neruda, sus
Memorias y gran parte de su correspondencia. Virginia los conoció a
ambos y cuenta de su amistad a toda prueba que sólo la muerte
interrumpió. Su complicidad llegó al punto que el Premio Nobel incluso
le perdonó el haberle quitado a Laura Arrué, una de sus primeras musas y
a quien va dedicado uno de los sonetos de Veinte Poemas de Amor. Homero
Arce, secretario personal de Neruda, murió en febrero de 1977, tras una
brutal golpiza y nuca se supo quién fue el culpable.
Homero Arce me llamó
una mañana para invitarme a tomar té a su casa. Era el verano de 1975.
Me sorprendió encontrarlo muy apagado, junto a Laura Arrué, su mujer.
Tomamos once mientras conversábamos de muchas cosas. Eran muy
cariñosos entre sí y disfrutaban entregando su afecto a los demás. Él la
llamaba Lalita. Homero se nubló de tristeza cuando me dijo: “Matilde me trató muy mal, comenzó a hacerse la perdediza”.
Empapado en tristeza, este fino caballero sólo podía expresar afecto
con suave cortesía. Se refirió a las humillaciones infligidas por
Matilde. Él había entrado en la vida de Pablo mucho antes que ella,
solidario, aun cómplice en todas las circunstancias. Hasta el último,
Homero había recibido el dictado de esas memorias que la muerte del
poeta impidió corregir.
Pero entre Matilde y Homero se había producido una desavenencia sin
vuelta posible. Según Matilde, él había deseado quitar, por miedo, el
último capítulo de Confieso que he vivido. Acto que consideró
de extrema cobardía y por esto lo increpó. Según Homero, no fue sino un
pretexto para provocar un corte definitivo, pues Matilde le tenía una
inquina feroz porque lo sabía “amigo de Pablo en las buenas y en las
malas”. La verdad es que Matilde, después del episodio del enamoramiento
de Neruda de su sobrina Alicia Urrutia, vio a Homero como el alcahuete.
Al despedirnos, Laurita insistía: “¿Cómo te hago un cariño?
¿Aceptarías algo de mi mano?”. Con un gesto tan de colchagüina, me
regaló un cartucho de panes amasados por ella misma y Homero me fue a
dejar al paradero de buses, reiterándome que lo llamara por teléfono en
cuanto estuviera en mi casa. Lo llamé, para su tranquilidad. Después de
ese episodio, no volví a verlo.
De la vieja amistad entre ambos poetas, queda el poema Llegó Homero, del conjunto Cuatro poemas escritos en Francia. Neruda invitó a su amigo a París cuando recibió el Premio Nobel.
Durante esa estadía en Francia, Neruda le solicitó a Homero la selección de los poemas que integrarían la Antología Popular de Pablo Neruda,
su regalo para el pueblo de Chile por haber recibido el Premio Nobel.
Esta selección poética no proporcionaría a Neruda derechos de autor. Era
de gran formato, ciento veintiséis páginas, con un prólogo de Salvador
Allende y una breve columna con datos de vida y bibliografía en la
contratapa. Según se advierte al inicio: “Este libro no puede ser puesto en venta. Su finalidad es que llegue en forma gratuita al pueblo chileno”. También se señala: “La
selección fue confiada por el autor a Homero Arce y el trabajo se
realizó entre este escritor y el poeta en su casa de ‘La Manquel’, aldea
de Condé-sur-Iton, de la Normandía francesa, en el mes de septiembre de
1972”.
Laurita Arrué (1907-1986) era profesora, estudió en la Escuela Normal
Nº 1 y en su época juvenil se incorporó a la bohemia nerudiana. En
1924, inició un romance con Neruda. Dicen que el flechazo entre ambos
fue inmediato. Según Diego Muñoz, “para nuestra rueda de amigos, Laurita era nuestra Greta Garbo propia”. Neruda la llamaba Malala y Señorita Saint-Sauver.
Homero Arce, quien conoció a Laura una vez que ya estaba en una
relación con Neruda, también quedó prendado, casi instantáneamente.
Cuando se fue Neruda al Asia (como cónsul en Rangún, ex Birmania) y
según se habían prometido, siguieron escribiéndose cartas apasionadas,
pero Laura no recibió las de Pablo. Pablo tampoco las de Laura. ¿Quién
las interceptó? Homero Arce, aprovechando su condición de funcionario de
Correos (fue secretario de la Dirección General de Correos y secretario
del Correo Central). Su pasión no tuvo límites, por algo le decían
Otelo. Ahí empezó el amor entre ambos. Muchos decían que Homero había
secuestrado a Laurita. Dejó a esposa e hijos para dedicarse por entero a
su amada y no se separaron en cuarenta años.
El testimonio de puño y letra de Laurita Arrué sobre la muerte de Homero, consta en su libro Ventana del recuerdo (Nascimento, 1982). También se lo entregó a la escritora Matilde Ladrón de Guevara, quien lo reprodujo en uno de sus libros.
Homero salió de su casa a las 10.00 del 2 de febrero de 1977. Se
dirigía a la Tesorería General para dejar un formulario donde solicitaba
se le descontara el 5% de las imposiciones de la Caja de Empleados
Públicos. Sin embargo, no volvió a casa hasta las cuatro de la madrugada
del día siguiente, despeinado, y los ojos inyectados en sangre.
En la Tesorería, se dijo después, sufrió un desvanecimiento y se
llamó a un carabinero para acompañarlo a la Posta Central. No obstante,
nunca constó su llegada en los registros de la posta. De cuanto llevaba,
sólo desapareció su carnet de identidad. Del carabinero, no quedó
registro.
Homero regresó moribundo a casa. Sólo atinaba a gritar: “¡Defiéndeme, Laurita!”. “¡Defiéndeme, Laurita!”.
Murió a las ocho de la mañana, el 6 de febrero de 1977 en el Hospital
Barros Luco. El médico descubrió una herida no sangrante detrás de la
oreja.
Laura, quien no tuvo hijos con Homero, murió en 1986, también de
manera muy extraña. De hecho, nunca se supo cómo ocurrió el incendio en
su casa donde se quemó viva.
Homero Arce fue una de las víctimas del crimen anónimo, como lo
denunció el crítico Edmundo Concha en su conferencia en la Biblioteca
Nacional, en 1991, durante el ciclo nerudiano. No aparece en las listas
del Informe Rettig, pero fuerzas represivas lo detuvieron, lo golpearon
hasta dejarlo inconsciente y murió en el hospital Barros Luco a los
pocos días.
De este caballero quedan sus sonetos perfectos en El árbol y otras hojas, su Canto a Santiago, clavel de fuego
(grabado por el sello Phillips en 1965) y un hecho que no merece ser
borrado de nuestra memoria: por su vieja máquina de escribir pasaron
todos los libros de Neruda y gran parte de su correspondencia. Como dijo
en su momento Laurita Arrué: “En eso se le fue la mitad de la vida”.