Mucho se ha
comentado sobre el caso de Nabila Rifo, mujer y madre de Coyhaique que fue
agredida hasta casi la muerte por el padre de sus hijos, un hombre llamado
Mauricio Ortega. Todo el morbo en ciernes de una sociedad cartucha e hipócrita
se ha visto transcurrir por estos días. En el juicio a Nabila hemos visto de
todo, desde la condena pública a su vida sexual hasta su rol de madre, como si
todo esto sirviera como justificación a su brutal agresión hasta casi su posible
muerte.
Todo Chile
ha seguido con mucho interés este caso y al igual que muchos chilenos no deja
de conmoverme cada día al saber los detalles más oscuros de su martirio. Su
pareja, y por desgracia padre de sus hijos, la golpeaba constantemente y ella
siempre seguía al lado de él como castigándose por algo que ella creía normal. Era
como una dependencia sicológica, como el carcelero a su prisionero, no podía
huir de él. También era una dependencia monetaria, porque siempre el hombre la
chantajeó con el pretexto del dinero para ella y sus hijos. Este maltrato era
normal ante la vista de todos, ante sus hijos, ante sus parientes y cercanos.
Porque digámoslo como es, en nuestro país es normal maltratar a las mujeres, es
normal en todo sentido. Desde la violencia hacia nuestras madres, por parte de
nuestros padres, que siempre la disminuyeron. Violencia a nuestras parejas y a
nuestras hijas. Y no me refiero a la violencia física que cae sobre ellas, me
refiero también a una violencia que está arraigada en nuestra mente y que
termina por banalizar toda la agresión hacia ellas.
En el juicio
a Nabila se le ha preguntado por su vida sexual, si tuvo muchas parejas, si se
acostó o no con tales fulanos. Ha actuado contra ella nuevamente el tribunal de
la inquisición. Esto a vista y paciencia de un juez impávido que ni siquiera se
le ha arrugado la epidermis ante tanta violencia verbal hacia ella. Nadie se
paró de su silla a protestar por este cruel ultraje a su intimidad. Ella no es
la acusada en este juicio, es la víctima, algo que parece nadie del poder
judicial darse cuenta. El culpable es otro, es Mauricio Ortega, su agresor. Por
supuesto que a él no se la han consultado cuantas parejas sexuales ha tenido,
ni se le muestran algunos informes médicos de su salud mental. No, esto no se
le pide al agresor, pero si a la agredida. Menos mal que Nabila ha tenido un
mínimo de dignidad al responderle al abogado que le preguntó por su pasado
sexual: “Y esto que tiene que ver con la agresión que recibí”.
En este caso
están todas las pruebas para inculpar al criminal, sin embargo se sigue con el
circo mediático de someter la víctima al escarnio público, olvidándose de que aún
tiene hijos aun en edad de crecimiento. Ni siquiera a ellos se les han
respetado sus derechos como niños.
Ayer,
durante el programa de la mañana el canal católico T13, presentó y leyó en
televisión el informe ginecológico de la víctima, con detalles tan sórdidos que
llega a ofender la conciencia pública. Entre estos detalles salía hasta el olor
de sus partes íntimas. ¿Qué es esto me pregunto? ¿No hay nadie en la
Universidad Católica que les diga a estos sudo periodistas cual es la ética de
sus noticias? Esto me paraliza y me hace temer por todas las mujeres que pueden
verse sometidas a una agresión de esta naturaleza y que como sociedad la
consideremos normal.
Lo que me
repugna es que todo este show se presente en un canal de televisión que se
considera “Católico” y que por estos días está dando un triste espectáculo.
Claro es
posible que esto suceda porque, les guste o les ofenda a algún majadero, la
religión siempre ha mirado en segundo plano a la mujer. De hecho está escrito
en el libro sagrado de los cristianos que Dios creó a la mujer, porque el varón
necesitaba una compañía. Por supuesto que justamente nació de la costilla del
hombre.
Ahora la
iglesia se opone a que la mujer decida sobre su cuerpo y no sea castigada fruto
de una violación o un feto inviable. Es decir, está condenada a sufrir el
martirio de tener en su vientre un hijo que vivirá algunas horas. O peor aún,
si es violada por uno o varios agresores debe, en nombre de Dios traer ese hijo
al mundo, condenando a la mujer a un castigo de por vida.
La mujer en
Chile está doblemente castigada. Si se integra a una Isapre en edad fértil su
plan de salud es tres veces más caro que un hombre. Por supuesto que ningún
político se declara escandalizado por esta arbitrariedad. Y después se quejan
de que hoy nacen cada vez menos niños. En la vida laboral la mujer gana menos
que un hombre a un mismo trabajo. Si es exitosa como profesional se le enrostra
su falta de capacidad de ser una buena madre, es fin toda una cultura machista
absurda y retrógrada.
Si no
cambiamos en algo nuestra estructura mental como sociedad y como personas
seguirán existiendo más “Nabilas”, ante la indiferencia de una sociedad que
cada día que pasa pierde sus valores más elementales.
Hugo Farias
Moya
13-04-2017
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