Columnas
14 de febrero de 2014
De manera inédita en las últimas décadas en
Chile, un programa de gobierno se plantea como meta la regulación de los
alcances del mercado en la provisión de un servicio público: en este
caso, educación. En el centro del debate se instaló la idea de que el
acceso a la educación es un derecho social que debe ser garantizado por
el Estado. La inclusión de este principio en el programa de gobierno y
de las medidas asociadas (fin al lucro, gratuidad y calidad) representan
dos de los logros más sustantivos del movimiento estudiantil en los
últimos años. Si bien este es un logro de un valor inconmensurable, los
aires reformistas enfrentarán una de las batallas más duras: la lucha en
contra del Leviatán neoliberal. Esto es, un sistema que se vale del
mercado y del Estado como una manera única de regulación (y control) de
la sociedad civil (usando la definición del maestro Wacquant).
Desde principios de los ochenta, a través del mundo se ha instalado
la idea de que las burocracias estatales deben ser reguladas por
criterios similares a los que rigen a las instituciones privadas. La
idea general fue hacer más costo-efectiva la administración del Estado,
gobernando este último como si fuera una empresa. La literatura
especializada llama a esta dinámica el “management público”. La
implementación de esta nueva lógica implicó la aplicación de tres
mecanismos de gobernanza: competencia, descentralización y
privatización. A través de esta dinámica, el Estado retrocede en la
provisión de servicios públicos, dejando al mercado como el principal
mecanismo de provisión de estos servicios a la sociedad civil. En Chile
la historia es conocida, la creación de las AFP, el florecimiento de las
Isapres y la emergencia de la educación subvencionada y de las
universidades privadas. Subrepticiamente, esta dinámica además permitió
beneficiar más a unos grupos sobre otros, con la agravante de que los
beneficiarios de esta modernización paulatinamente se tomarán el aparato
del Estado para asegurar y potenciar sus fortunas. Es así como tenemos
un mercado omnipresente y un Estado que opera como un instrumento de
protección del mercado, ambos operando como un solo cuerpo en el control
de la sociedad civil: el Leviatán neoliberal.
En los tiempos en que el mercado ha colonizado la cosa pública, la voz de la sociedad civil se hace imprescindible para la consolidación de un orden más justo. El viejo Estado garante de derechos, lamentablemente ya expiró. Sin embargo, una sociedad civil activa, informada y movilizada es la única fuerza que puede desafiar al poder hegemónico del Leviatán neoliberal y, de esta forma, impulsar cambios no sólo en la medida de lo posible, sino que en la medida de lo necesario.
El programa de Bachelet precisamente plantea la exclusión de esta
lógica del sistema educativo chileno, pero ¿cómo es eso posible para una
clase política que protegió, profundizó y se benefició del actual
modelo de desarrollo? (esto no sólo se restringe a la Nueva Mayoría,
sino que a todo el espectro político). Puesto de manera más abstracta:
¿cómo es posible que el Estado le arrebate al mercado la coordinación de
los servicios públicos, siendo que el mismo Estado ha sido garante y
protector de la dinámica de mercado? Siguiendo este razonamiento, esto
es sólo posible si el Estado se niega a sí mismo en su identidad
contemporánea, lo cual deviene paradójico. En este marco, las tensiones
ya saltaron a la vista con los nombramientos de las nuevas autoridades
del Ministerio de Educación.
La designación de Nicolás Eyzaguirre y de la renunciada Claudia
Perirano como ministro y subsecretaria, respectivamente, ilustran la
paradoja del programa de Bachelet. Por ejemplo, inspirado en las ideas
del “management público”, el futuro ministro fue el autor del
Crédito con Aval del Estado (CAE), es decir, descentralizó la tarea de
financiamiento de estudios superiores para dejarla en manos de las
instituciones financieras privadas (los resultados desastrosos ya son
conocidos). En el caso de la renunciada subsecretaria, pareciera ser más
difícil. Peirano aparecía involucrada en asesorías entre instituciones
privadas (ATES y escuelas subvencionadas) vinculadas por estrechos nexos
familiares; asimismo, fue acusada de estar en contra de la gratuidad en
educación. Para el futuro ministro el programa de Bachelet le plantea
una contradicción ideológica. En el caso de la subsecretaria, además de
un problema ideológico, también se le planteó un conflicto de interés.
¿Cuánta legitimidad, credibilidad y libertad tendrán las nuevas
autoridades para conducir una reforma que apunta al corazón del Leviatán
neoliberal? En vista de los hechos, al parecer no mucha. Lo más
preocupante es que aparentemente muy pocos –o tal vez nadie– estaría
libre de pecado entre las filas de la Nueva Mayoría.
¿Qué nos queda entonces? ¿Cómo superar la encrucijada del programa de
Bachelet? ¿Cómo se restituye un servicio público para que garantice
derechos civiles más que para satisfacer necesidades de oferentes y
consumidores?, la respuesta es clara: con la sociedad civil, en este
caso, el movimiento estudiantil. En los tiempos en que el mercado ha
colonizado la cosa pública, la voz de la sociedad civil se hace
imprescindible para la consolidación de un orden más justo. El viejo
Estado garante de derechos, lamentablemente ya expiró. Sin embargo, una
sociedad civil activa, informada y movilizada es la única fuerza que
puede desafiar al poder hegemónico del Leviatán neoliberal y, de esta
forma, impulsar cambios no sólo en la medida de lo posible, sino que en
la medida de lo necesario.
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