Patricia Muñoz Garcìa

Patricia Muñoz Garcìa
Departamento Nacional Profesores Jubilados DEPROJ

sábado, 9 de julio de 2016

La cruz rota: el triple símbolo


La cruz rota: el triple símbolo

Cristian Aedo Barrena Director Escuela de Derecho Antofagasta Facultad de Ciencias Jurídicas Universidad Católica del Norte
La cruz rota: el triple símbolo
El internarse en un lugar para muchos sagrado, y saquearlo, significa abandonar el respeto por principios éticos básicos de convivencia social, porque la fe está asociada a la intimidad de un espacio vital que se ha ido abandonando con el tiempo.
El saqueo de la Iglesia de la Gratitud Nacional durante una marcha y la destrucción de la cruz de Jesús que se produjo en aquella oportunidad, han instalado un debate. En esta breve columna no quiero centrarme en los aspectos jurídicos o políticos del evento, sino en los sociológicos y acaso psicológicos del mismo. Ciertamente, la decisión de los jóvenes, en el contexto de una marcha estudiantil, aparece paradójica. No solo porque la destrucción de la imagen es aparentemente gratuita, sino porque, en caso de que los autores resulten ser estudiantes, se trata de una absurda deslegitimación de las demandas universitarias: el acceso gratuito a la educación superior (consagrar la educación como un derecho social) y la calidad (aspecto lamentablemente completamente ignorado en la ecuación). Por consiguiente, el evento, a mi juicio, no puede ser banalizado, ni escandalizarse permitirá reflexionar adecuadamente sus contornos.
¿Qué refleja, qué esconde el interés de romper un Cristo? A mi juicio, un triple símbolo. En un profundo trabajo -“Finitud y culpabilidad”-, Paul Ricoeur nos recuerda que los símbolos operan allí donde las palabras no pueden describir un fenómeno que nos supera y que nos alcanza a la vez. Por esta razón, los símbolos asocian un lenguaje que los deslegitima o los legitima, en el intento de reproducir una realidad que con el lenguaje no puede ser descrita.
El Cristo roto representa o simboliza, en primer lugar, la fe. El Cristo de la cruz se nos presenta encarnando nuestras imperfecciones y nuestra encarnada humanidad. Más allá de esa fe, representa la última reserva moral. El internarse en un lugar para muchos sagrado, y saquearlo, significa abandonar el respeto por principios éticos básicos de convivencia social, porque la fe está asociada a la intimidad de un espacio vital que se ha ido abandonando con el tiempo.
Pero el Cristo roto simboliza también aquello que no llega a ser. La violencia que sobre el símbolo se desata en argumentos justificantes. Desde dentro, hemos escuchado la critica que justifica el saqueo, con el argumento que la Iglesia Católica fundamentalmente, ha traicionado el verdadero Evangelio y al contrario, el acto de violencia al que asistimos resulta ser el justificante de una violencia vivida por los débiles y los pobres diariamente. Desde fuera, el discurso sociológico y filosófico ya es bien conocido y está lleno de matices. Pero, en esencia, entiende que, con cierta ingenua legitimación aparentemente científica, la religión es bien una proyección neurótica, un alienante o un alivio falso para el malestar que provoca el vacío existencial. Con lo que uno se quede, la religión es símbolo de poder, muchas veces burgués, que oprime en nombre de aquello que no existe o de la fe que se ha traicionado y abandonado intencionadamente.
La tercera lectura del símbolo encierra un mecanismo muy escondido de la culpa. La violencia esconde temor, que se ancla en la culpa que se alimenta de la neurosis del sinsentido. Que el Cristo roto no logre colmar ese vacío genera el odio, pero su muerte, su destrucción, encierra la angustia de Dios. Quiérase o no, nuestra sociedad la clama a gritos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario