“El
requisito para ser diputado o alcalde es ser ladrón y yo no lo soy”
(Mario Sepúlveda, uno de los 33 mineros rescatados de mina San José).
El
dato disponible es el que publicó recientemente la encuesta ADIMARK. No
existen antecedentes distintos que refuten lo que esa encuesta informa.
Los ‘distinguidos’ miembros del Senado cuentan con un rechazo en la
opinión pública cercano al 79%, mientras los ‘honorables’ diputados son
propietarios de un rechazo público que se empina en el 82%. ¿Quién dice
más?
Hoy
se da un fenómeno político inédito en nuestra Historia: existe una
oposición ampliamente mayoritaria, pero lo curioso, que hace único al
fenómeno, es que esa oposición lo es no sólo contra el oficialismo sino,
también, contra la ‘oposición a ese oficialismo’.
En
términos simples, una fuerte y creciente oposición a la gobernante
Nueva Mayoría, a la Alianza, y a los colgajos de ambos bloques (Evopoli,
Amplitud, MAS, PRI, etc.).
Si
Ud. conversa con cualquier parlamentario de manera informal, aborde el
tema y comprobará que el ‘honorable’ coincide en cuanto a la gravedad de
la situación. Ni siquiera pondrá en tela de juicio que el nivel de
desprestigio de los poderes del Estado conlleva un serio peligro de
desestabilización del sistema político y además, por si fuese poco, la
posibilidad del surgimiento de cacicazgos nacionalistas que suelen
culminar de mala manera para el país y su gente.
No
obstante, muchos parlamentarios y dirigentes políticos optan por el
statu quo, por el inmovilismo… o como dicen los abogados, apuestan sus
fichas a “no innovar”, pavimentando su propia ruta hacia nuevas
corruptelas y traiciones. Si hasta ayer eran ‘caradura”, hoy son “caras
pétreas”. La cloaca está abierta y nadan, orondos, en sus propios
miasmas sin pudor alguno ni temor ante la crítica ciudadana: se la meten
al bolsillo o se sientan en ella.
Coincido
con lo escrito por el periodista alemán Michael Schmitz en la revista
Der Spiegel: “Para la mayoría de la gente es algo sabido: Políticos y
grandes empresarios son corruptos. Y, en efecto, encontramos claros
indicios que justifican esa impresión”. Por cierto, en Chile los
indicios son aún más voluminosos. Ahora resulta que ser delincuente –
con o sin corbata – es un asunto de habitualidad, o de una especie de
‘oficio laboral’ rentable, para ciertos segmentos de la población.
Los
parlamentarios han formalizado esa actividad convirtiéndola en oficio… y
peor aún, en profesión cínicamente ‘válida’. Ejemplos sobran. Lo que
hay de prensa avala lo anterior, otorgándole a la criminalidad (la de
arriba y la de abajo) amplio espacio en sus noticieros centrales. Se
ratifica así lo expresado por Michel Foucault en su libro “Las redes del
poder”, con relación a la existencia de estados policiales
administrados por políticos que, a su vez, están subordinados a los mega
empresarios y a los coyotes financieros.
Dice Foucault:
“La delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades que conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente:
“cuanto más delincuentes existan más crímenes existirán, cuanto más crímenes haya más miedo tendrá la población, y cuanto más miedo haya en la población más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial”. (…) “la existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué en los periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad en cada nuevo día”.
“La delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades que conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente:
“cuanto más delincuentes existan más crímenes existirán, cuanto más crímenes haya más miedo tendrá la población, y cuanto más miedo haya en la población más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial”. (…) “la existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué en los periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad en cada nuevo día”.
Al
respecto me permito una reflexión que, seguramente, es compartida más
allá de mi círculo familiar. La mentada criminalidad se observa no sólo
en corruptelas, robos y traiciones (especialidad de las dos principales
cofradías políticas actuales), sino también en las declaraciones que
hacen esos eméritos individuos, con una frescura de cutis que justifica
la pésima imagen que dejan en la opinión pública.
He
aquí algunas ‘perlas’ tomadas al azar, indicativas de cuán pobres son
las argumentaciones utilizadas por algunos políticos – y otros
famosillos del quehacer nacional – al dar explicaciones respecto de
decisiones que comprometen el bienestar común.
“Si
se despenaliza el aborto los más felices serán los violadores, ya que
no habrá bebés para enjuiciarlos.” (una diputada UDI, de cuyo nombre no
quiero acordarme, pues siento vergüenza ajena).
“El aborto terapéutico es un “control de calidad a la raza humana.” (Jacqueline Van Rysselberghe).
“Quemaría al 26% que – según encuesta Adimark – apoya a M.Bachelet.” (tuit de Rodolfo Garraud S., Consejero de Evópoli).
“Cómo
esa negra tatuada va a ser candidata nuestra.” (diputada María José
Hoffmann refiriéndose a Lily Zúñiga, periodista que fuera jefa de prensa
de la UDI).
“Si
se hubiera aprobado la idea de legislar sobre un proyecto de ley que
reintrodujera la esclavitud en nuestra patria, habría sido menos lesivo
para el Estado de Derecho que la aprobación de la idea de legislar sobre
un proyecto de ley que aprueba el aborto, entendido como acción que se
propone interrumpir el embarazo.” (Felipe Bacarreza Rodríguez, obispo de
Los Ángeles).
“Solicito
rendirle honores en sus exequias; es lo que corresponde. Se hará de
acuerdo a toda nuestra legislación. No es lo que a mí me guste o no me
guste. Así de claro. Ni más ni menos.” (diputado Jorge Ulloa,
solicitandole al ejército rendirle honores al filo genocida Manuel
‘Mamo’ Contreras, condenado a más de 500 años de cárcel, cuando
fallezca.
Pero,
a mi juicio, la guinda de la torta la puso un individuo que no es
político profesional… aunque no está lejos: se trata de un abogado. No
un leguleyo cualquiera, es Decano de la Facultad de Derecho de la
Pontificia Universidad Católica:
“La
lluvia es clamor del cielo por los inocentes que morirán si se
consolida legalización del aborto.” (Tuit de Carlos Frontaura, decano de
la Facultad de Derecho de la PUC, aprovechando un frente de mal tiempo
que afectó a la zona central).
En
resumidas cuentas, el intento de Michelle Bachelet – aunque tibio y
vacilante – por llevar a cabo su programa de gobierno en determinadas
materias, desató las iras del sector neofascista de nuestra sociedad.
Ese
que en 1988-89-90 se vio obligado a “casarse con la democracia sin
amarla, ni haberla amado jamás”: en ese sector conviven amantes del
neoliberalismo salvaje con nostálgicos de la dictadura, y allí pululan
variopintos feligreses de algunas iglesias, desde la evangélica (la del
pastor Soto) a la católica vaticana (la de Karadima, Medina y Ezzati).
Parafraseando
el viejo refrán, cuando a la casa de la política entra la crisis por la
puerta, de inmediato escapa la dignidad por una de las ventanas. Pero,
en el caso que nos ocupa (el caso chileno), la dignidad de los políticos
huye en voluntariosa procura de vestimentas acordes a su nuevo estado
de cinismo y contumacia.
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