Expropiar colegios es lo más sano
Todo está muy líquido en educación. La reforma promovida por la Presidenta Michelle Bachelet se planteó como una contrarreforma de mercado y articuló, mediante el uso de un bien pensado eslogan de marketing –el eslogan del “fin a…”–, el crepúsculo del lucro, la selección y el copago.
Sin embargo, detrás de la cáscara comunicacional, el fin al lucro aparece como una sobreprotección al capital, a la inversión, a la propiedad privada que particulares hicieron in illo tempore para “colaborar”, supuestamente, con el rol que tiene el Estado de proveer educación a todos los niños y jóvenes del país.
Volveremos con ese tema más adelante. Por ahora digamos que es claro además que el fin a la selección también se está evidenciando como un mero eslogan si, de hecho, no sólo algunos colegios podrán seguir seleccionando, los llamados emblemáticos, sino también los colegios particulares subvencionados que cumplan con ciertas prerrogativas básicas. Y obviamente, el fin al copago ya buscará su propio cauce de salida para imponerse como donación voluntaria o para derivarse en dinero fresco para “comprar” educación complementaria dentro de la escuela o fuera de ella.
Todavía no sabemos qué es, si el realismo político hecho a la medida de una “transacción de cocina”, o si la lentitud transformadora “a la Ottone” que asume la modernización neoliberal como un factum positivo e irrenunciable sobre el cual podemos seguir construyendo y reparando lo que haya que reparar, o si es la simple ausencia de convicción respecto al diagnóstico de que el sistema educacional chileno necesita un cambio radical como lo viene proponiendo la calle joven hace ya años.
Lo cierto es que todavía no sabemos qué es, tal vez sean todas esas hipótesis mezcladas o tal vez otras hipótesis como esta, la más evidente, que nos recuerda que esta reforma es la reforma de los “hijos de los otros” pues los “míos” siguen y seguirán estando en la educación particular pagada que lucra, selecciona y que tiene instalado al copago como ticket de ingreso al club de la elite o conservadora (los colegios del Opus Dei o de los Legionarios) o progresista (qué mejor ejemplo que La Girouette o la Alianza Francesa) o liberal (Santiago College, Saint George, etc.): en síntesis, no sabemos bien qué es en rigor esta reforma. Una contrarreforma no es, pero con todo lo que no puede gustar la palabra “reforma”, si nos gustara como calificativo, tampoco podríamos decir hasta hoy que la de Michelle Bachelet sea una reforma educacional.
Esta reforma parece más bien una licuadora… una lavadora… o, mejor, una minipimer en la que los sentidos se mezclan y remezclan, pero cuyo resultado termina sabiendo, gustando y oliendo del mismo modo que el elemento original: es lo que la Concertación supo hacer de manera magistral durante su historia y que al parecer la Nueva Mayoría heredó genéticamente, a saber, administrar un modelo mejorándolo. Mientras propone pomposamente y hasta con escándalo reformas a la educación (tal como ahora), la Concertación fue astuta en guardar los silencios que debía guardar respecto a la big picture educacional que pone en evidencia las verdaderas transformaciones que se debieron realizar para reemplazar y no sólo mejorar el modelo educacional.
Expropiar no es bananero, estimado, mire, diga con su corbata bien puesta, Sr. Optimista Perverso, diga la palabra “expropiar”, es una palabra institucional, no anarquista, y además en este país Ud. debe saber que las instituciones funcionan. Expropiar depende de su Presidenta y tiene a la ley a su favor, al nuevo sentido de lo público en educación, y hasta tendría a la calle a su favor.
Hoy la Nueva Mayoría lo hace del mismo modo: ni una palabra respecto a las agencias técnicas de educación ATE y el pingüe negocio que se ha instalado con los recursos pensados para apoyar a los más desfavorecidos de nuestra sociedad; ninguna palabra en serio respecto al Simce, instalando a la cabeza de su supuesta reforma a quienes más lo defienden y hasta lo “venden” en otros países de Latinoamérica; cero comentario respecto al negocio mantenido incluso desde el Estado en relación a la industria del libro de texto escolar; nadie habla en serio de los sostenedores de los liceos técnico-profesionales, sus motivaciones e intenciones, sus redes y conflictos de interés, así como nadie quiere hablar en serio de educación superior técnico-profesional con visión de país y no con visión estrecha de corporación económica como hoy en día lo vivimos (y no hablo sólo en el caso de los liceos de la Sociedad Nacional de Agricultura o de la Cámara de Comercio).
Ejemplos sobran respecto a estos silencios, el caso es que, mientras tanto, Michelle Bachelet y la Nueva Mayoría, siguen con su escandalosa reforma… que escándalo sí que ha producido y no lo digo simplemente por la jocosa “nueva calle” levantada por la derecha, o por el despliegue comunicacional del partido del orden o del ala neoliberal dura, ambas facciones muy poderosas de la Nueva Mayoría; lo digo más bien por el entusiasmo impúdico de sus propios propulsores, de los propios promotores de la reforma educacional, que con total descaro –dado lo melifluo del contenido de la reforma– se enarbolan con las banderas del progresismo intelectual de izquierda en materia educacional.
Estos últimos son un caso perfecto de lo que Schopenhauer llamó “optimismo perverso” u “optimismo sin escrúpulos”: a sabiendas de lo meliflua de la reforma educacional, asumen como accidental su falta de coraje y decisión política, imaginando casi como un maná y una distopía en acto el término al copago, la selección y el lucro.
En fin, a esos “optimistas perversos”, me gustaría proponerles una idea, a ver si con ella son capaces de tomar conciencia de sus escrúpulos.
Me gustaría advertirles que respecto al fin al lucro han hecho una tormenta en un vaso de agua, si dejamos a un lado su retórica meliflua pero escatológica y apocalíptica. Hay algo simple, barato y con un fuerte mensaje político que pueden hacer, sin ser incoherentes con su izquierdismo progre.
Me gustaría decirles que, si lo piensan bien, lo más sano es expropiar, y punto.
(Si tenemos fe en que estos “optimistas perversos” están pensando esto en serio, debe ser muy jocoso su ejercicio mental para no cuestionar su ausencia de escrúpulos; imaginen, la palabra “expropiación” les debe sonar tan UP, tan ENU, pero mientras tienen la foto de Allende discurseando en actitud vívida y militante en sus cómodas oficinas de La Moneda, el Congreso, Partido Político o Movimiento Político, su animalidad política les dice “no, esto no puede ser”, les debe sonar ultrón, fuera de la institucionalidad, descabellado, aunque, insisto, su corazoncito allendista de empaná y vino tinto los llama a inquirir la posibilidad de la “expropiación” de buena fe).
Pues sí, lo más sano es expropiar, y punto. La Ley Orgánica de Procedimiento de Expropiaciones tiene una lógica y una cierta sabiduría que no habría por qué desdeñar.
Reconociendo el derecho a la propiedad que tienen todas las personas sobre diversos tipos de bienes corporales o incorporales, afirma la ley que es completamente posible y legal toda expropiación por causa de utilidad pública o de interés social o nacional. Todo ello resguardando, por cierto, de forma justa la provisión de indemnizaciones necesarias (una comisión ad hoc tendrá que definir cuánto realmente han invertido los empresarios de la educación y cuánto ha sido lo que han recibido del Estado y cuánto del copago de las propias familias).
Veamos. Los sentidos que hoy tenemos de lo que es la educación, después de años de movilización social, se han enriquecido o se han vuelto a enriquecer enormemente, resaltándose, por sobre todos, el sentido de lo público. No hay duda.
Por otra parte, la discusión intelectual está cada vez más orientada a reconocer que la educación pública, tal como la concebimos hoy, está lejos de una configuración de un estatismo alienante o ideológicamente perjudicial: Finlandia es tal vez el mejor ejemplo de lo descabellado que podría ser reflotar el diablo de la ENU como argumento válido.
Además, está más que claro que la reforma de la Presidenta, tal como fue planteada, tiene el problema del orden impropio de los factores, y desde el interior de La Moneda, de la Nueva Mayoría y del mismo Ministerio se ha reconocido este error de muy diversas formas, empezado por la famosa agenda corta que busca reposicionar comunicacionalmente la agenda educacional de Michelle Bachelet por la vereda de lo público.
Incluso, si me permiten, el muy extravagante argumento que conduce a la idea de que toda educación es finalmente pública (con sentido público) sin importar quien la provea, si es un ente público o privado (argumento abstruso y hasta retóricamente rocambolesco), incluso ese argumento, digo, reconoce de cierta manera que, hoy por hoy, es la educación pública la que ha vuelto a recobrar su sentido de mayor virtud democrática y republicana: nadie duda un segundo en lo retórico de la expresión que afirma que la Pontificia Universidad Católica de Chile o la Universidad ARCIS son universidades públicas, pero al mismo nadie duda que “lo público” es el sentido, el significado, el imaginario fuerte que se impone.
En todo caso, el ejemplo de las universidades privadas posando de públicas puede ser tan abstruso y rocambolesco, tan retórico como que, en un futuro muy cercano, y a causa de la misma reforma al sistema escolar de Bachelet, ya que a los colegios particulares subvencionados se les va a financiar completamente, llamando a eso “gratuidad” para así cumplir con un eslogan más de campaña, se crea entonces que esos colegios particulares subvencionados al 100% sean en rigor –o se les conciba o se les llame– “escuelas públicas particulares subvencionadas”. Claramente es no entender nada. Porque lo público no puede ser confundido así hoy, menos desde esos sentidos que tanto arraigan y que además poseen tanta fundamentación. El resto es sólo querer buscar formas argumentativas para continuar dándoles oxígeno desde el erario público a los negocios educacionales particulares con fines privados.
En fin, argumentación sobra para fundamentar cualquier expropiación de colegios desde la perspectiva de lo público, partiendo por los particulares subvencionados que lucran, que exigen copago y que seleccionan, y que, por cierto, desvirtúan todos los sentidos de lo público y hasta los sentidos de la mismísima OCDE, que con eso decimos ya mucho o todo de una buena vez: la utilidad pública o de interés social o nacional que exige la ley de expropiación está más que clara y fundamentada. La nueva institucionalidad para la educación pública perfectamente podrá hacerse cargo de la gestión de colegios particulares expropiados, transformándolos en escuelas públicas de calidad.
Sería una ironía más de la historia. Una ley firmada por el capitán general Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, siendo usada ahora, para expropiar aquello que hoy consideramos lo público por excelencia: la educación, los colegios, su infraestructura, sus bienes raíces. Un engranaje nacido de la Constitución neoliberal de Jaime Guzmán usado –ahora– para trabar su propia maquinaria subsidiaria de producción de capital humano.
Y, ojo, para los más desprevenidos que no son sólo los “optimistas perversos”: esto todavía no es lo más importante para una verdadera reforma en educación. Lo más importante se juega en la escuela y en sus actores, en las condiciones que ofrecemos para crear una escuela verdaderamente transformadora socialmente y digna para el fortalecimiento de nuestra democracia.
Pero, sin ser lo más importante, el mensaje de la “expropiación” es más claro que el que hoy tristemente está entregando Eyzaguirre con la reforma (primus inter pares de los “optimistas perversos”), más aún ad portasde un acuerdo de cocina 2.0 por la educación; y, obviamente, es mucho más claro y menos violento que el mensaje bananero de la retroexcavadora.
Expropiar no es bananero, estimado, mire, diga con su corbata bien puesta, Sr. Optimista Perverso, diga la palabra “expropiar”, es una palabra institucional, no anarquista, y además en este país Ud. debe saber que las instituciones funcionan. Expropiar depende de su Presidenta y tiene a la ley a su favor, al nuevo sentido de lo público en educación, y hasta tendría a la calle a su favor.
Expropiar es colocar el sentido de lo público por sobre el lucro y el negocio de la educación, pero sin estatizar al estilo soviético, no nos confundamos: ni el liberalismo ni Marx gustan tanto de la educación administrada por el Estado (reitero, lo digo para los más desprevenidos, partiendo por estos optimistas).
En síntesis, se los dejo planteado como un juego mental: para evitarse más rodeos, expropiar es lo más sano. Punto. (Tome conciencia, Sr. Optimista).
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