El
Estatuto Docente destina un 25% del horario de un profesor para todas
aquellas tareas que éste debe realizar antes y después de su hora de
clases. Pero, ¿sabe usted cuáles son todas aquellas labores que el
profesor necesita desarrollar para cumplir a cabalidad con su misión? Lo
más probable es que las desconozca. Lo grave es que al parecer las
autoridades también, porque el proyecto de Carrera Docente duerme en el
Congreso. Aquí, la profesora Carolina Herrera desmenuza lo que debe
hacer un profesor en ese tiempo y afirma: “Preparar clases es tan
fundamental como hacerlas, y si no desarrollamos este ejercicio de
manera consciente, focalizada y sobre todo de forma profesional, se hace
cuesta arriba mejorar el quehacer docente y por tanto, la calidad de
nuestra educación”.
Sí, la ley se cumple. Contamos con un 25% de tiempo en que no estamos haciendo clases. Sin embargo, el problema que muchos no han podido –o no han querido- ver es cómo este tiempo se distribuye y cómo se respeta
Un profesor dispone, de acuerdo al Estatuto Docente, de un 25% de su
tiempo de contrato para realizar tareas no lectivas; es decir, todo
aquello que se realiza previo o posterior a una clase. Nombremos algunas
de ellas: preparar planificaciones, es decir, pensar qué habilidades
necesitamos desarrollar por medio de un contenido y cuál es la mejor
manera de hacerlo considerando edad, diversidad y necesidades del curso;
preparar material innovador y ad hoc con las nuevas tecnologías para
dichas clases; diseñar evaluaciones acorde a los objetivos de
aprendizaje, luego revisarlas analizando los resultados para preparar
posibles remediales (idealmente ítem por ítem) y tomar decisiones que
permitan que aquellos contenidos que no han sido aprendidos puedan
volverse significativos para todo el grupo -40 personas-; completar el
libro de clases: pasar asistencia, completar leccionario, poner notas y
sacar promedios (¡ojo! sin equivocarse, porque el corrector está
prohibido); preparar entrevistas y reuniones con apoderados;
eventualmente cuidar patio durante recreos y en la hora de almuerzo;
entre otros.
Si consideramos un profesor con un contrato de 30 horas, eso
significa que tiene 6 horas de trabajo diario, donde 4,5 son lectivas y
1,5 no lectivas. Es decir, 90 minutos diarios para realizar algunas o
todas las actividades mencionadas. Suena a poco tiempo, pero bien
organizado podría ser muy productivo, ¿no?
Veamos ahora cómo se distribuyen esos 90 minutos no lectivos cada
día: 2 recreos de 15 minutos cada uno, en los que se toma un café a la
rápida, o se cuida patio, o se pasa a buscar el material para la próxima
clase. Sumemos un almuerzo de 45 minutos: 75 minutos en total. ¡Un
momento! Eso nos deja con apenas 15 minutos diarios para enfocarse a
conciencia y responsablemente en el trabajo no lectivo. Debe haber un
error. Hagamos el cálculo nuevamente: 2 recreos de 15 minutos = 30
minutos; un almuerzo de 45 minutos, 30 + 45 = 75 minutos. 1 hora y 15.
No. El cálculo no falló.
Me pregunto si nuestras autoridades son capaces de preparar su trabajo en apenas 15 minutos, o de dirigir una reunión importante al mismo tiempo que calculan un presupuesto y a su vez almuerzan. Si es así, me preocupa la calidad de sus decisiones tanto como me preocupa la calidad de la educación que estamos entregando…
Lo que sí ha estado fallando es la conciencia que existe tanto a
nivel institucional como a nivel de política pública respecto a estos
temas; respecto a lo que significa la labor docente y, sobre todo, lo
que ocurre realmente al interior de los establecimientos. Sí,
la ley se cumple. Contamos con un 25% de tiempo en que no estamos
haciendo clases. Sin embargo, el problema que muchos no han podido –o no
han querido- ver es cómo este tiempo se distribuye y cómo se respeta.
El proyecto de Carrera Docente que hoy duerme en el Congreso contempla
un aumento de horas no lectivas de un 25% a un 30%. Si bien el aumento
no es sustancial, podría ser una ayuda, siempre y cuando se permita a
los profesores hacer un uso eficiente de él.
Me pregunto si nuestras autoridades son capaces de preparar su
trabajo en apenas 15 minutos, o de dirigir una reunión importante al
mismo tiempo que calculan un presupuesto y a su vez almuerzan. Si es
así, me preocupa la calidad de sus decisiones tanto como me preocupa la
calidad de la educación que estamos entregando a nuestros alumnos en
ocasiones en que llegamos a realizar tres o cuatro actividades en forma
paralela. Esa es la realidad de la gran mayoría de los docentes en
nuestro país, entre los cuales existen miles que, a pesar de todo,
logran hacer buenas clases sacrificando su tiempo personal.
Honorables parlamentarios, somos muchos los profesores que queremos hacer las cosas bien. Por ello los invito a pensar en una política pública que promueva el quehacer docente de manera profesional, responsable y exigente
Preparar clases es tan fundamental como hacerlas, y si no
desarrollamos este ejercicio de manera consciente, focalizada y sobre
todo de forma profesional, se hace cuesta arriba mejorar el quehacer
docente y por tanto, la calidad de nuestra educación. No basta con sólo
aumentar en un cinco por ciento el tiempo en que los profesores toman
decisiones sobre su trabajo. Necesitamos un cambio desde los cimientos
del sistema hasta la forma en cómo valoramos el trabajo que realiza un
profesor. Cada docente debería tener claramente determinado dentro de
sus horas de trabajo un tiempo prudente y establecido para su trabajo no
lectivo, y que éste sea respetado tanto por los directivos del
establecimiento como por toda la sociedad.
Honorables parlamentarios, somos muchos los profesores que queremos
hacer las cosas bien. Por ello los invito a pensar en una política
pública que promueva el quehacer docente de manera profesional,
responsable y exigente, y que no sigamos en esta rueda que finalmente
sólo promueve la mediocridad dentro de nuestro sistema educativo.