Dice que existen “personajes porfiados” que lo niegan
Un factor que incide a su
juicio es la deslegitimación de “todos los componente esenciales del
sistema de ideas y valores que sostiene el actual orden social: el
lucro, el éxito medido por el dinero y la posición social, el deterioro
en credibilidad de su principal confesión religiosa, el virtual
desmoronamiento en la fe pública de instituciones vitales como las de la
política y la justicia, el rechazo a los sistemas de salud y
previsionales, por cierto al sistema educacional, a las tradiciones
valóricas relativas al sexo y al género, a las normas de comportamiento
cotidiano”.
El columnista y sociólogo,
Fernando Villegas, reafirmó su tesis respecto a que en el país se vive
una “revolución” por todas las señales que existen, cuestionando de paso
a quienes hablan de meras “demandas ciudadanas” que responden a una
sociedad que está cada día más empoderada.
Así lo expone en su columna en La Tercera, en donde sostiene que hay
señales claras de una “revolución que se ha echado a la boca y “está en
trance de aprestarse a comérsela y digerirla”.
Sin embargo, el también escritor cuestiona a quienes no creen en
estas señales, afirmando que hay “quienes no desean ni siquiera oír
hablar de eso se obstinan en decir que no, que cómo se le ocurre decir
eso, que se está exagerando, que todo no es sino “la demanda ciudadana
de un pueblo empoderado””.
En ese sentido, Villegas recurre a su conocido sarcasmo y expresa que
“estos personajes porfiados podrían decir lo siguiente: “es verdad que
hay una enorme mayoría de jóvenes deseando cambiar o incluso demoler el
modelo, un gran contingente de gente de izquierda redescubriendo sus
aspiraciones, clichés y tropismos adolescentes, partidos y/o movimientos
y/o sectas que agitan todo lo que puede agitarse, un Estado débil al
cual le cuesta un mundo o hasta le resulta imposible imponer el orden,
un discurso ideológico deslegitimando todas las instituciones del actual
sistema, valores novedosos y “progresistas” imponiendo su devocionario
con cierta violencia verbal y conceptual y echando a empujones del
escenario a los antiguos, un elevado grado de crispamiento político y
emocional dividiendo ya incluso las familias, amen de etnias y
comunidades aspirando a la autonomía y otras acercándose a lo mismo,
poderes paralelos –la calle y los movimientos sociales- atreviéndose a
todo, incluso a bailar zapateado americano sobre la mesa de los
Honorables, en fin, que hay eso y mucho más, pero aun así eso es sólo
“la demanda ciudadana de un pueblo empoderado…”.
Villegas para explicar las razones por las que algunos no aceptan lo
que está sucediendo en el país, señala que un sector de la población de
50 años, que experimentó “los años de beligerancia primero, de
encarnizamiento después y al final de asfixia vividos entre 1971 y
1990”.
Asimismo, agrega que otro punto es el cine que “ha ayudado a
distorsionar el entendimiento del fenómeno. A la voz “revolución”
asaltan la mente imágenes sacadas de una producción dde la
Metro-Goldwyn-Mayer con desquiciadas turbas callejeras asaltando la
Bastilla. O la clásica y muy latinoamericana de barbudos de uniformes
verde oliva entrando a la capital, ya victoriosos, montados en jeeps y
disparando al aire mientras un tirano de opereta huye tras bamabilas”.
En ese sentido, el columnista explica que todas las revoluciones
muestran una matriz mucho más complejas que la que muestra el cine.
Añade que en todas las revoluciones existe violencia física, pero
advierte que estas son menos, ya que en el 99% de la violencia que se
ejerce “en escala mayor y abarca a toda o a una gran parte de la
población es más bien verbal, simbólica e institucional; consiste no en
golpes, disparos o guillotinas, sino en quiebres de costumbres,
liquidación de intereses y prácticas y deslegitimación de los valores y
normas de comportamiento del “antiguo régimen”, todo lo cual genera
cambios de fortuna personal, cierre o apertura de oportunidades,
comportamientos bruscos, acciones forzadas, quiebres emocionales,
desconcierto y confusión”.
Respecto al tiempo cuando una sociedad comienza a transitar por un
periodo de conflicto social, Villegas expone que en el país se presentan
todas.
Al respecto explica que hay una generación joven que está involucrada
no sólo en marchas por la calidad de la educación o por el no al lucro,
sino que “en su inmensa mayoría, aunque hijos del modelo, son hijos
pródigos que no tienen interés en regresar al alero parterno”.
También sostiene que una “proporción abrumadora de la población
chilena entre los 15 y 30 años aproximadamente tiene cero apego al
modelo, considera necesario modificarlo radicalmente o lisa y llanamente
destruirlo”.
Otro factor es la deslegitimación de “todos los componente esenciales
del sistema de ideas y valores que sostiene el actual orden social: el
lucro, el éxito medido por el dinero y la posición social, el deterioro
en credibilidad de su principal confesión religiosa, el virtual
desmoronamiento en la fe pública de instituciones vitales como las de la
política y la justicia, el rechazo a los sistemas de salud y
previsionales, por cierto al sistema educacional, a las tradiciones
valóricas relativas al sexo y al género, a las normas de comportamiento
cotidiano”.
“¿Puede realmente creerse que cuando se han juntado todos esos
ingredientes, dignos de una enorme y contundente cazuela, de ellos sólo
emergerá un pálido caldo de hospital? La palabra “revolución” –o etapa
prerrevolucionaria, si lo prefieren- puede ser innombrable, pero no
parece haber otra que se ajuste mejor a lo que se siente, se huele y se
ve en el aire”.