Publicado: 05.08.2013
Muchos
tienen claro que los sufrimientos que viven los niños protegidos por el
Estado y denunciados en el estudio de la Unicef y el Poder Judicial, no
son nuevos. A la vez muchos temen que pasado el escándalo generado por
la difusión de esa investigación, el tema se desvanezca nuevamente sin
que nada importante se haya solucionado. El sicólogo Matías Marchant
llama en esta columna a resistir al olvido, al que hace invisibles a los
niños en el debate público, y al otro, más macabro y menos discutido:
el que sufren los niños que crecen en instituciones, separados de sus
familias. El olvido de la propia historia.
Antes que se acabe el ruido
causado por las denuncias sobre graves vulneraciones de derechos en los
centros del Servicio Nacional de Menores (SENAME) y sus colaboradores,
me parece relevante abordar un aspecto central del problema de los niños
que viven institucionalizados: la supresión de su historia y el riesgo
permanente al olvido. Una de las vulneraciones más importantes que
pueden sufrir los niños que viven institucionalizados es la pérdida de
la memoria, esto es, la pérdida de la historia personal que está
vinculada también a una historia social y colectiva.
Pasando de un hogar a otro, los acontecimientos más importantes en la vida de los niños, que son los de la vida cotidiana, desaparecen. La historia de los vínculos del niño es olvidada. Solo queda el historial o prontuario social y psicológico
¿Cómo se puede perder la historia? Cuando un niño vive en una
institución o en un hogar la posibilidad de registrar y escribir la
propia historia se ve francamente amenazada. El niño es sometido a
cambios reiterados de hogares y de cuidadores, por fuerza esto ocurre
también con los adultos que se vuelven significativos para él. Si esos
adultos significativos no registran la historia afectiva del niño, se la
llevan consigo, imposibilitando la memoria y su trasmisión.
Así, los acontecimientos más importantes en la vida de los niños, que son los de la vida cotidiana, desaparecen. La historia de los vínculos del niño es olvidada. Rara vez se conservan los lazos afectivos. Solo queda el historial o prontuario social y psicológico, los que casi nunca dan cuenta de la experiencia vincular y afectiva del niño.
El olvido también tiene su correlato en otras situaciones propias de
la institucionalización. Los niños habitualmente carecen de objetos
propios y que dan cuenta de su historia. La ropa que usan todos los días
es intercambiada con otros (los zapatos, las prendas preferidas, la
ropa interior). Los regalos de Navidad son de todos y de nadie. Mantener
las pertenencias del niño es una actividad que requiere de una
preocupación especial que las instituciones no suelen realizar. Las
fotografías que son modos privilegiados de construir una memoria, pero
¿quién se ocupa del registro fotográfico en las instituciones?
Existe una recomendación del SENAME de realizar “libros de vida” en
los niños institucionalizados, pero esto en contados casos se realiza en
forma sistemática y seria. Y hoy casi nadie está dispuesto a mantener
un registro fotográfico de la familia de origen del niño. La mayor parte
de las instituciones niega explícitamente conservar en el “libro de
vida” del niño (si es que lo tiene) la imagen de sus padres y hermanos.
No obstante, los nuevos dispositivos tecnológicos han permitido a los
progenitores fotografiar a los niños cuando los visitan en los hogares y
publicar las fotos en las redes sociales. Estas imágenes de los
encuentros entre los niños y sus padres están diseminadas hoy en día en
las “memorias” de los celulares.
Me pregunto si cuando la ventolera de la crisis que afecta al SENAME haya pasado, dejaremos otra vez a los niños sometidos al olvido.
Un problema tanto más grave que ocultar la historia es, justamente,
el olvido. Toda historia requiere del olvido, pero cuando el olvido
predomina lo que está implicado es el abandono y la negación del otro:
en este caso, implica sepultar la infancia de los niños, negar su
existencia. El olvido imposibilita la pregunta por el origen, pero más
relevante aún, anula o aniquila la propia infancia. Implica la
destrucción del otro a partir de la pérdida de la memoria de sus lazos
significativos. El abandono del trabajo de memoria por parte de quienes
tienen al niño bajo su cuidado, implica la creación de un contexto en el
que el adulto renuncia al establecimiento de un vínculo responsable con
el otro. De este modo comienzan a primar los lazos de dependencia (por
interés o por necesidad) por sobre los lazos éticos o amorosos. El niño
ya no se puede pensar a sí mismo como constituido históricamente con un
pasado y un futuro que le pertenecen sino que simplemente queda sometido
a la presión del presente. Se interesa por el día a día, pero carece de
herramientas para pensarse en su devenir.
El niño institucionalizado sigue desarrollándose, es alimentado y
abrigado, pero carece, en el contexto antes descrito, del trabajo de
memoria del otro: de este modo crece desnudo y sólo. Queda expuesto
y despojado cuando nadie lo ayuda a construir, con recuerdos y
anécdotas, fotografías y miradas, una idea de sí mismo. Queda
desprovisto del sentido del pasado, presente y futuro. Y por lo mismo
los vínculos que desarrollan los niños institucionalizados son
generalmente de interés más que propiamente afectivos. Sin historia
queda privado subjetivamente de sus ficciones de origen, éticamente
queda privado de la relación responsable con el otro; no se puede
comprender a sí mismo ni las motivaciones que tiene.
En los hogares los niños habitualmente carecen objetos propios que dan cuenta de su historia. La ropa que usan todos los días es intercambiada con otros. Los regalos de Navidad son de todos y de nadie. Las fotografías que son modos privilegiados de construir una memoria, pero ¿quién se ocupa del registro fotográfico en las instituciones?
Por tanto, la memoria del niño separado de su familia de origen es
quizás el aspecto más relevante y decisivo que debe ser conservado y
reparado desde el momento en que es institucionalizado. La urgencia y la
necesidad de este trabajo son inversamente proporcionales a la
capacidad representativa y de memoria del niño. Esto significa que
mientras menor sea la capacidad de elaboración propia del niño, mayor es
la urgencia de desarrollarla por parte de los adultos que lo tienen a
cargo. El trabajo debe ser iniciado inmediatamente después de la
separación de sus padres cuando ingresa a la institución. Es dramático
observar cómo los niños cuando ingresan a una residencia entran “con lo
puesto” y existen casi nulos esfuerzos por parte de las instituciones de
recolectar y mantener consigo los objetos, juguetes, vestuario
significativos para el niño. El solo hecho de intentar mantener con el
niño sus pertenencias es un acto de resistencia contra el olvido de sus
vínculos pasados.
¿Cómo proteger la memoria? A través de libros de vida, fotografías,
videos y grabaciones, pero por sobretodo mediante la escritura de la
infancia. En tal sentido todos somos responsables de la historia de la
infancia.
¿Qué estamos haciendo para preservar la historia de los niños que
viven institucionalizados? El SENAME publicó en el año 2011 unas bases
para la licitación de los programas de reparación de niños que viven
institucionalizados y que van a ser enlazados en adopción, en ellas
señaló lo siguiente:
“que los niños atendidos cuenten al momento de integrarse a la
familia alternativa a la de origen, con su libro “Mi Historia”, el que
deberá ser confeccionado por el propio terapeuta, de modo de no
re-traumatizar al niño con su historia de abandono, vulneración y/o
abusos en sus distintas manifestaciones. En la medida en que el niño/a
cuente con más de 7 años, podrá participar en forma marginal en la construcción del libro,
siempre que ello se evalué como favorable. Es importante señalar que
con este grupo de niños/as, el terapeuta trabajará el libro con ellos/as
una vez que esté listo y, en un evento único, le relatará la historia que ese libro contiene. Esto es sólo para que el niño tenga una noción general de ella, no para su elaboración, dejando en manos de sus nuevos padres, la necesaria profundización y análisis posterior. En casos de niños menores de esa edad, se podrá prescindir de contarles la historia y el material se prepara expresamente pensando en que sean los papás quienes lo usen después.” http://www.sename.cl/wsename/licitaciones/p12_19-07-2011/Bases_TEC_PRI.pdf Extraído en agosto 2011(Lo subrayado habla por sí mismo).
La publicación de este texto fue un hecho grave y diversas
asociaciones de psicoterapia y personas vinculadas al trabajo con niños
emplazaron al SENAME a eliminar de la licitación estas indicaciones que
privaban al niño en la participación activa de su historia, dejando su
construcción en un lugar marginal del proceso que llamaban de
“reparación”. Finalmente SENAME cambió estas bases, pero lo complejo es
pensar que un organismo que debe proteger a los niños haya llegado a
formular indicaciones tan inapropiadas y poco respetuosas de los
derechos de los niños. Esta institución tiene una deuda evidente con la
historia de los niños.
Reconociendo que existen diversas posturas en relación al trabajo de
elaboración histórica que se puede hacer con los niños, lo que considero
esencial es que esta debe tratar necesariamente la experiencia de
separación de sus progenitores y de la institucionalización misma.
Lo importante será retener que mientras el niño no tenga la capacidad
de elaborar simbólicamente su experiencia, requerirá de un adulto que
lo haga por él y le pueda explicar y proporcionar una forma de hacerlo
de una manera que sea adecuada a sus características.
Me parece importante señalar que la historia de estos niños no se puede seguir negando o intentando ocultarla pues la historia de los niños institucionalizados está inscrita en su cuerpo.
Allí están las experiencias de separación, violencia o abandono
dispuestas a ser leídas por los otros (la sociedad entera) y siendo esto
así podrá ser comprendida por el mismo niño. La responsabilidad de los
adultos y la sociedad es leer e interpretar ese cuerpo como construido
históricamente, pues relata la historia del vínculo con otro y prefigura
los futuros lazos. Si quedamos inmóviles ante las graves denuncias de
los niños de maltrato y abuso en los hogares, su cuerpo y su violencia
serán los escenarios en que se representará nuevamente la historia
silenciada, no se podrá seguir haciendo lo vista gorda con ella, se nos
hará patente en una sociedad que desconocerá los orígenes de la
violencia, quedará perplejo ante ella.
La actividad que se debe exigir a las instituciones que tienen a su
cargo a niños vulnerados en sus derechos es la de registro, memoria y
narración de lo vivido por el niño, bajo los principios de la veracidad y
honestidad. SENAME se ocupa poco o nada de esta tarea.
Para concluir, y antes que el tema se silencie otra vez, relanzo la
invitación a cumplir con el deber que tiene la sociedad entera: impedir
que la infancia caiga en el olvido; mantener el tema vigente y procurar
inscribir la violencia descrita de los niños institucionalizados en los
registros de la historia.
Si la historia de los niños sucumbe al olvido, no nos sorprendamos
luego cuando la violencia y los abusos se vuelvan a producir. La
invitación es a hacernos responsables de la historia de los niños de
nuestra sociedad, particularmente de los que han sido vulnerados en sus
derechos. Ser trasmisores de la memoria para luchar contra la tragedia
del olvido. La falta de memoria facilita la injusticia, es por eso que la memoria veraz y la justicia están íntimamente ligadas entre sí.