“Abandono,
fragmentación, desarraigo, violencia, todas ellas son fuente de tensión
y angustia. En breve, los niños ya no tienen las mismas oportunidades
de socialización que tuvieron generaciones anteriores. Esta tarea de
socialización, de humanización que era cubierta por la familia y por los
grupos de barrio, está recayendo en los docentes”. Esto nos dice
Juan Cassasus, investigador y filósofo chileno, sobre lo que esta
sucediendo en nuestros establecimientos educacionales, en donde las
familias, por diversos problemas del sistema económico-laboral, han ido
entregando a la escuela la importante tarea de promover el desarrollo
social e incluso afectivo de sus hijos.
Ante esta situación las escuelas, sus docentes, asistentes y
trabajadores, se han encontrado con desafíos para los cuales su
formación o visión de la educación no los preparó. La educación en Chile
ha dejado históricamente el desarrollo integral de la persona fuera del
aula de clases, teniendo un enfoque academicista y fragmentado, en
donde el estudiantes es un sujeto que recibe el aprendizaje de forma
pasiva, sin coherencia entre las distintas asignaturas ni con sus
propios procesos de desarrollo.
Esto nos deja en un panorama en que todo intento de desarrollar habilidades sociales, emocionales, de reflexionar sobre nuestra identidad, proyectos o expectativas, es valorizado como poco útil o pérdida de tiempo. Es lo que debe quedar fuera del “aula”, sin dar respuesta a cuál es el espacio en que se debe abordar.
Esto nos deja en un panorama en que todo intento de desarrollar
habilidades sociales, emocionales, de reflexionar sobre nuestra
identidad, proyectos o expectativas, es valorizado como poco útil o
pérdida de tiempo. Es lo que debe quedar fuera del “aula”, sin dar
respuesta a cuál es el espacio en que se debe abordar.
En las últimas décadas han surgido diferentes corrientes que
cuestionan el modelo academicista y apuestan por una educación integral,
que reconozca al joven como un sujeto activo en su proceso de
aprendizaje, en el cual participa no solo desde lo racional, sino que
también desde su subjetividad e historia. En nuestro país han surgido en
los últimos años fundaciones que apuntan al desarrollo de habilidades
en los estudiantes de básica y media, así como también programa de
inclusión tales como los propedéutico y el PACE, los cuales incluyen
dentro de sus líneas estrategias que apuntan a estas áreas (gestión
personal, preparación para la vida, desarrollo de habilidades de
transversales), aunque topándose aún con el desafío de plantear esta
temáticas en un entorno que las ha negado, encontrando fuertes
resistencias desde los distintos actores del mundo educativo.
Hoy nos encontramos con una oportunidad para favorecer el Desarrollo
Integral, puesto que ya se ha diagnosticado que una de las grandes
falencias de nuestro sistema educativo se encuentra en este punto. Con
esto como uno de sus principios articuladores, las nuevas bases
curriculares para 3ero y 4to medio, señalan que “hay una importante
demanda por desarrollar herramientas que fortalezcan la identidad y
nutran la vida personal; necesidades a las que la actual definición
curricular no estaría dando respuesta”. En este sentido define
diferentes dimensiones que debe abordar la escuela: Persona, Sociedad y
Democracia y Naturaleza y Sustentabilidad.
Con esto nos encontramos frente a un cambio de paradigma en educación
en donde se potencia explícitamente el desarrollo personal y social de
los estudiantes, de la mano con su desarrollo cognitivo y académico. La
implementación de esto en los establecimientos educacionales puede
llegar a generar un importante impacto y cambio cultural en las próximas
generaciones de estudiantes chilenos, pero con esta oportunidad surgen
temores y dudas sobre cómo será recibida y como se ejecutará: ¿cómo se
trabaja el desarrollo desde todas las asignaturas?, ¿están instaladas
las capacidades o voluntades en los liceos para esto?, ¿entienden todos
los involucrados la importancia de estas temáticas o el término
“desarrollo integral” pasará a estar instrumentalizado y vacío de
contenido?
Ante esto, quienes trabajamos en educación debemos ser partícipes
activos de los procesos de cambio de las bases curriculares en los
establecimientos educacionales, y apuntar en cada acción a ver a los
jóvenes como personas con historias de vida y proyectos que están en
constante cambio, permitiéndoles por tanto desarrollar y explorar sus
potencialidades. Esto debe hacerse no solo porque este establecido en el
currículo, o porque sean las habilidades socioemocionales o “blandas”
que pide el mercado, sino porque el aprender a conocernos y vernos como
personas complejas, desarrollar nuestras habilidades y reflexionar,
permite que contemos con mejores herramientas para desenvolvernos en la
vida, pudiendo estar con otros, innovar, aprender, cambiar y sobre todo
ser capaces de avanzar hacia el bienestar personal y social, y no solo
hacia el material.
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