¿Por dónde empezar? Seguramente esta es la pregunta que muchos de los
actores involucrados e interesados en los cambios en la educación nos
estamos haciendo en este momento. De las innumerables promesas y
desafíos, ¿cuál debería venir primero? ¿Cuáles son las más urgentes, las
más prescindibles o las más conflictivas? y ¿qué grado de participación
tendremos los actores sociales en la discusión? Estas y otras
preguntas, que remiten a la necesidad de una estrategia para lograr los
cambios, son también preguntas que seguramente el nuevo Ministro y sus
colegas están pensando.
En Educación 2020 proponemos que desde el primer día se instaure una
épica, un relato y un compromiso con la aprobación de proyectos
concretos que puedan tener un impacto relativamente rápido en un tema
tan crucial y tan urgente como lo es la Educación Pública.
Frente a la estrepitosa caída de la matrícula en la educación escolar
pública en las dos últimas décadas (que hoy llega al 36%) y de la
paupérrima presencia del Estado en la educación superior (con nula
presencia en la educación técnica y sólo un 15,6%[1] de representación
pública en la totalidad de la matrícula de educación superior), urge un
plan de renovación e inversión en la Educación Pública, que la devuelva
al lugar que le corresponde en la entrega de un derecho social que es
responsabilidad, en primer lugar, del Estado. Y, junto a ello, cumplir
con la promesa enunciada en el programa de la Presidenta electa de que
“el Estado, a través de la educación pública, desarrollará un rol
fundamental en cada nivel educacional. El Estado debe garantizar el
ejercicio del derecho a una educación de calidad, fortaleciendo la
educación pública, entregando garantías explícitas y exigibles a
ciudadanos y ciudadanas” (Programa MB, p. 16).
En la práctica, ello significaría que todas las medidas y todos los
proyectos de educación de los 100 primeros días tengan el relato y la
perspectiva de fortalecer la Educación Pública. La construcción de 5
Centros de Formación Técnica estatales, el plan de acceso equitativo
para la educación superior, la construcción de 2 universidades estatales
en regiones y la entrega del plan de construcción de las primeras 500
de 4.000 salas cunas, todas ellas podrían inscribirse en un discurso que
levante y le dé una nueva cara a la Educación Pública.
Lo mismo es posible con los anuncios que sigan, entre los cuales se
cuentan los fondos de aporte basal y fondo de apoyo permanente para las
universidades estatales, el destrabe de las normativas que le impiden a
las instituciones del Estado crecer en su matrícula o endeudarse en el
largo plazo, el fin del impedimento legal de la participación
estudiantil, y la articulación de un plan nacional de centros de
entrenamiento públicos que combinen la labor de los CFT e IP privados y
públicos con las necesidades locales de producción. Un sinónimo de un
verdadero nuevo trato del Estado con sus instituciones en la educación
superior.
Para la educación escolar, vendría bien una épica similar, que
proponga una Educación Pública del siglo XXI, que remodele su
infraestructura y equipamiento. Se trata de hacer de todos los colegios
de Chile liceos emblemáticos y acabar con la segregación implementando
un plan que asegure el crecimiento de las matrículas de todos los
colegios municipales, mientras pensamos cómo hacemos para
desmunicipalizar.
Se necesita de metas ambiciosas, como por ejemplo, llegar al 50% de
matrícula pública para el 2025 y para eso es fundamental que los
chilenos nos sintamos orgullosos de nuestra Educación Pública. Por eso
es tan necesario generar una épica, un relato que le hable a los
ciudadanos y ciudadanas de los sueños que tenemos como país, un relato
que nos convoque.
Hoy, en plena disputa de qué es lo público, de si ello tiene que ver
con la propiedad o no, si tiene que ver con las fuentes de
financiamiento o con el rol que cumplen las instituciones en la
sociedad, es necesario pensar que esa discusión sólo puede darse de
manera justa en la medida en que exista una Educación Pública que esté a
la altura del debate y que cumpla con la obligación de dar una
educación gratuita, republicana, de calidad y sin discriminación ni
segregación.
El peligro que se corre es que este debate permanezca siempre en el
olvido o que se vuelva infructuoso e injusto cuando se critique a la
Educación Pública sin tomar en cuenta las condiciones históricas
desiguales en las que se encuentra respecto a la educación particular.
La necesidad de una estrategia educacional, de elegir bien los
momentos en los cuales una ley sale a la discusión pública, el timming
para lograr su aprobación, el grado de participación de los actores en
cada discusión, las reformas más urgentes y los proyectos que generarán
mayor controversia son algunas de las cosas que tendrá que tener en
mente el Ministro a la hora de proponer un itinerario para la gran
reforma educacional. Pero el mayor desafío es lograr una épica, la
participación y restauración de la confianza con la ciudadanía. Qué
mejor para ello que comenzar con la Educación Pública.
No hay comentarios:
Publicar un comentario