La zona norte de
Santiago sigue siendo habitada por la clase trabajadora y proletaria.
Migrantes, sudamericanos, periféricos y nómades transitan y viven “al
otro lado del río”, enriqueciendo el tejido sociocultural con la
versátil y cosmopolita procedencia de sus habitantes.
Cada fin de semana antes del mediodía, comienzan los primeros
movimientos en la Plaza El Trébol de la comuna de Independencia. Con
toldos, mesas y carritos, llegan familias de inmigrantes a instalarse
para dar paso a una nueva jornada laboral: padres, hijos y nietos
acarrean y arman el puesto de trabajo, mientras las jefas de hogar se
han levantado temprano y han cocinado fondos de arroz, ollas de fideos y
fuentes enormes con ceviche picante para el combinado.
A eso de las cinco de la madrugada, ya han pelado bastantes de kilos
de papas, han trozado y cortado presas de pollo que prepararán al estilo
broster, cerdo para el chicharrón y tienen listas las vienesas para las
salchipapas. Incluso han preparado arroz con leche, zambito o con
mazamorra, cebada o chicha morada heladita para refrescarse y acompañar
los platos “bien servidos” que cada sábado, domingo y festivo,
les piden los comensales a la “Agrupación de Mujeres Emprendedoras de
Gastronomía y Entretención” de la zona norte de la capital. La
organización está compuesta por nueve mujeres: cuatro con puestos de
comida, tres de confites y dos de juegos inflables.
En estas dinámicas se cristalizan las relaciones entre peruanos,
haitianos, colombianos, venezolanos, ecuatorianos, en el Barrio La
Chimba, pues la interculturalidad también se da en la inmigración. “La
interculturalidad es una hibridez cultural, es decir, que diversas
culturas conviven y se mezclan entre sí, sin hacerse un mestizaje”,
indica el antropólogo argentino, Néstor García Canclini, en su libro
“Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad”.
En otras palabras, cuando Canclini se refiere al mestizaje quiere decir
que la interculturalidad se produce cuando dos o más culturas entran en
interacción de una forma horizontal y sinérgica. Esto supone que ninguno
de los grupos se encuentra por encima de otro, lo que favorece la
integración y la convivencia de las personas.
LA OCUPACIÓN DE LA PLAZA
En gran parte, sino en todos los países de Latinoamérica, la venta de comida en la calle es una práctica habitual tradicional, que además responde a un tipo de economía informal y alternativa a las convencionales ofrecidas por el capital.
Esta historia comienza
hace 15 años y fue amparada por el “Colectivo Sin Fronteras”, una
corporación que trabaja por la interculturalidad y la inclusión social y
los Derechos de niñas, niños y familias que son parte de los
movimientos migratorios. Todo empezó con la ocupación del espacio para
realizar actividades deportivas. Algunos vecinos reclamaron. Fue luego
de una intervención de programa SENDA, que el grupo de jóvenes se validó
frente a los vecinos el sector. Fue en ese momento, hace alrededor de
seis años, que un grupo de personas comenzó a vender comida tradicional
peruana de manera informal en ese lugar. Colindantes a la plaza se
oponían a la venta y llegaba fiscalización municipal.
Hace un año y medio, personal de la Oficina de Migración de la comuna
de Independencia (que comenzó a funcionar en abril de 2015), se
acercaron a la plaza y le propusieron a este grupo de mujeres que se
organizara e hicieran de la práctica de venta, un trabajo.
Al respecto, el encargado de la división municipal, Carlos Muñoz, declara: “ese
es un lugar donde se juntan muchos peruanos, entonces nosotros
empezamos a hacer intervención, empezamos a juntarnos con la gente que
vende, incluso con la gente que hace deporte. A la gente que vende la
agrupamos y les propusimos que ellas se organizaran, que podían empezar
un proceso de regularización del tema de la venta y mientras eso pasaba,
no iban a ser molestados por los inspectores ni nada, pero en vías a
que se tenían que regularizar”.
Actualmente, trabajan con un permiso que se renueva mensualmente, y
están a punto de recibir la patente definitiva, que solo se renueva dos
veces al año.
Tradición gastronómica y popular en La Chimba
“La Chimba” en lengua quechua hace alusión al “terreno, barrio o localidad situada al otro lado del río”,
según Justo Abel Rosales en su libro “La Chimba: La cañadilla antigua”.
Tal descripción calza perfecto con la zona que comprende Vivaceta,
Recoleta y Cerro Blanco, franja en que está ubicada La Vega Central, el
Mercado de Abastos Tirso de Molina y la actual plaza El Trébol, todos
lugares con conocida tradición gastronómica y popular de la capital.
Si bien la plaza El Trébol no ha sido históricamente conocida, entre
los años cincuenta y sesenta la llamaban “plaza de los moteros”, debido a
que se reunía gente en torno a los carritos que solían vender motemei
en el lugar. Por estos días, la llaman “la plaza de los peruanos”,
debido a que se reúnen no solo migrantes de la comuna, sino de todo
Santiago. Así lo menciona Katiushka, limeña residente de Barrio Brasil,
quien dice: “Prefiero venir a esta plaza porque se junta la comunidad peruana, venden comida típica y una conoce de años a la gente acá”.
La mayor cantidad de inmigrantes que llegan a Chile, son oriundos de
provincias, y no de las capitales de sus países de nacimiento. Muchos de
ellos vienen buscando mejorar su calidad de vida, aumentar sus recursos
o a reunirse con parte de su familia, que muchas veces ya estaban
instaladas acá.
La comunidad peruana, particularmente, acostumbra a comer en las
ferias o en la calle, celebrar con carnavales y escuchar huaynos y
cumbia chicha de exponentes tan connotados como Sonia Morales y El
Chacalón, gestos con los que mantienen viva, aun no estando en sus
lugares natales, la cultura popular que los embarga.
Según Muñoz, a la comuna de Independencia corresponde el más alto
porcentaje de inmigrantes –en cuanto a concentración- respecto a su
población total del territorio nacional. “Ya hacia el siglo XVIII, el sector de La Chimba era habitado por población mestiza, india, españoles, negros y mulatos”, destaca la Revista chilena de antropología visual en su artículo “Imaginario
social de la cartografía histórica del barrio de La Chimba”. Y la
verdad, es que aun habiendo transcurrido siglos, la historia no ha
cambiado mucho. La zona norte de Santiago sigue siendo habitada por la
clase trabajadora y proletaria. Migrantes, sudamericanos, periféricos y
nómades transitan y viven hoy en día “al otro lado del río”,
enriqueciendo el tejido sociocultural con la versátil y cosmopolita
mixtura de sus habitantes.
ORGANIZACIÓN AUTOGESTIONADA
La interculturalidad se produce cuando dos o más culturas entran en interacción de una forma horizontal y sinérgica. Esto supone que ninguno de los grupos se encuentra por encima de otro, lo que favorece la integración y la convivencia de las personas.
La
Plaza El Trébol estaba deshabitada, oscura y peligrosa. Así lo mencionan
tanto las mujeres de la agrupación de emprendedoras como Carlos Muñoz.
Luego de las intervenciones de dicho departamento, la iluminación
municipal y la organización autogestionada de estas mujeres, hoy la
plaza es ocupada por grupos de personas que practican el voleibol,
mujeres ofreciendo comida tradicional peruana y picnics familiares los
fines de semana, mientras que el resto de los días, niñas y niños que
juegan en las tardes y vecinas y vecinos pasean a sus perros. “Pasó de ser un lugar despoblado, sin luz ni uso, a un espacio público recuperado por inmigrantes de la comuna”, declara Muñoz.
En gran parte de los países de Latinoamérica, la venta de comida en
la calle es una práctica habitual tradicional, que además responde a un
tipo de economía informal y alternativa a las convencionales ofrecidas
por el capital. Antes de la llegada de peruanos, colombianos y
ecuatorianos (principalmente) esta práctica en el territorio nacional se
remitía esencialmente a la venta de las ya clásicas sopaipillas,
empanadas, arrollados primavera y bebidas envasadas, que fácilmente se
encontraban al caminar por la Alameda capitalina o cualquier gran
avenida en regiones y provincias. En poblaciones y villas era más
habitual toparse con carritos de papas fritas o completos, más no en la
cantidad, variedad y efervescencia que se encuentran hoy día.
Si bien no se puede inferir que solo ha sido por la llegada de
inmigrantes que este fenómeno se ha expandido, lo cierto es que cada vez
con más frecuencia es que especialmente mujeres –madres o no- salen a
la calle cada tarde o fin de semana a ofrecer las más variadas
preparaciones que poco a poco han cautivado a la comunidad local. El
desafío no sólo ha sido enfrentar la ilegalidad de vender sin permiso,
tener que “corretear” con sus carros con aceite caliente y
sortear la fiscalización de carabineros, sino también, ganarse la
confianza de la clientela chilena y que vean en sus hermanas
latinoamericanas, una obrera mas que ha salido a la calle a ganarse (o
perder) la vida, trabajando.
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