Patricia Muñoz Garcìa

Patricia Muñoz Garcìa
Departamento Nacional Profesores Jubilados DEPROJ

martes, 28 de febrero de 2012

Los sicarios se quedan sin disfraz

Por: | 28 de febrero de 2012
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El México surrealista no defrauda nunca. El lunes el Ejército presentó ante la prensa con toda seriedad el decomiso de 120 yelmos medievales modelo Cruzadas que iban a ser utilizados en los ritos de iniciación de Los Caballeros Templarios, uno de los más poderosos carteles de la droga que domina en el Estado de Michoacán (centro del país). La incautación de los cascos de plástico se produjo en el municipio michoacano de Apatzingán, en un campamento utilizado por los templarios para las ceremonias de ingreso de los nuevos sicarios.
Los militares encontraron también varias copias del código en el que estos narcotraficantes basan su filosofía de la vida o mejor dicho la serie de malentendidos que componen su mística de la muerte. Naturalmente, uno se hace templario para toda la vida y no entra cualquiera, hay que conseguir la aprobación de un consejo formado por los miembros más veteranos. Después se hace un juramento que se habrá de respetar incluso a costa de perder la propia vida. Inmersos ya en esta comedia criminal, el código impone tanto a los jefes como hasta el último matón la prohibición de consumir drogas y la obligación de pasar controles antidoping, de cuyos resultados deberá ser  informado el consejo. Apenas se sabe nada sobre estos narcorrituales, pero alguna vez ha trascendido que matan a un animal, preferentemente un pobre burro, y se comen el corazón.
Los Caballeros Templarios son una escisión reciente, de marzo de 2011, del cartel de La Familia Michoacana, y no están dirigidos por un patán sin escrúpulos. Fatalmente, su líder, Servando Gómez Martínez, conocido como la Tuta, era maestro de escuela y en algún momento de su vida debió flipar con la Orden de los Caballeros del Temple, fundada a principios del siglo XII para proteger a los peregrinos cristianos.
Los Templarios heredan de La Familia la pretensión de convertirse en un movimiento sectario-religioso  con una supuesta agenda política que presuntamente defiende los intereses colectivos, actualmente que nadie del cartel rival de Los Zetas ponga un pie en Michoacán. Su presentación en sociedad se produjo el 8 de junio del año pasado cuando asesinaron a 21 hombres y esparcieron sus cadáveres por diferentes lugares de Morelia, la capital del Estado.
Hace unas semanas exigieron a los grupos criminales rivales una tregua en su zona de influencia durante los días que el Papa visite México a fines de marzo y en el pasado han organizado manifestaciones populares de protesta contra la presencia del Ejército en Michoacán. De paso y entre unas cosas y otras asesinaron a algún candidato que no era de su agrado en las elecciones de noviembre en este Estado, patria chica del presidente Felipe Calderón y del general Lázaro Cárdenas.
La existencia de narcotraficantes atrapados en un pasado medieval en la tierra de los indios purépechas (tarascos, para los conquistadores españoles) mueve a risa por lo absurdo si no fuese una tragedia plagada de crueles ironías, como la de Nazario Moreno, el Chayo, fundador de la Familia y asesinado en 2009, que construía centros de rehabilitación de drogadictos para reclutar nuevos sicarios.