Patricia Muñoz Garcìa

Patricia Muñoz Garcìa
Departamento Nacional Profesores Jubilados DEPROJ

martes, 26 de abril de 2011

HONORABLES

 JORGE NAVARRETE
Lo noticia de qué no hubo quórum en la Cámara de Diputados para siquiera constituir la comisión investigadora en el caso Kodama, desató una andanada de críticas. Ya hace una semana, otro tanto había ocurrido en relación a las denuncias contra la ex Intendenta Van Rysselberghe. Lo acontecido se suma a la ya larga lista de hechos que ponen en cuestión la calidad, eficacia y reputación de los honorables, por lo que no extraña la opinión que los ciudadanos manifiestan en las encuestas.
Las razones de por qué esto ocurre son de la más diversa naturaleza. Algunas hacen referencia a problemas de diseño institucional, otras a los cambios ocurridos en Chile en las últimas décadas y, que duda cabe también, a que ese creciente deterioro de la imagen de la política impacta a sus sistemas de reclutamiento.
Sin embargo, por estos días me he acordado de aquella frase que alguna vez pronunció Edgardo Boeninger: "Yo era partidario del sistema parlamentario hasta que conocí de cerca a los parlamentarios".
Sin duda se trata de una frase que conecta con el sentido común de los ciudadanos, aunque quizás no haga cabal justicia con quienes hemos designado como nuestros representantes.
Primero, porque incurre en una generalización que oscurece la labor de aquellos que sí hacen la pega, pero quizás están menos expuestos que los otros, por cuanto -concedamos- cumplir las normas, revisar acuciosamente los proyectos de ley, debatir largamente en las comisiones y poner el interés general por sobre las consideraciones personales, nunca ha sido motivo de una noticia relevante.
Segundo, y relacionado con lo anterior, porque somos los propios electores quienes hemos premiado la farandulización de la política o la popularidad menor, haciendo todavía más gravosa la tarea para aquellos servidores públicos que no están dispuestos a hacer las payasadas de turno para garantizar su reelección o acrecentar sus grados de conocimiento en la población.
Tercero, porque comparativamente nuestra clase dirigente -tanto en el gobierno como en la oposición- es significativamente superior a lo que observamos en los otros países de la región. Algunos dirán que en el país de los ciegos el tuerto es rey. Es probable, pero nuestros políticos son un lujo comparados con los de Argentina, México, Perú o Venezuela.
Cuarto, porque la crisis de la actividad política no se revertirá en la medida que los ciudadanos nos sumemos irreflexivamente a la constante lapidación que se hace de quienes han decidido dedicarse a lo público. Durante miles de años de historia, las sociedades no han encontrado otra forma de organización social que no sea a través de la política. Pese a que a veces renegamos de ella, queremos cambiarle el nombre o esconderla bajo la alfombra, nos seguirá acompañando siempre que dos o más personas decidan vivir en comunidad. Mi personal convicción es que el deterioro de la política se revierte con más y mejor política.
Por lo mismo, es que pensando en la antes citada frase de Boeninger, quizás una de las tantas explicaciones a lo que hoy ocurre en la cámara baja tenga que ver con la irrelevancia de su rol, ausencia de significativas atribuciones, menoscabo (casi plebeyo) frente al Senado y, para qué decir, en relación con el gobierno. En efecto, cuando uno mira con más cuidado nuestra arquitectura constitucional, cuesta encontrar el sentido distintivo a la labor de los diputados, salvo en aquellas cuestiones que justamente atañen a la fiscalización (interpelación, comisión investigadora y otros); donde, reconozcamos, son más el resultado del mendigaje que de la convicción sobre la importancia de contrapesar el poder.
En definitiva, si todos nos tomáramos más en serio la política, y que aquello se expresara en otro trato -tanto en mayores atribuciones pero también en reales responsabilidades- quizás podríamos mejorar significativamente el cuadro

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