29 de julio de 2014
Una sorpresiva intervención de la OCDE en el debate sobre la reforma educacional chilena amaneciópublicada el miércoles pasado en El Mercurio. Se trata de una columna del siempre polémico –polémico para nuestro país pero también para el mundo entero– Andreas Schleicher, director de educación de la OCDE.
Su estilo es conocido y siempre el mismo: en apariencia frío, pétreo y filoso como una navaja empírico-analítica bien afilada (que aparenta la conocida grandilocuencia neutral de experto), pero en el fondo sus intervenciones, como las de toda la OCDE, buscan sin lugar a dudas incidir ideológicamente en el curso de las agendas políticas de los países bajo su égida. La agenda de la OCDE es una agenda de poder, no puede ser leída de otra manera.
Pues bien, esta vez la OCDE habló para incidir en el debate nacional y darles un espaldarazo potente a dos de los pilares de la reforma educacional de Michelle Bachelet, al mismo tiempo que la anima en su deseo más confesado (porque ella se considera una hija ejemplar de sus aulas) de mejorar la educación pública.
En su estilo, usando un tono taxativo y profesoral, propio de esos organismos internacionales, afirma Andreas Schleicher: “Tal vez esa sea la lección de política más importante para Chile. A través de la eliminación del copago y la selección, Chile puede avanzar hacia una composición escolar más equitativa de los recursos en las escuelas”.
Parte importante de la reforma ¡sacramentada por la misma OCDE!: una muy buena noticia para Eyzaguirre en medio de la hojarasca que está dejando su impulsividad mediático-verbosa.
La primera casi no necesita comentarios, pues es un perfecto Exocet al corazón simbólico de los colegios de la élite chilena: “… el 10% de los estudiantes más desfavorecidos en Shanghai supera al 10% de los estudiantes más privilegiados de Chile”. Afirmación demoledora que deja a esos colegios en un muy mal pie y a sus familias como si fueran todas ellas idénticas a “Los Eguiguren” (perdonen la imagen insoportablemente ochentera).
Es cierto que en apariencia Andreas Schleicher dice bien poco, es cierto que el uso del “tal vez” le da un tono de humildad (que debe ser leído como pura retórica), y es cierto que no dice nada de la eliminación del lucro (porque seguramente no está convencido de ello, ni él ni la OCDE), pero se despacha dos joyas más, y de gran calibre, que no pueden ser soslayadas.
La primera casi no necesita comentarios, pues es un perfecto Exocet al corazón simbólico de los colegios de la élite chilena: “El 10% de los estudiantes más desfavorecidos en Shanghai supera al 10% de los estudiantes más privilegiados de Chile”. Afirmación demoledora que deja a esos colegios en un muy mal pie y a sus familias como si fueran todas ellas idénticas a “Los Eguiguren” (perdonen la imagen insoportablemente ochentera). En todo caso, es un placer que no es primera vez que se da Andreas Schleicher en contra de la élite chilena y su mala educación (el sentido del placer es fácilmente reconocible en cierto tipo de europeos que se refieren con sorna a las élites tercermundistas, así como con paternal solidaridad al pueblo y su pobreza, para ellos folclórica).
La segunda, ya lo dijimos, apunta desde el título mismo al corazón más profundo de la Presidenta. Dice: “No existe un sistema educativo exitoso con un sistema débil de escuelas públicas”, título poderoso (engañoso por cierto) que en apariencia envía un mensaje claro a las intenciones políticas del segundo tiempo de la agenda educacional de gobierno, apoyándolas con un fuerte espaldarazo. “De hecho –afirma– en Francia, Italia, Japón, México, Suiza y Estados Unidos, los estudiantes de las escuelas públicas lo hacen mejor que los de las escuelas privadas, y cualquier ventaja observada entre las escuelas privadas se debe exclusivamente a un efecto de composición”.
Termina Andreas Schleicher su intervención así: “Tengamos en mente que el sistema escolar chileno de hoy será su economía del mañana”. Simple y directo el mensaje. No es que no lo supiéramos, pero si se dice y enfatiza, más encima si lo dice la OCDE, para dejar en claro el prejuicio desde el cual se parte, es relevante.
Es un tema difícil de tratar, es cierto. La relación con la OCDE es un tanto una relación mediada por un cierto tipo de complejo de inferioridad, por una parte, y profundamente desequilibrada en términos del nivel de influencia de ese organismo versus nuestro país, por la otra. Además, los intereses de la OCDE son también los intereses de muchos expertos que tienen sus propias agendas en nuestro país, y no estoy pensando sólo en Cristián Cox o Gregory Elacqua, sino en un sinnúmero de influyentes investigadores, académicos e intelectuales (las más de las veces corporativos) que influyen desmedidamente en la agenda educacional en comparación con las demandas que emergen de la sociedad civil organizada o no.
Con la OCDE y “los suyos” hay que andarse con cuidado, sobre todo si se trata de mesas de expertos, mesas de diálogo, comisiones de formulación de política pública, o asesorías para el mejoramiento o la reformulación de la agenda educacional: con ese mainstream naturalizado no se juega, y menos se desvaloriza, calificando de “salfatismo”, a quienes hacen una interrogación casi inicial y de puro contexto.
Por otra parte, nuestro país conoce de la influencia de los organismos internacionales que promueven fundamentalmente los valores de la ideología neoliberal que hoy por hoy es casi lo mismo que decir “globalización”. Nuestra experiencia es en cierta medida traumática: ahí tenemos el feroz intervencionismo ideológico en el modelo educacional de los 80, y la muy complaciente recepción a los instrumentos neoliberales (“correctivos”, les llamó el progresismo de la época) de política pública educacional en los 90. Caben, para nosotros, las interrogantes que plantea Paul Virilio sobre la mundialización, pues ¿qué es esto, de qué estamos hablando?, ¿de globalización o de globalitotarismo?
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