Por primera vez cinco jóvenes de Hualañé ingresaron a
la U. de Chile. El rector Víctor Pérez fue a buscar el porqué y se
encontró con una comuna que aplica las mejores prácticas en educación,
sin discursos, basándose en la confianza y colaboración. Como en
Finlandia.
por Elizabeth Simonsen
"¿A cuántos les gustaría estudiar en la U. de Chile?". Así inicia el
rector de la U. de Chile, Víctor Pérez, cada charla que ha dado en los
encuentros con estudiantes municipales durante este año. Más de mil
alumnos han sido contactados en el marco de la difusión del Sistema de
Ingreso Prioritario de Equidad, que ofrece cerca de 400 cupos para
alumnos vulnerables.
La mayoría del auditorio levanta la mano. A continuación, Pérez
pregunta: “¿Cuántos creen que pueden estudiar en la U. de Chile?”. Las
manos se reducen. Siempre sucede lo mismo, pero este miércoles 22 de
agosto, el caso es especial. “Estamos aquí porque algo pasa en este
liceo”, dice Pérez ante un centenar de jóvenes reunidos en el gimnasio
de Hualañé. Si bien cerca del 60% de los alumnos del único liceo de la
comuna de la Séptima Región sigue estudios superiores, la mayoría lo
hace en institutos. Este año es primera vez que cinco logran ingresar a
la U. de Chile. Uno, incluso, se convirtió en el primer puntaje
nacional.
“Descubrimos que aquí hubo algo mágico”, dice ante la audiencia un emocionado Pérez.
Víctor Cuevas no sólo quería ser el primer universitario de su
familia. Siempre supo que su objetivo era estudiar en la U. de Chile.
“Quería ir sólo a esa universidad”, recuerda Pabla, su madre.
Su compañero Jesús también había vislumbrado ese camino. Cuando niño,
el único objetivo de sus padres, un temporero y una dueña de casa, era
que terminara el cuarto medio, al igual que sus hermanos. Pero a medida
que Jesús comenzó a subir las notas, el sueño de ser profesional
apareció. Partió con una carrera técnica del área agrícola. Era su
realidad: la mayoría de los 10 mil habitantes de la comuna trabaja como
temporeros o en el área forestal.
Jesús pronto se dio cuenta de que era bueno para las matemáticas y el
sueño de ser universitario se hizo más claro. Y ahí estaba Víctor para
apoyarlo. Y estaban Yanitza y María de los Angeles. Y Graulina. Los
cinco que lograron entrar a la U. de Chile más sus otros compañeros.
Allí estaban los hijos de los temporeros, del médico, de los profesores y
de los asistentes sociales, todos quienes estudian en el liceo.
A Víctor no le importaban las dos horas de viaje de ida y las dos
horas de vuelta a Curicó los fines de semana para tomar un
preuniversitario. Ayudó a Jesús y al resto a estudiar. Jesús ayudó a
Yanitza y Yanitza a otros. No era un grupo establecido. La ayuda venía a
cualquier momento.
Los compañeros pedían que el consejo de curso terminara antes para
que Víctor les hiciera repaso. “Tenía tiempo: trotaba todos los días y
estudiaba para la PSU. Me di cuenta de que no me costaba estudiar y que
quería compartirlo”, cuenta Jesús. El y sus otros compañeros comenzaron a
hacer clases y repasos a los de primero medio.
Pero en una comuna con una tasa de pobreza que casi duplica el
promedio nacional (26%), ir a la universidad puede ser un sueño
inalcanzable.
Jesús: “La jubilación de mi papá es de 80 mil pesos. Con eso vivíamos
los tres. Vivíamos bien. Pero ¿cómo iba a pagarme la universidad? Había
visto becas que cubrían el arancel de referencia. ¿Y la pensión?
Tendría que pagar un arriendo de 50 mil. ¿Cómo íbamos a vivir con 30
mil?”.
Supieron por Víctor del programa de equidad de la U. de Chile. Entre
todos hicieron los papeles y pidieron permiso en el colegio para
tramitarlos. No fue lo único. Había que esforzarse más para entrar vía
PSU y no quitarle un cupo especial al compañero. Víctor lo consiguió.
María de los Angeles entró por cupo BEA y Graulina, Yanitza y Jesús, por
equidad.
“Los jóvenes agenciaron su aprendizaje. Pero la solidaridad se
educa”, dice la prorrectora de la U. de Chile, Rosa Devés. Y la comuna
parece haberla educado.
Según los teóricos, las políticas públicas han seguido cuatro caminos
en educación. La primera caracterizada por un fuerte rol del Estado y
expansión de la educación. En la segunda, las escuelas debieron competir
por resultados. Como ninguna dio resultado, en los 90, los gobiernos de
Blair y Clinton prometieron no dejar a ningún niño atrás con un nuevo
modelo: a las escuelas se les exigen resultados, pero el Estado regula y
apoya.
La cuarta vía es la que ha impulsado Finlandia. Se resume así:
autonomía a los colegios, docentes comprometidos y autónomos, que son
respetados; colaboración entre todos; una cultura orientada al
aprendizaje y no a los resultados.
“Esto es tan bueno como Finlandia”, dice Rosa Devés, a la salida de
la reunión con los directores de las 11 escuelas de Hualañé. Afuera, por
más de dos horas, una bicicleta permanece apoyada en un árbol sin
cadenas, símbolo de la confianza que reina en el pueblo, bañado
longitudinalmente por el Mataquito. La misma confianza que existe en los
profesores. El 76% fue calificado como competente o destacado en la
evaluación docente de 2010.
“Hay confianza en los profesores, son autónomos. Cada uno diseña su
clase y no aplican un método impuesto”, dice Cristián Bellei, académico
del Ciae de la U. de Chile, sobre la escuela Amelia Vial de Concha, una
de las mejores de la comuna. En el último Simce equiparó a los mejores
colegios del país, con 315 puntos en matemáticas, y ha mantenido esos
resultados, por lo menos, hace una década.
La misma semana en la que Pérez visitó Hualañé, Bellei llevaba varios
días en la zona: es la segunda parte de un estudio iniciado hace 10
años sobre los factores en común de las escuelas eficaces.
También existe colaboración. Por ejemplo, en la escuela Amelia Vial
los profesores más jóvenes aprenden de los mayores. “Es de esas escuelas
que tienen motor propio y cuando no hay apoyo, se lo buscan”, dice
Bellei.
Una vez al mes, todos los profesores de las escuelas rurales cruzan
aquellos caminos que sólo se pasan en 4x4 para llega a una de las
escuelas y hacer clases a los alumnos locales, frente a los colegas,
quienes observan y toman nota. Al final, le harán recomendaciones de qué
hizo bien y qué debe mejorar. La rutina permite mejorar las prácticas
pedagógicas.
De las siete escuelas con resultados en el Simce 2012, tres superaron los 280 puntos y dos de ellas lograron más de 300.
“Existe un equilibrio adecuado entre coordinación y autonomía. En
resumen, aplican todas las buenas prácticas, pero con poco discurso. La
confianza y la participación son dos elementos clarísimos en Finlandia y
acá están presentes”, dice Devés.