¿Quién puede aprender algo, aguantándose
las ganas de ir al baño? Este fenómeno tan mundano, claramente afecta en
la capacidad de concentración de los niños y en su comodidad,
influyendo su aprendizaje y el clima escolar de la escuela.
FOTO: Educación 2020
* Columna de Mirentxu Anaya, directora del Centro de Liderazgo Educativo de Educación 2020.
“Me da asco entrar al baño, está siempre inundado y sucio, prefiero
aguantarme y llegar a mi casa a hacer en la tarde”. Alumno de 3ero
básico de una escuela pública de nuestro país.
Esta queja se escucha con frecuencia en las voces de estudiantes,
profesores, asistentes de la educación y apoderados de nuestras
escuelas. En Educación 2020 nos sumergimos a diario en distintos
colegios municipales y vemos cómo el relato del baño se complementa
incluso con el temor que sienten los niños de entrar a los servicios
“higiénicos” —que de limpios no tienen mucho— por ser atacados por sus
compañeros mayores.
¿Quién puede aprender algo, aguantándose las ganas de ir al baño? Este
fenómeno tan mundano, claramente afecta en la capacidad de
concentración de los niños y en su comodidad, influyendo su aprendizaje y
el clima escolar de la escuela.
¿Qué madre quiere que su niño o niña no tenga un lugar digno para sus
necesidades más básicas? Esta ya es razón suficiente para llevarse a
sus hijos a otro colegio. Pero esta decisión se complementa con otros
“detalles” de infraestructura relacionados con el bienestar del niño en la escuela.
Esto último, el bienestar del niño, es lo que más le importa a las familias y dicho sea de paso es lo que más debiera importarle al Estado chileno. En
nuestras escuelas públicas observamos varios fenómenos que atentan
contra el concepto de “vivir bien”: Salas muy frías, sucias, de murales
rotos y desactualizados. Patios inseguros, grises, faltos de áreas
verdes y juegos. Bibliotecas gélidas, sin espacio para la lectura,
usadas como sala de castigo cuando los niños llegan tarde o son
expulsados de clase.
Estas son algunas de las potentes razones por las que los padres,
prefieren inscribir a sus hijos en el colegio particular subvencionado
del barrio, de mismo SIMCE que el municipal, pero con nombre inglés, una
bonita recepción para los apoderados, estufas en las salas y baños
decentes.
590 mil estudiantes han abandonado la Educación Pública en los
últimos 11 años, bajando de un 58% a un 39% la matrícula a nivel
nacional. En varias comunas la Educación Pública es inferior al 20%. Si
pensamos que cada niño equivale más menos a un millón de pesos anuales
para la escuela, esto significa la pérdida en 10 años de aproximadamente mil millones de dólares para el sistema escolar público. Las
consecuencias son múltiples, especialmente en cuanto a las precarias
condiciones laborales de los docentes de nuestro país —altas deudas
previsionales, sueldos impagos y bajas remuneraciones— y el déficit
financiero para el pago de costos fijos de escuelas para miles de
estudiantes que hoy se encuentran habitadas por unos pocos.
Para que la Educación Pública salga de su agonía es necesario retener a sus estudiantes y captar nueva matrícula. Por esto, Señores y Señoras, los fondos deben también llegar a tiempo a las escuelas y es importante dar a las familias la seguridad de que al Estado chileno le importa de verdad el bienestar de sus hijos.
Esto implica asegurar lo antes posible baños dignos, salas con
temperatura adecuada y patios atractivos para cada una de las escuelas y
liceos públicos de Chile.
Después tendrá que venir la dignificación y apoyo al trabajo docente,
la desmunicipalización del sistema, el perfeccionamiento de los
concursos directivo entre varias de las medidas más urgentes. Pero lo de
los baños puede ser un gran comienzo.
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