Publicado: 24.07.2012
Su
convicción de que, “salvo cambios sustanciales”, el proyecto de ley que
crea una Superintendencia de Educación Superior “legitimará el statu
quo”, es la base de este impactante análisis de Arturo Fontaine sobre
cómo funciona el lucro en las universidades y la filosofía del modelo
que impera en Chile. Apoyado en datos como la estimación de que “el
mercado de las universidades privadas mueve entre US$ 1.800 millones y
US$ 2.000 millones anuales” o los “US$ 3.82 billones” que pagó KKR &
Co LP (KKR.N) por Laureate, en EE.UU., Fontaine compara nuestro marco
legal con el estadounidense, en donde 21 fiscales generales investigan
denuncias de fraudes e ilegalidades de universidades con fines de lucro.
Cita al prestigioso hedge fund manager de Wall Street, Steve
Eisman -las universidades con fines de lucro “son socialmente tan
destructivas como la industria hipotecaria sub-prime”-, cuyas practicas
deslegitiman a la empresa privada y “tienden a producir un efecto
dominó”. Esa “visión fabril de de la universidad y de la vida” lo
provoca a decir: “No debemos doblegarnos. A nosotros nos toca estar a la
altura de esa promesa. ¡Non serviam!”.
1.- ¿Hay universidades que lucran en Chile?
“Las universidades privadas vuelven a tomar el protagonismo en el mundo de los negocios” comienza diciendo el artículo “Universidades: un mercado bullente”, publicado en Qué Pasa
el 18 de junio del 2010. Luego alude a transacciones por “US$ 70
millones por el 60% de la Universidad Santo Tomás”, “US$ 40 millones por
la Uniacc” y “alrededor de US$ 250 millones en la compra de las
universidades Andrés Bello (2003), Las Américas (2006) y Viña del Mar
(2009)”. Afirma que “ex controladores de la Universidad Andrés Bello”…
que entraron a la propiedad de la San Sebastián… “han invertido cerca de
US$ 100 millones”.
Más adelante señala: “La Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza
(LOCE) establece que las universidades privadas son entidades sin fines
de lucro, pero aquí hay bemoles…son pocas las que admiten que parte de
sus utilidades terminan en dividendos para los accionistas”.
Se estima que “el mercado de las universidades privadas mueve entre US$ 1.800 millones y US$ 2.000 millones anuales…
la rentabilidad… alcanza “al 15% o al 18%”. Según un rector
entrevistado “el modelo de negocios es similar al retail. Parte
importante de ‘las ventas’ están asociadas a los créditos que los mismos
alumnos y sus familias piden a los bancos -o al Estado- para financiar
sus estudios. Como las uuniversidades no pueden repartir dividendos, los
dueños de estas entidades crean sociedades inmobiliarias, que son las
que levantan los edificios en los cuales operan las casas de estudio…Y a
través del arriendo obtienen dinero de las fundaciones educacionales.
Es una fórmula para poder extraer los recursos que se han acumulado”,
explica un actor de esta industria. Un ex controlador asegura que, “en
algunos casos los centros de computación, los servicios de transporte y
parte de las empresas externas -como los guardias- son propiedad de los
dueños de las casa de estudio, quienes cobran por estos a la
universidad”.
“Las universidades con fines de lucro tienden a parecerse a los preuniversitarios. Son instituciones más de adiestramiento e instrucción que universidades en sentido propio. Su aporte a la generación de bienes públicos, de existir, tenderá a ser muy magro. Si queremos honrar el principio de la libertad de enseñanza y permitirlas por ley debieran organizarse como empresas comerciales, perder los privilegios de las sin fines de lucro y quedar sometidas a un severísimo estatuto especial”.
En una entrevista titulada “Cuarto mayor administrador de capital privado evalúa inversión en Chile”, publicada en El Mercurio
(Economía y Negocios, 3 de junio del 2011), se preguntó a Henry Kravis
-fundador y CEO de KKR: “¿Ha analizado oportunidades de inversión en
Chile?”. “Efectivamente» -contestó-«…Volveré.» He quedado impresionado.
Me junté con la gente del gobierno y Chile está en buen pie.” Y, luego,
“¿Qué conversó con las autoridades?” Mr. Kravis responde: “Hablamos
mucho sobre necesidades de infraestructura y de educación que Chile
requiere. Nosotros tenemos tres universidades en Chile a través de Laurete Education
(fondo que controla KKR), Andrés Bello, Universidad de las Américas y
el instituto AIEP…Esa industria nos parece muy interesante”.
Sin duda, hubo aquí un problema de traducción. O, quizás, si no había
traductor, fue un problema de acento. Sin duda, nuestras autoridades le
explicaron a Mr. Kravis que en Chile, a diferencia de Estados Unidos,
por ley las universidades no pueden ser negocios. Sin duda, Mr. Kravis
no entendió bien. Pero Mr. Kravis lo que sí entiende -y muy bien- es qué
es un negocio y qué no lo es. Es uno de los grandes de Wall Street. Y
Mr. Kravis cree de buena fe que tiene en Chile un buen negocio, y lo
dice. Lo que no le impide donar a universidades que realmente no tienen
fines de lucro. Conoce perfectamente bien la diferencia. No hace mucho
donó, por ejemplo, US$100 millones a Columbia University, donde estudió.
En una información divulgada por Reuters el 29 de marzo del 2012, se anuncia que “Laurate Education se prepara para una IPO” (Inicial Public Offering).
Más adelante se lee que “los planes para un largamente anticipado IPO
de Laureate llegan cuando en el mercado accionario de USA… las
evaluaciones de compañías del mismo rubro han sido golpeadas debido a
investigaciones de los reguladores, publicidad perjudicial y lento
crecimiento. Laureate, sin embargo, tiene una fuerte exposición en
mercados emergentes. La mitad de sus ingresos viene de México, Chile y
Brasil, donde la educación post-secundaria está menos regulada, según
una nota de Standard & Poor’s”. Más adelante afirma que KKR &
Co LP (KKR.N) pagó “US$ 3.82 billones” por Laureate”. El consorcio que
lidera KKR está integrado también por Citigroup Private Equity, S.A.C.
Capital Management LLC, SPG Partners, Bregal Investments, Caisse de
depot et placement du Québec, Sterling Capital, Southern Cross Capital,
entre otros.
Si no estamos hablando aquí de negocios, ¿de qué estamos hablando?
Y a estas informaciones se podrían añadir las de CIPER y, por cierto, la investigación contenida en el libro El Negocio de las Universidades en Chile de María Olivia Monckeberg, recientemente reeditado.
2.- Las universidades tienen un estatuto jurídico particular
La ley chilena que establece que las universidades son corporaciones
sin fines de lucro viene de 1981. Esto significa que los excedentes que
existieren, una vez cubiertos los costos, no pueden ser distribuidos
como utilidades entre los socios o controladores de la institución. Por
el contrario, cualquiera sea su origen (donaciones, rentabilidad por
inversiones, matrículas, servicios, aportes del Estado, u otros) han de
ser destinados a la prosecución de su finalidad propia. Si por ejemplo,
por la vía de una empresa suya que arrienda a la universidad los
terrenos en los que funciona, un controlador lograra que una parte de
los excedentes terminara en sus manos, se habría transgredido el
principio de la no distribución de excedentes. Si eso sucede, la
prohibición de lucrar pasa a ser inoperante, es letra muerta. Estos
resquicios son triangulaciones que dejan a los mismos a ambos lados del
mesón. Utilizar máquinas legales para convertir las universidades en
inversiones o negocios es contrario al espíritu de la ley y constituye
una actividad antijurídica.
La norma prohíbe el lucro; no sólo el lucro excesivo o abusivo. (Para
esto último no sería necesario un estatuto jurídico especial).
Ello se establece anticipando un posible conflicto de interés entre
los fines de la institución y los propios de los encargados de dicha
corporación universitaria. Se trata de una norma prudencial. Como
veremos, ello tiene su lógica.
Como
he escrito en otra oportunidad, “¿puede una universidad estatal o una
sin fines de lucro crear un empresa comercial que haga estudios
(informes económicos, financieros, jurídicos, medioambientales, por
ejemplo) remunerados por terceros y con ello complementen sus ingresos
sus académicos y la universidad incremente los recursos con que cuenta
para sus fines? Por cierto. ¿Puede una universidad de esa naturaleza
permitir que sus docentes se agrupen y constituyan una sociedad
comercial para prestar, por ejemplo, servicios médicos pagados por
terceros? Por cierto. ¿Puede una universidad permitir que sus
investigadores se asocien con una empresa comercial (un laboratorio, por
ejemplo) y con la propia universidad para realizar determinadas
investigaciones y, eventualmente, lucrar con la patente generada por la
investigación de marras? Por cierto. En todos estos casos los
universitarios involucrados están realizando actividades propias de un
académico y allegando recursos para la universidad y/o mejorando sus
ingresos por esa vía. Por cierto, pueden suscitarse conflictos de
interés. Dependerá de cada universidad fijar los criterios que organicen
y normen estas actividades que, prima facie, son no sólo perfectamente
lícitas sino muchas veces convenientes para desarrollar la innovación y
la investigación. No estoy seguro de que el Estado deba regular estas
situaciones, pero tampoco lo excluyo de manera tajante. Es un asunto que
merece un análisis pormenorizado».
Estas reflexiones, apuntan a situaciones que implican ingresos
obtenidos por los controladores de la universidad -a su vez dueños de
una empresa comercial- llevando a cabo actividades lucrativas no
académicas y que celebra contratos con esa misma universidad.
Estas prácticas arteras violentan el espíritu de la ley y alimentan
la desconfianza no sólo respecto del comportamiento de los empresarios
en este rubro específico sino que más allá de él. Comienza así la
deslegitimación de la empresa privada en otras áreas aunque en ellas
marche bien. Son situaciones agraviantes que tienden a producir un
efecto dominó. Nada se saca con cerrar los ojos. Esto mancha al
empresariado. Sobre todo ante la juventud. Ello tendrá consecuencias. De
hecho, las está teniendo ya.
Nunca ha habido en Chile universidades con fines de lucro. Hasta 1981
las universidades se creaban por ley y todas las privadas fundadas de
este modo -la PUC, la Universidad de Concepción, la Universidad
Austral, la Federico Santa María- fueron instituciones sin fines de
lucro. Uno podría afirmar que en Chile nunca se pensó permitir
universidades con fines de lucro. Cuando se reformó la LOCE, durante el
gobierno de Michelle Bachelet, esa norma no se cambió.
Los títulos universitarios son reconocidos por el Estado y, por lo
tanto, estas prácticas atentan contra la fe pública. Estos títulos sólo
pueden concedidos por las universidades. Las universidades tienen un
régimen legal especial: no pagan impuestos de primera categoría, no
pagan IVA por sus servicios, no pagan la contribución de bienes raíces y
pueden recibir donaciones que las empresas descuentan, en parte, de su
renta imponible. Las empresas inmobiliarias que arriendan a
instituciones educacionales no pagan el impuesto a los bienes raíces.
Las universidades pueden obtener recursos del Estado para la
investigación vía los concursos de Conycit y sus alumnos vulnerables
-según la última propuesta del Gobierno, en principio, hasta un 60% del
total- financiarían sus estudios con becas y préstamos blandos (2% de
interés) avalados por el Estado y que, según dicha propuesta, se
devolverían en cuotas relativas al ingreso del titulado y en cualquier
caso a los quince años la deuda se extinguiría. Las universidades están
sometidas a un sistema de acreditación que depende del Estado.
3.- ¿Tiene algo peculiar la educación universitaria?
La pregunta es cuál es el fundamento de este régimen jurídico de
excepción. El asunto obliga a reflexionar acerca de la naturaleza de la
educación.
¿Por qué el lucro se permite si se trata de un fármaco riesgoso -un
psicotrópico, por ejemplo- y no en una universidad? ¿Por qué financia el
Estado la construcción de viviendas sociales y permite que su
construcción sea realizada por empresas privadas comerciales y no sucede
lo mismo en las universidades? ¿No hay aquí una contradicción? ¿No hay
aquí un viejo prejuicio y nada más? Quienes son partidarios de las
universidades con fines de lucro razonan por analogía. Lo que resulta en
ciertos mercados -si son competitivos- como el de la ropa, los jabones o
los preuniversitarios, por ejemplo, debe resultar también en el campo
universitario. Mal que mal el ser humano es el mismo. Los incentivos que
funcionan aquí deben funcionar allá.
“Si por la vía de una empresa suya que arrienda a la universidad los terrenos en los que funciona, un controlador lograra que una parte de los excedentes terminara en sus manos, se habría transgredido el principio de la no distribución de excedentes. Si eso sucede, la prohibición de lucrar pasa a ser inoperante, es letra muerta…Utilizar máquinas legales para convertir las universidades en inversiones o negocios es contrario al espíritu de la ley y constituye una actividad antijurídica”.
Los preuniversitarios y las escuelas de idiomas, por ejemplo, son
instituciones educacionales, pero no están sometidos a un estatuto
jurídico específico y tienen fines de lucro. Funcionan razonablemente
bien.
Lo que caracteriza a una universidad es el carácter multidimensional
de su educación. La formación tiene una parte privada y una parte
pública. El estudiante que se gradúa en derecho en esta Facultad,
debiera por un lado ser capaz de ganarse la vida como abogado. Por otro,
ha de haber sido educado como persona y como ciudadano, y como
ciudadano que tendrá un peso especial por su educación. “La educación
superior -escribe Martha Naussbaum- prepara a los estudiantes… para una
carrera, pero también para ser ciudadanos y para vivir”. La conducta
profesional interesa no sólo a él y a sus clientes sino que al país. El
clima de juridicidad o anti-juridicidad imperante, por ejemplo, depende
en importante medida de cómo se comportan los abogados, qué censuran,
qué toleran y qué celebran.
Ese joven abogado no sólo será un profesional y un ciudadano sino que
una persona que toma decisiones, que ama, tiene hijos, amigos y amigas,
tiempo libre, aficiones, y que tendrá logros y decepciones, alegrías y
sufrimientos. La universidad debe acompañar, creo, al joven en ese
periodo crucial en el que va pasando de su última adolescencia hasta el
preludio de sus días como joven adulto. Estos años universitarios son
los de las grandes preguntas, las que apuntan al sentido de lo que
hacemos y queremos de nuestras vidas.
He hecho clases de filosofía en la Escuela de Ingeniería Civil de la
Universidad de Chile, y he visto cómo, pese a que algunos alumnos llegan
a la clase exhaustos y con irrefrenables ganas y necesidad, incluso, de
dormir, surgen allí inquietudes e interrogantes verdaderamente
filosóficas que se plantean con inteligencia y naturalidad. Y he
comprobado con qué seriedad, con qué genuina curiosidad intelectual
pueden estudiar estas materias.
“Nunca he encontrado, escribe Andrew Delbanco, una mejor formulación
–‘muéstrame cómo pensar y cómo elegir’- de lo que una universidad debe
tratar de ser: una ayuda para la reflexión, un lugar y un proceso
mediante el cual la gente joven hace un balance de sus talentos y
pasiones y empieza a ordenar su vida de una manera que es verdadera para
ellos y responsable respecto de los demás”. Es un grave error -diría
que a veces es la marca de un prejuicio clasista- pensar que una
educación así sólo es para los privilegiados. Al contrario. Nuestra
tarea es darle a grupos amplios de estudiantes este tipo de educación.
La instrucción que imparte un preuniversitario o una escuela de
idiomas, en cambio, es reducible a un conjunto de conocimientos que
pueden identificarse y medirse con bastante precisión. Un
preuniversitario no se ocupa de formar a una persona, a un ciudadano. La
universidad sí.
Una institución educacional con fines de lucro funciona bien cuando
puede medir sus resultados. Porque logradas las metas propuestas, el
dueño tiene derecho, entonces, al excedente. Es lo que ocurre en una
escuela de idiomas. El alumno puede evaluar razonablemente bien los
resultados de la instrucción. También podría hacerlo una agencia del
Estado. Es lo que ocurre cuando una empresa constructora hace casas con
subsidios estatales. Las especificaciones permiten a los funcionarios
del Estado verificar con suficiente precisión si la casa cumple o no con
lo que se pedía.
En los procesos educacionales complejos eso no es posible. Por
ejemplo, en el proceso educacional más importante: la paternidad y la
maternidad. No se puede reducir lo que debe hacer un padre a un conjunto
de variables que podríamos medir y evaluar. Hay algo que escapa a todo
indicador. Por eso no tendría sentido contratar a un padre (es el tipo
de cuestión que explora Michael Sandel en su último libro). No es que no
se pueda. Podríamos contratar a un padre y fijar una pluralidad de
variables y sus ponderaciones en función de las cuales se evaluaría su
rendimiento. Podría suceder que ese padre lograra un excelente
rendimiento en todos los indicadores, superior incluso al de una muestra
representativa de los padres normales. Y sin embargo… Lo que quiero
decir es que un padre contratado para serlo, no es un padre. Eso, lo que
hace un padre, no se hace por dinero. No es cuestión de “resultados”.
Si una persona llegara a ser para un niño, para un adolescente, un
verdadero padre o madre y descubriera después que ese padre, que esa
madre lo hizo por dinero, creo que ese joven sentiría que ha sido
engañado.
Quiero decir que -aunque ciertamente el caso no es tan extremo como
el anterior- para el educador, en los momentos en que es propiamente un
educador, educar es una extensión de la paternidad o de la maternidad.
Tal vez por eso la cuestión del lucro en la educación suscite tantas
aprehensiones y preguntas hasta hoy y desde tan antiguo. Ya Sócrates
ironizó a los sofistas por supeditar la educación al lucro y vender
saberes que no tenían, en otras palabras, por “pasar gato por liebre”.
El sofista, según Platón, es criticado por ser un “cazador de jóvenes
ricos”, un “mercader (emporos) de los conocimientos del alma” y un
“mercachifle (kapelos) de estos mismos conocimientos”. Xenofonte los ve
como “meretrices del saber”. Haya sido justa o injusta la acusación, nos
dice algo acerca del concepto de educación. Me gustaría invitarlos a
reflexionar y discutir sobre esto.
Por
cierto, en la universidad se puede y debe evaluar el conocimiento de
los alumnos en determinadas materias. Pero siempre importantes
dimensiones quedan fuera y -asunto delicado- se afecta el modo en que se
educa. Si la prueba controla material aprendido de memoria, el alumno
va a memorizar. Si se trata de trabajos escritos y razonados, el alumno
se ejercitará en ello. La importancia y multiplicación de pruebas de
opción múltiple hace que la educación devenga un adiestramiento para ese
tipo de pruebas. La medición altera lo medido. No es neutra. Todo
profesor lo sabe.
Analizando los efectos negativos del programa No Child Left Behind
del ex presidente George Bush, Diane Ravitch ha escrito: “Las pruebas
que se usan fueron diseñadas con propósitos específicos: medir si los
niños pueden leer y hacer matemáticas, e incluso en esto deben ser
usadas con atención a sus limitaciones y variabilidad. No fueron
diseñadas para capturar las dimensiones más importantes de la educación,
para lo cual no tenemos mediciones”. Estas pruebas tienen
consecuencias, según el programa No Child Left Behind, en el
sueldo de los profesores y permiten cerrar escuelas. El ejemplo de
Finlandia muestra que hay mejores maneras de mejorar la educación.
“Cuando definimos -dice Diane Ravitch- lo que importa en educación sólo
en función de lo que podemos medir, estamos en serios problemas”.
Sabemos bien a qué se refiere: en Chile se empieza hablando de la
importancia de la educación y en un dos por tres, como si fuera una
ecuación, estamos hablando del SIMCE. Lo que dice para los colegios vale
igualmente para la universidad.
Por supuesto esta idea, de que lo no medible, lo no cuantificable,
sea lo principal de la educación encuentra hoy formidables resistencias.
Y hay algo que decir a favor de esas resistencias. Detrás de la
búsqueda de mediciones hay una voluntad de mejorar la educación, de
presionar al profesor flojo, de premiar al diligente. Y a veces la falta
de medición excusa la indolencia. En ciertas situaciones, el empleo de
pruebas de opción múltiple bien diseñadas es conveniente, incluso,
indispensable. Con todo, se ha ido imponiendo en distintas partes del
mundo algo que va más allá: una visión fabril de la educación. Sus
productos, se piensa, deben ser sometidos a controles de calidad tal
como los productos de una fábrica. Y para eso están las pruebas
estandarizadas y otros indicadores. El predominio de esta mentalidad
hace que lo que no se mide, se deje de lado.
En el trasfondo presiento una ruda metafísica positivista. Sólo
existe lo que se puede medir y calcular. El atractivo es la posibilidad
de transformación. Lo que mido es, como creo que intuyó Heidegger, lo
que puedo tratar como material que moldeará mi voluntad. Es decir, lo
que puedo medir es lo que puedo dominar. Los gobiernos tienen una
tendencia natural a preferir esta mediciones porque ellas son mecanismos
de control. A través de ellas extienden su dominio. Si el dinero del
Estado fluye a lo medible, fluye a lo controlable. Por eso lo que está
en juego en estas discusiones tiene que ver con la libertad de la
universidad. Estos espacios de lo no medible son los espacios de nuestra
verdadera libertad.
¿Cómo medir el efecto de un foro como este, organizado por
estudiantes para discutir el lucro en la educación? Y, sin embargo, es a
través de actividades como esta cómo se va construyendo lo que Habermas
llama el “espacio público”, es decir, el lugar de la conversación y
deliberación de temas cívicos. Y es ese espacio público lo que nutre la
democracia.
En la educación, como ha señalado Fernando Atria, importa a menudo
más el proceso que el producto. ¿Cómo evaluar si hemos aprendido a
disentir? A juicio de Naussbaum “el pensamiento socrático es importante
en cualquier democracia… La idea de que uno debe hacerse responsable de
su propio razonamiento, e intercambiar ideas con otros en una atmósfera
de mutuo respeto por la razón, es esencial para la resolución pacífica
de las diferencias”. Sin embargo, “esta habilidad para pensar y
argumentar por sí mismo le parece a mucha gente algo descartable si lo
que queremos son resultados vendibles de naturaleza cuantificable. Más
aún, es difícil medir la habilidad socrática a través de pruebas
estandarizadas. Sólo una matizada evaluación cualitativa en el
intercambio en la clase y los trabajos escritos de los alumnos podrían
decirnos hasta qué punto los estudiantes han aprendido las destrezas de
la argumentación crítica”.
“Estas prácticas arteras violentan el espíritu de la ley y alimentan la desconfianza no sólo respecto del comportamiento de los empresarios en este rubro específico sino que más allá de él. Comienza así la deslegitimación de la empresa privada en otras áreas aunque en ellas marche bien. Son situaciones agraviantes que tienden a producir un efecto dominó”.
Según esta filósofa, “el cultivo de la imaginación está estrechamente
ligado a la capacidad socrática para criticar las tradiciones muertas e
inadecuadas, y provee un cimiento esencial para esta actividad crítica.
Uno difícilmente puede tratar a la posición intelectual de otra persona
con respeto si uno al menos no intenta ver qué visión de mundo y en
general qué experiencias la generaron”. Y para ello Naussbaum cree que
la clave son las artes y la literatura. Es decir, sumergirse en el
mundo de la ficción es parte de la formación de la persona en la
universidad y también del ciudadano de una democracia. Porque la
literatura y las artes ayudan a imaginar lo que son las demás personas,
lo que es vivir desde sus vidas, y muestran la diversidad y
multiplicidad que se esconde en el interior de cada ser humano. El
cultivo de la imaginación nos acerca a la aventura que es descubrir y
crear en cualquier actividad humana.
Los gobiernos, en general, tienen poco interés en desarrollar las
humanidades y las artes en la universidad. Incluso las autoridades
universitarias, a veces, prefieren escuelas fuertemente
profesionalizantes en las que los estudiantes puedan ser domesticados
por aprendizajes agobiantes que refrenan, por importunas, las preguntas e
indagaciones más fundamentales que se plantean típicamente a esa edad. Y
esas son, por cierto, las grandes interrogantes humanas -muchas de
ellas de tonalidad ética- que debieran constituir el horizonte de la
universidad. Pero, claro, el lenguaje tecnocratizante trata de
esquivarlas. Son “cuestiones inagarrables”, piensan, inmersos como están
en una visión fabril de la universidad y de la vida. No obstante, la
actual presidenta de Harvard University, Drew Gilpin Faust, en un
artículo publicado en el New York Times (1 de septiembre 2009)
afirmó que “las universidades intentan ser productoras no sólo del
conocimiento sino que (a menudo algo inconveniente) de la duda. Son
lugares creativos y desordenados, casas de una polifonía de voces”. Y
más adelante: “Los seres humanos necesitan sentido, comprensión, y
perspectiva así como también empleos”. Para la presidenta de Harvard
“las universidades son para bastante más que para la utilidad medible…
Ni las cuestiones permanentes de la indagación humanística ni el sinuoso
camino de la investigación científica que conducen a la postre a la
innovación y al descubrimiento pueden calzar con pulcritud en un
presupuesto y una agenda predecibles”.
Un enfoque así choca con esa mentalidad fabril que predomina hoy
cuando se habla de educación. Y, sin embargo, una universidad así
concebida lidera en el mundo virtualmente todos los rankings que usan
los interesados en las mediciones, atrae a los jóvenes más capaces, sus
titulados consiguen excelentes trabajos -por cierto también en Wall
Street- y es a la que los empresarios le quieren donar más… «There are more things in heaven an earth, Horatio,/ Than are dreamt of in your philosophy» (Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio,/ Que las que se sueñan en tu filosofía).
Estas consideraciones dan una idea de las peculiaridades de la
universidad y acerca de por qué requiere un estatuto jurídico especial. A
diferencia, entonces, de lo que ocurre con un preuniversitario o una
escuela de idiomas -y desde luego, con una empresa constructora que hace
casas subsidiadas por el Estado- lo más importante de la educación
propiamente universitaria no se puede medir de manera objetiva. Se
puede evaluar sólo hasta cierto punto, y de modo cualitativo, imperfecto
y parcial. Las mediciones de actividades universitarias susceptibles de
evaluación cuantitativa -en cuanto tengan consecuencias- modifican la
educación y tienden a concentrarla en lo que se mide. Se corre entonces
el riesgo de reducir, tergiversar y degradar el sentido mismo de la
educación universitaria. Por lo tanto, estas mediciones -aunque útiles y
necesarias- han de ser empleadas con mucho tino y parquedad.
4.- Las universidad provee bienes individuales y públicos
La educación universitaria ha sido financiada desde hace muchos
siglos tanto por benefactores particulares o mecenas como por el Estado.
En la antigua Roma, por ejemplo, como cuenta el historiador
Henri-Irénée Marrou, los emperadores Vespasiano y Adriano instituyeron
cátedras en Roma y en Atenas. Pero, por ejemplo, Plinio el Joven, un
mecenas importante, instituyó una cátedra con su propio dinero. La
Universidad de Constantinopla, fundada por Teodosio II el año 425, se
financia con recursos del Estado. Pero, por otra parte, en Roma la
educación técnica, principalmente la instrucción de los escribientes,
era organizada de manera comercial. La situación no ha cambiado
demasiado, pareciera. ¿Cuál es la lógica que lo explica?
La
educación propiamente universitaria promueve, a la vez, bienes
individuales (el joven se prepara para ejercer una profesión y se
cultiva como persona) y públicos (se cultiva como ciudadano). Además, la
universidad que investiga es un vivero de ideas y, eventualmente, de
hallazgos y descubrimientos. En otras palabras, la universidad produce
bienes públicos. Por eso tiene derecho al financiamiento del Estado.
Si una universidad forma buenos ciudadanos ello tenderá a mejorar las
decisiones políticas y las instituciones de la sociedad. Si estudios y
seminarios suyos abordan temas políticos, económicos y sociales, si la
universidad se constituye en “un espacio público”, en el sentido de
Habermas, si aporta a la construcción de lo que lo que Robert Putnam ha
llamado el “capital social produce, en el cumplimiento de sus tareas más
propias y clásicas, un bien público de gran valor para la democracia.
Economistas como Acemoglu y Robinson, por ejemplo, sostienen en un libro
reciente que lo que explica el desarrollo de ciertos países y el
retraso de otros es, simplemente, su institucionalidad: ‘Los países
difieren en su éxito económico por sus diferentes instituciones, ya que
sus reglas influencian cómo funciona la economía, y los incentivos que
motivan a la gente’”.
Típicamente, como sabemos, los bienes públicos o son financiados por
el Estado o por benefactores. O la cátedra la financia el emperador
Adriano o el mecenas Plinio el Joven. O, por cierto, una combinación de
ambos como ocurría en Roma y ocurre hoy con frecuencia en los Estados
Unidos.
Un alumno, al considerar su propio beneficios, tiene dificultades
para averiguar si la enseñanza de neurología de la universidad A o B es
mejor o peor. Hay una enorme asimetría de información, lo cual lo hace
más vulnerable al engaño que cuando está, digamos, comprando calcetines.
Es más fácil para una universidad “pasar gato por liebre” que para un
fabricante de calcetines.
Sin embargo, ¿qué sucede, por ejemplo, en el caso de los fármacos
psicotrópicos? El paciente no está en condiciones de evaluarlos. Pero
una agencia estatal certifica su calidad y su administración queda en
manos de los médicos. ¿No puede hacerse lo mismo con las universidades?
¿No puede el Estado fijar metas y controlar su cumplimiento? Sólo hasta
cierto punto. Los sistemas de acreditación estatal, los rankings, los
índices de selectividad, la publicidad de los ingresos de los graduados,
las publicaciones, y otras, aunque útiles, son meras aproximaciones.
Los criterios son laxos, inexactos y de menor amplitud, es decir, lo que
se evalúa, es incompleto y reductor. Para lo más importante,
simplemente, no disponemos de medidas.
Si los calcetines que compró el joven se rompen al poco andar, la
próxima vez ensayará otra marca. En cambio, el tiempo que toman los
estudios universitarios es mayor y su oportunidad es más limitada. El
titulado, a veces, sólo cuando consiga trabajo podrá empezar a evaluar
cómo fueron sus estudios. En ese momento ya es de inmenso costo volver a
empezar. Es decir, hay cierta irreversibilidad. Y dos personas, una con
una buena educación y otra con una mala, tienden a tener
productividades distintas por el resto de sus vidas.
Todo lo anterior indica que la educación tiene particularidades que
es conveniente considerar a la hora de diseñar políticas universitarias.
Aunque para muchos sea más atractivo suponer que hay un sólo modelo
explicativo. Lo contrario es molesto porque le quita simplicidad a la
teoría (pero ya los bancos y el sistema financiero requieren de
minuciosas regulaciones especiales que le quitan simplicidad al esquema
general). No obstante, algunas mentalidades se apegan como lapas a la
rocas cuando encuentran una teoría que lo explica todo. Ante la
diversidad de la experiencia humana se resisten y prefieren quedarse
adheridos a su roca. Pero en este caso, la analogía con las viviendas
sociales construidas por empresas constructoras, con los
preuniversitarios y escuelas de idiomas, pasa por alto lo propio de la
educación. Tal razonamiento por analogía es cómodo, pero simplista.
Dado el peso de las asimetrías señaladas, en principio, el estudiante
está más protegido en una institución sin fines de lucro. Porque la
cláusula de no distribución de excedentes, afirma Brian Pusser “remueve
la posibilidad de que el afán de lucro incentive a los productores a
explotar a sus consumidores”. Es una norma prudencial específica.
5.- ¿Qué ha sucedido, entre tanto, en Estados Unidos?
Como se sabe, allí conviven universidades estatales, privadas sin
fines de lucro y privadas con fines de lucro. La ley lo permite. Las con
fines de lucro no gozan, por cierto, de exenciones tributarias ni de
beneficios para los que les donan. Funcionan como empresas comerciales.
Con todo, se someten a ciertas reglas especiales (acreditación, por
ejemplo) y reciben alumnos con becas y créditos subsidiados por el
Estado.
University
of Phoenix del Apollo Group, con más de 250 mil estudiantes en Estados
Unidos, es la más exitosa de las con fines de lucro. Un 69% de sus
alumnos ha trabajado a tiempo completo nueve o más años. Son personas de
bajos ingresos y con créditos o becas del gobierno. No hay selección
para el ingreso. El alumno comienza en cualquier momento del año y
planifica con un tutor todos los cursos que conducirán al título o
certificado que busca. Los primeros cursos comenzarán para él a la
semana siguiente. Es decir, no hay semestres o trimestres comunes. El
alumno toma dos cursos a la vez, generalmente vespertinos, que duran
cinco o seis semanas. El programa está centralizado y no depende del
profesor. Casi la mitad de las carreras que se ofrecen en pregrado son
de negocios o administración. No hay medicina. Tampoco derecho. Es, en
verdad, un centro de capacitación y reciclaje laboral.
Si uno hubiera comprado US$10 mil dólares en acciones de Apollo en
1994, diez años después habrían valido más de un millón de dólares (US$
1,034,743), afirma el economista David Breneman. La compañía ha sido
bien rentable.
Según Breneman, las universidades “con fines de lucro han detectado
con éxito nichos de mercado en áreas profesional/técnicas específicas,
pero estos mercados tienen límites naturales, el mayor potencial para
estas instituciones ha de estar en el exterior, en países en
desarrollo”.
Se discute bastante acerca de estos colleges y universidades, en
términos de su costo e impacto en los ingresos futuros vis- à-vis
instituciones similares.
En Estados Unidos hay muchas instituciones con fines de lucro que no
reciben alumnos con financiamiento estatal. Una investigación reciente
de Riegg Cellini y Goldin concluye que si se comparan
los costos de la matrícula se comprueba que en el subsector con fines de
lucro y apoyo financiero del Estado el cobro es “aproximadamente un 75%
más alto” que en instituciones similares con fines de lucro y sin apoyo
estatal. Otro estudio, de Kevin Lang y Russell Weinstein,
después de llamar a la cautela por las limitaciones de la
investigación, afirma que “nuestros resultados sugieren con fuerza que,
incluso después de controlar por una amplia gama de variables relativas
al medio socioeconómico, los alumnos de las instituciones con fines de
lucro no se benefician más y a menudo se benefician menos de su
educación que alumnos aparentemente similares de instituciones sin fines
de lucro y públicas”. Otro estudio, de David J. Deming, Claudia Goldin, y Lawrence F. Katz,
concluye que la gran proporción de becas y créditos estudiantiles del
Estado que capturan muchas de estas universidades “les ha permitido
proveer destrezas a poblaciones desaventajadas… Pero sus estudiantes
terminan más endeudados, experimentan mayor desempleo después de dejar
la escuela, y, cuando lo consiguen, obtienen menores ingresos que
estudiantes similares de instituciones públicas y de instituciones sin
fines de lucro. No sorprende que los estudiantes de instituciones con
fines de lucro tengan mayores porcentajes de morosidad en sus deudas y
estén menos satisfechos con su experiencia…”. Por tanto, incluso la
rentabilidad comparada de los colleges con fines de lucro para sus
graduados parece estar en entredicho.
El jurista Richard Posner, un partidario de las
universidades con fines de lucro, cree, sin embargo, que el fraude es
“más probable” en estas instituciones que en las sin fines de lucro:
“Primero, porque los consumidores servidos por estas instituciones son
menos sofisticados que los consumidores (los estudiantes y sus familias)
de los servicios educacionales que proveen las instituciones
establecidas. Segundo, las instituciones establecidas tienen más capital
en reputación que una empresa nueva; por tanto, el fraude y otras
formas de mal comportamiento son más costosas para ellas y hacen mayores
esfuerzos para prevenirlos…”
El año 2004 el Ministerio de Educación de Estados Unidos informó que
Phoenix University pagaba promotores en función del número de alumnos
reclutados, lo que viola una norma de elegibilidad para recibir
estudiantes con créditos y becas gubernamentales. En general, según
Breneman “la tentación de explotar las diferencias de información
disponible para el estudiante potencial y el oferente, y la naturaleza
del servicio provisto, indican que la producción con fines de lucro y la
venta de servicios educacionales está repleta de oportunidades para un
comportamiento menos que ético, en particular cuando un tercero (el
gobierno federal) está pagando gran parte del servicio”. En buen
romance, en este rubro es muy fácil “pasar gato por liebre”. A partir de
entonces se ha producido en Estados Unidos una avalancha de denuncias e
investigaciones debidas a prácticas ilegales y abusivas en
universidades con fines de lucro.
“Según The Economist, el sistema (en EE.UU.) ha estado funcionando así: “Los clientes llegan a los colleges con fines de lucro por millones. Con ellos llegan billones de dólares de becas y préstamos federales, que se derraman en los cofres de las compañías. Los subsidios estatales pueden proveer hasta el 90% del ingreso; el gobierno asume los riesgos del no pago de las deudas. Este modelo de negocios le ha servido bastante a las firmas. Su efecto en los estudiantes y en los contribuyentes no es tan claro”.
El prestigioso hedge fund manager de Wall Street, Steve Eisman, afirmó que las universidades con fines de lucro “son socialmente tan destructivas como la industria hipotecaria sub-prime”. Según The Economist,
el sistema ha estado funcionando así: “Los clientes llegan a los
colleges con fines de lucro por millones. Con ellos llegan billones de
dólares de becas y préstamos federales, que se derraman en los cofres de
las compañías. Los subsidios estatales pueden proveer hasta el 90% del
ingreso; el gobierno asume los riesgos del no pago de las deudas. Este
modelo de negocios le ha servido bastante a las firmas. Su efecto en los
estudiantes y en los contribuyentes no es tan claro”. De las
investigaciones realizadas en la educación post-secundaria por el
Ministerio de Educación, el 70% se refieren a universidades con fines de
lucro. “El año 2009 Apollo Group aceptó pagar una multa de US$ 78.5
millones”.
Ahora hay 21 fiscales generales (attorney generals)
investigando denuncias de fraudes e ilegalidades de universidades con
fines de lucro. Los últimos escándalos se refieren a engañifas
destinadas a atraer a los soldados que vuelven de Afganistán e Iraq. Ha
disminuido la matrícula y ha caído el valor accionario de las
respectivas compañías. El gobierno ha elevado las exigencias para que
las instituciones puedan recibir alumnos con becas o créditos
subsidiados. ¿Será suficiente?
6.- Finalmente, ¿alguna lección para Chile?
Nuestro sistema hace que los incentivos para explotar las asimetrías
de información sean mayores que si las universidades con fines de lucro
fueran legales. Los controladores de las universidades pueden gozar a
la vez de las ventajas de las universidades sin fines de lucro y de las
de las empresas comerciales.
Si las universidades con y sin fines de lucro se confunden, ¿no se
daña a las sin fines de lucro genuinas? ¿A la hora de donar no debieran
ser menos generosos sus ex alumnos si ven que la universidad de al lado
recurre a inversionistas que aportan recursos a cambio de una
rentabilidad y no necesita mendigar donaciones? ¿Para qué donar a una
institución que podría ganarse ese dinero como cualquier empresa? ¿Quién
le quiere donar a Citibank? ¿No tiene ventajas la universidad que,
además de los beneficios tributarios de las sin fines de lucro, puede
acudir a los inversionistas del mercado de capitales? Las malas
prácticas establecidas conspiran en contra de la creación de una
verdadera cultura de la filantropía en el campo universitario, algo que
-como salta a la vista- el país necesita con urgencia. En esto
debiéramos poner hoy especial énfasis.
Es muy positivo, como se repite tanto, que seis de cada diez
estudiantes sea de primera generación en la universidad. Sabemos que las
universidades que la Comisión Invstigadora de la Educación Superior de
la Cámara de Diputados presume que de hecho tienen fines de lucro, han
jugado un papel decisivo en esta vertiginosa expansión. Por ejemplo, las
madres de más de un 40% de los titulados de la Universidad de las
Américas no tuvo educación superior. En el caso de la Universidad Santo
Tomás esa cifra llega al 60 por ciento.
Sabemos que el crédito blando y con aval del Estado ha potenciado este proceso. En efecto, desde
que en 2006 se creó el CAE (Crédito con Aval del Estado) para las
universidades no tradicionales el número de sedes pasó de 2.030 en el
2005 a 3.107 en el 2011, un aumento de 53% en seis años (datos del
Ministerio de Educación).
Pero los estudios del economista Sergio Urzúa indican que, desde el
punto de vista de la rentabilidad de la educación universitaria, cerca
de un 40% de los titulados chilenos salen para atrás. El sistema no da
para más y requiere cambios profundos.
La experiencia de los Estados Unidos -y de nuestro país- revela que
es difícil y costoso regular y vigilar a las universidades con fines de
lucro. Posiblemente Estados Unidos todavía no haya encontrado un buen
sistema para hacerlo y la judicialización de los conflictos continúe.
Una universidad constituida como negocio debiera tender a explotar
economías de escala y ofrecer una enseñanza estandarizada. Más que una
institución de formación personal y ciudadana, y de investigación, será
una institución de instrucción. Se centrará más en el alumno, entendido
como consumidor. Más que motivar nuevas inquietudes se interesará en las
que ya existen. La universidad se ocupará más de satisfacer las
preferencias del estudiante que de cuestionarlas, más de ofrecerle lo
que escoge que de enseñarle “cómo pensar y cómo escoger”. Le convendrá,
quizás, contratar algunos profesores-estrella que ayuden a darle
credibilidad y desarrollar, tal vez, algunas líneas de investigación que
le permitan proyectar una imagen de universidad propiamente tal. Una
universidad de esta naturaleza puede establecer, tal como una escuela de
idiomas, indicadores objetivos que permitan evaluar con bastante
precisión la calidad de su instrucción, sus resultados. Y en ello puede
tener, por cierto, muchísimo éxito. Ese no es el punto.
Por
supuesto, caben posibilidades intermedias. Por ejemplo, que la búsqueda
del lucro coexista con un afán ideológico, educacional o religioso, de
tal modo que los dueños sacrifiquen una parte de sus ganancias en pos de
esos otros objetivos. Pero salvo excepciones -y una golondrina no hace
el verano-, estos casos híbridos durarán mientras tengan el control los
fundadores. Al pasar a la segunda generación lo probable es que deban
elegir entre el modelo de una universidad sin fines de lucro o el de
una universidad de verdad dedicada al lucro. Es lo que tiende a ocurrir
con los colegios particulares pagados que en Chile no han estado
prohibidos. Es frecuente que el maestro fundador lo organice como una
entidad con fines de lucro -a menudo porque es más sencillo legalmente y
su gobierno tiene menores costos de transacción que organizar una
fundación sin fines del lucro- y, no obstante, se comporte como lo haría
el rector de un colegio sin fines de lucro. Esta fórmula híbrida
difícilmente podrá trasladarse a sus herederos. Hay excepciones, claro.
Pero a larga, o se organizan como instituciones sin fines de lucro, o
pasan a ser administrados como empresas lucrativas o desaparecen. Tarde o
temprano hay que abordar el paso de una autoridad carismática a una de
tipo institucional. Es la ventaja que tienen las congregaciones
religiosas: la institución está ahí desde el comienzo. Si uno observa
los colegios independientes ingleses se encuentra con lo mismo: los más
prestigiados de ellos están en manos de instituciones sin fines de lucro
o de congregaciones.
Las universidades con fines de lucro tienden a parecerse a los
preuniversitarios. Son instituciones más de adiestramiento e instrucción
que universidades en sentido propio. Su aporte a la generación de
bienes públicos, de existir, tenderá a ser muy magro. Si queremos honrar
el principio de la libertad de enseñanza y permitirlas por ley debieran
organizarse como empresas comerciales, perder los privilegios de las
sin fines de lucro y quedar sometidas a un severísimo estatuto especial
diseñado con esmero. Sabemos por qué es necesario actuar con cautela y
extremar la vigilancia. Será arduo y costoso. En cualquier caso, la
tergiversación del espíritu de la ley que hemos vivido hace que esto no
tenga viabilidad política ninguna.
A menudo se sobrestima la capacidad fiscalizadora del Estado y se
subestima la astucia del mercader de la educación que conoce su negocio
mejor que el funcionario que lo vigila. Ocurre en el proyecto de ley que
crea una Superintendencia de Educación Superior presentado por el gobierno. Aunque la intención haya sido otra y, salvo cambios sustanciales, de aprobarse, legitimará el statu quo.
El proyecto, como señalé el 3 de enero pasado ante la Comisión de
Educación del Senado, permite “que sociedades relacionadas con los
controladores de la corporación sin fines de lucro, lucren a través de
contratos celebrados con la universidad, siempre y cuando se cumplan
algunas condiciones”.
“La primera, de fondo, es que, el precio sea el de mercado (Artículo
66 C). El fundamento es que si, por ejemplo, el arriendo de un bien raíz
de propiedad de los controladores de la universidad, es arrendado por
la universidad y el canon es el de mercado es indiferente para la
universidad quienes son los dueños del bien raíz”.
“La segunda, de procedimiento, es que dicha transacción con
sociedades relacionadas debe ser aprobada por la mayoría de los
directores y no pueden votar los directores que forman parte de la
sociedad relacionada (Artículo 66 D). Deben también aprobarla la mayoría
de los directores independientes. El fundamento es que estos directores
independientes y quienes no tienen un interés económico en la
celebración del contrato dan garantías de “ecuanimidad”.
¿Da suficientes garantías el proyecto? Parece que no. El valor de
mercado del arriendo de un campus universitario siempre será una
cuestión debatible. ¿Cuántos campus se ofrecen en arriendo en un momento
dado? Hay que tomar en cuenta el número de alumnos, las salas de
clases, los patios, las oficinas, laboratorios, biblioteca, baños, en
fin. “¿Puede hablarse en este caso de un mercado de arriendos
propiamente tal y, por tanto, de un canon de mercado? ¿No ocurrirá, más
bien, que muchas veces la universidad estará virtualmente cautiva y en
manos de su arrendador? Descartando abusos flagrantes, ¿es realista
suponer que los funcionarios de la futura Superintendencia podrían
demostrar que la universidad está pagando un arriendo excesivo?”
El
gerente estará en ventaja desde el punto de vista de la información y
será de su interés satisfacer el interés de los controladores. Quedará
atrapado en un conflicto de interés: ¿privilegia los intereses de la
universidad o los de los controladores de quienes dependen sus bonos, su
sueldo, en fin, su puesto?
Luego, ¿qué motivación tendrán los directores independientes para
informarse y contradecir la opinión del gerente y la de los socios
interesados y controladores de la universidad que -aunque no voten-
argumentarán y defenderán sus intereses? Los independientes pueden
estar en minoría. Han sido nombrados (y pueden ser removidos) por los
controladores, es posible que reciban una dieta y seguramente son
amigos. ¿Estarán dispuestos a decir que no? ¿El temor a los controles y
sanciones de la Superintendencia será tan grande? No parece probable.
“Puede perseguirse la responsabilidad civil de uno de los directores,
pero el artículo 66 i establece que queda inhabilitado para hacerlo
quien haya concurrido a la aprobación de la operación. ¿No es un
incentivo para que los acuerdos se tomen por unanimidad y todos los
directores queden inhabilitados para perseguir judicialmente la
responsabilidad civil?”.
¿Es práctico poner fin al arriendo? La administración puede tener
buenas razones para oponerse. El traslado a un nuevo campus es costoso.
El barrio no es indiferente para nadie.
En suma, el proyecto no asegura el cumplimiento de la ley que
prohíbe el lucro en las universidades. Por la vía de sociedades
relacionadas seguirá ocurriendo lo que ha ocurrido y el mensaje anuncia
que se quiere evitar.
La dificultad de comprobar el daño a la universidad es lo que aconseja el establecimiento de la norma preventiva.
¿Por qué no prohibir de una buena vez los negocios con sociedades
relacionadas y evitar así toda esta alambicada maquinaria de regulación y
control? Eso cortaría el problema de raíz. La fundamentación sería
prudencial y preventiva dada las dificultades que tienen la regulación y
el control en esta área. Sería como la norma que prohíbe que un
parlamentario sea director de un banco.
¿Cómo transitar gradual y ordenadamente, evitando dañar a los
alumnos, desde la anómala situación actual -que se ha hecho
manifiestamente insostenible- a una en la que las universidades no
puedan contratar con empresas relacionadas? La ley debiera dar un plazo
largo para que la universidad compre los bienes raíces que arrienda a
empresas relacionadas. Y otorgarle al Estado -quizás a una comisión de
especialistas nombrados por diferentes órganos del Estado- facultades
para controlar el precio, las condiciones de ese traspaso y monitorear
el proceso. En caso extremo debiera ser posible intervenir
transitoriamente la universidad. Lo planteo como tema de discusión.
Quisiera dejarlos con una reflexión final. A veces, las autoridades
de los gobiernos de turno se refieren a la universidad en términos que
dejan flotando en el aire la sensación de que su misión se reduce a
contribuir al crecimiento económico. A veces, uno siente que lo que
buscan -quizás desaprensivamente- es conseguir que la universidad sirva a
sus planes económicos y políticos. A veces, por la vía oblicua del
financiamiento proponen, quizás sin darse mucho cuenta, una universidad
sumisa, instrumental, servil, domesticada por los poderosos de la
temporada. Pero sabemos, como prometió Andrés Bello el día de su
fundación, que la libertad “será sin duda el tema de la universidad”. No
debemos doblegarnos. A nosotros nos toca estar a la altura de esa
promesa. ¡Non serviam!