Roxana Nahuelcura: La profesora que forma científicas
Ha ayudado a sus alumnas del Liceo 1 a llegar a la Antártica, Suecia o Estados Unidos, impulsándolas a investigar y participar en distintas ferias y concursos. 'Los profesores no estamos aquí sólo para pasar materias, sino que somos entes de cambio social', dice.
Mónica Stipicic H
Mientras el emblemático Liceo 1 Javiera Carrera, en la comuna de
Santiago, seguía en toma, Roxana (41 años, soltera y sin hijos)
aprovechó de asistir junto a un grupo de alumnas a una charla en el
Campus San Joaquín de la UC de uno de los encuentros para organizar la
Feria Antártica Escolar, una competencia que premia a los proyectos
científicos con un viaje al continente blanco. Roxana y sus alumnas lo
han ganado tres veces.
Joven y risueña, esta ex alumna del colegio en que hoy hace clases es
la única hija de un matrimonio entre una decoradora y un cocinero -
“ambos formados en el DUOC en la época en que estaba abierto para el
obrero campesino”-, y creció en una enorme casa en Quinta Normal, junto a
sus abuelos maternos, tías y primos.
Su interés por la ciencia comenzó a los 12 años, cuando le regalaron
un libro de Carl Sagan, que no pudo parar de leer hasta que se lo
terminó. Después pasó al clásico texto de Biología de Claude Villee,
cuyos dibujos copiaba en su cuaderno de ciencias naturales, que no era
el mismo del colegio, sino que uno personal en el que ella anotaba lo
que entendía y preparaba sus preguntas para la clase siguiente. Cuando
llegó el momento de entrar a la universidad, dudó entre seguir la
licenciatura en ciencias o la pedagogía; como sabía que ser
investigadora en Chile no era fácil, decidió ser profesora.
Los años en el Pedagógico pasaron rápido y sin mayores dificultades.
Tenía una buena base escolar. Trabajó unos años en un colegio privado y
luego en uno de monjas, hasta que en 2007 aterrizó en su propio liceo.
“Me daba miedo el cuestionamiento de algunos profesores que todavía
estaban desde mi época, pero sobre todo no sabía si iba a estar a la
altura de las alumnas. Yo sabía que las niñas de este colegio son super
exigentes, que preparan sus clases y siempre quieren saber más. Y eso me
ponía muy nerviosa”.
¿Por qué se pasó de lo privado a lo público?
Cuando un profesor recién comienza a trabajar no tiene demasiada
conciencia de que no estamos aquí sólo para pasar materias, sino que
somos entes de cambio social. Muchos profesores nos vamos estancando sin
darnos cuenta de que generar el cambio pasa por nosotros. Yo llegué al
liceo un año después de la revolución pingüina y veía que a las niñas
les interesaba el tema, que organizaban jornadas de reflexión acerca de
la reforma y que se lo tomaban super en serio.
Al año siguiente de su llegada le tocó guiar a una pareja de alumnas
en su participación en la Feria Antártica, un torneo organizado por
INACH (Instituto Antártico Chileno). En esa ocasión sus alumnas no
ganaron, pero sí viajaron a la feria en Punta Arenas y llegaron muy
entusiasmadas.
El 2009 asumió la jefatura de un segundo medio. Ese año el tema de la
feria era Darwin y la Antártica. Las alumnas Daniela Orellana y Ena
González le propusieron trabajar el tema de la selección natural en los
pingüinos. “Eso significó que yo misma me metiera de cabeza a estudiar a
Darwin… ¡no podía creer que hasta ese momento no había leído sus
libros!”. Ella se apasionó tanto como las alumnas, quienes ganaron la
feria y viajaron a la Antártica a trabajar codo a codo con los
científicos.
El 2012 fue el turno de Naomi Estay y Omayra Toro, quienes habían
leído que se hallaron bacterias en los derrames de petróleo. “Partí a la
Universidad de Chile y me reuní con el bioquímico José Manuel Pérez,
quien recibió a las niñas en su laboratorio. Él puso a un tesista a
cargo, les entregó muestras de suelo y agua y les enseñó a aislar las
bacterias e identificarlas. Le entusiasmó tanto el proyecto, que cuando
se cambió de universidad y partió a la UNAB, se llevó a las niñas con
él. Después de eso, las chicas le incorporaron fenantreno, que es el
componente más grande del petróleo para ver si sobrevivían. Y no sólo
sobrevivieron, sino que empezaron a proliferar y a comerse el compuesto.
Por lo tanto, una de sus conclusiones fue que la bacteria podía ser
capaz de degradar el petróleo y llegaron a plantear la existencia de un
bioremediador”, dice la profesora.
Como habían trabajado tanto, Roxana las ayudó a participar en varias
ferias científicas con su trabajo y en 2013 ganaron el Junior Water
Prize, un torneo que se realiza en Estocolmo y donde participan
proyectos sobre el agua. Roxana las acompañó a recibir su premio de
manos de los reyes de Suecia.
Ese mismo año, junto a Reynalda Zárate y Estrella Calderón volvió a
obtener el primer lugar en la Feria Antártica con un proyecto que
identificó bacterias capaces de degradar cadmio y selenio para generar
nanopartículas fluorescentes capaces de ser utilizadas en biomedicina,
paneles solares o monitores LED. Con ellas también viajó a Suecia y,
aunque allí no ganaron, sí se alzaron con el primer lugar en la Feria de
la Ciencia, la Tecnología y la Innovación de Medellín, Colombia.
En 2014 abordó un área distinta. Un grupo de alumnas participaba en
un taller de robótica como parte de otra asignatura del colegio, cuando
Roxana -que era su profesora jefe- se enteró de que Conicyt estaba
organizando un congreso sobre neurociencia. Como sabía que podía
interesarles, se acercó a Daniela Sáez y Sofía Carrasco para
comentarles que había visto en un documental cómo personas ciegas eran
capaces de distinguir algunas sombras y colores si les conectaban una
cámara en el lóbulo occipital del cerebro para reemplazar el ojo, que no
era otra cosa que un receptor dañado. Creyó que los conocimientos en
robótica que sus alumnas habían adquirido podrían servirles para
realizar algún proyecto al respecto. Ellas terminaron desarrollando un
traje para ciegos sobre la base de legos, con sensores de luz capaces de
captar los colores por su intensidad luminosa, igual que los objetos en
el camino. Con ese proyecto participaron en la feria de Explora Conicyt
y lograron el primer premio en la feria de emprendimiento Juvenil
jumpStart Chile, y el año pasado Roxana partió a Washington a la Gala de
Emprendimiento Juvenil Mundial de NFTE (Network for Teaching
Entrepreneurship). Hoy Daniela y Sofía estudian ingeniería en la
Universidad Santa María y están modificando su invento, que ya tienen
patentado, para tratar de colocarlo en el mercado.
¿Todas tus alumnas entraron a la universidad a estudiar lo que querían?
Yo pensé que cuando volviéramos de estas ferias, las universidades se
iban a pelear por las niñas, pero no pasó nada. Me parece increíble, en
cualquier parte del mundo existen cupos especiales para talentos como
ellas, de hecho, en Suecia y Estados Unidos nadie podía creer que iban a
tener que dar la PSU y postular como cualquiera a un cupo. Lo que nos
falta es invertir en talento, aunque sé que existen algunos proyectos
para permitir el ingreso de alumnos destacados en ciencias.
Como docente, Roxana ha participado además en academias para
profesores de ciencias. Una de ellas fue en Costa Rica, adonde partió
invitada por el programa Explora de Conicyt, y en el que aprendió nuevas
formas de incluir la indagación en el aula. También fue invitada por
la Embajada de Estados Unidos a un curso organizado por el Instituto de
las América (IOA) en San Diego sobre ciencia, tecnología, ingeniería y
matemáticas.
¿Es diferente enseñar hoy a adolescentes hiper conectadas?
Sí, pero yo incorporo eso a mis clases. Hago que usen sus teléfonos
para buscar información y proyectamos las imágenes que encuentran.
Trabajo mucho con charlas TED y documentales de National Geographic.
También les muestro papers científicos, revisamos las tablas de datos,
hacemos interpretaciones.
¿Cómo logras interesar al curso completo?
Los profesores tenemos un rol super importante en la alfabetización
científica. Uno puede tener alumnas humanistas o matemáticas en un
curso, pero con todas hay que buscar que después, como ciudadanas,
puedan tomar decisiones basándose y argumentando en base a ciencia.
Todos deben saber del tema, hay que informarse, leer y tomar conciencia
de lo que está pasando, de las investigaciones que se están haciendo.
¿Cuándo te diste cuenta de que podías marcar una diferencia?
A mí las propias niñas me llevaron a prepararme y hacer las cosas de
esta manera. El secreto está en enamorarse uno mismo de la ciencia y,
desde ahí, transmitírselo a ellas.
Sobre el movimiento estudiantil
Las alumnas del liceo Javiera Carrera junto a su profesora
¿Se siente parte de las demandas estudiantiles?
Hay peticiones que son super válidas. Somos un liceo emblemático,
pero a estas alturas nuestro edificio también lo es… está en muy mal
estado; si se quiebra un vidrio el protocolo para cambiarlo es eterno y
las niñas terminan tapándolo con un cartón; hay diez baños para 3.500
alumnas y muchos de ellos no están en buenas condiciones; las salas en
invierno son frías y en verano, horriblemente calurosas. Y no tenemos
laboratorio. Cuando yo estudiaba había tres, pero dos terminaron
transformados en salas de clases y el que queda no tiene materiales para
trabajar; sólo hay algunos implementos de vidrio, y los reactivos, que
llevaban años guardados, tuvieron que ser eliminados por una empresa
especializada, porque a esas alturas significaban un riesgo de
contaminación.
¿Qué pasa con el resto de las peticiones?, ¿por qué pelean hoy día?
Les hemos dicho a las niñas que hay que cambiar las formas, que a lo
mejor las tomas o las marchas no son la mejor estrategia, pero la verdad
es que no encuentran otra forma de llamar la atención de las
autoridades. Uno, como profesor, opina si le preguntan, aunque en este
último tiempo reconozco que uno empieza a guardar cierta distancia,
porque están más radicalizadas.