Sacerdote Héctor Valdés, ex superior de los Misioneros de San Francisco de Sales
Publicado: 20.05.2013
El
lunes 14 de mayo la Iglesia Católica informó que Héctor Valdés fue
“removido de por vida” del ministerio sacerdotal por abuso sexual de
menores, sin entregar detalles de las acusaciones. Parecía que el
historial de Valdés quedaría resguardado por el silencio. Meses antes de
que la Iglesia lo condenara, tres estudiantes de Periodismo de la U.
Diego Portales investigaron sus abusos. El suicidio de un menor violado,
un joven que a los 15 años fue víctima y testigo de agresiones
sexuales, el ultraje a un adolescente en Maipú y la defensa del acusado
por parte de Sor Paula, son algunos de los antecedentes de esta
investigación guiada por la profesora Pamela Aravena.
El lunes 22 de Julio
de 2002 Cristián Rocha almorzó alrededor del mediodía con su madre y se
preparó para ir al colegio en la jornada de la tarde. Vestía pantalón de
buzo azul y polera blanca. Ese día le tocaba Educación Física, uno de
sus ramos preferidos porque podía practicar basquetbol, deporte en el
que integraba las selecciones de la Escuela N° 22 y de su ciudad, Lebu.
Luego del almuerzo, su madre recibió la visita de una amiga. Al cabo de
una hora, le extrañó no escuchar a Cristián y le preguntó a su hija
Fanny si sabía dónde estaba su hermano. La respuesta negativa la puso en
alerta y comenzó a buscarlo dentro de la casa. Lo encontró en el
garaje…, colgado del cuello:
-Lo miré tantas veces, porque pensé que era una broma. Lo único que
sentí fue como que me abrazó y me dijo “mamá, yo estoy bien”, porque
tenía una cara de paz (…). No estaba con los ojos desorbitados, ni con
la lengua afuera, nada. O sea, estaba como durmiendo, tranquilo, como
que se liberó de lo que estaba viviendo -relata Ana María Figueroa.
Cuando al fin pudo reaccionar, la madre llamó a Carabineros, a la casa parroquial y al colegio, donde estaba trabajando su esposo, Reinaldo Rocha.
Cuando al fin pudo reaccionar, la madre llamó a Carabineros, a la casa parroquial y al colegio, donde estaba trabajando su esposo, Reinaldo Rocha.
El
matrimonio Rocha Figueroa no entendía el motivo por el cual su niño, de
apenas 13 años, había acabado con su vida. Cristián no dejó mensaje de
despedida ni dio señales de lo que pretendía hacer. Sólo al día
siguiente, la autopsia que se realizó arrojaría los primeros indicios de
aquello que lo angustiaba: una posible agresión sexual.
Semanas después, Reinaldo Rocha se enteró de un rumor que corría por
Lebu. El protagonista del comentario era el párroco de la iglesia a la
cual asistía frecuentemente su hijo. Se decía que el religioso mantenía
relaciones sexuales con presos de la cárcel local. Ese sacerdote era Héctor Valdés Valdés.
En 1994, Valdés fundó la rama chilena de la Congregación Misioneros
de San Francisco de Sales (MSFS). Esa agrupación, que este año cumplirá
175 años, contaba a fines de 2005 con 1.253 religiosos repartidos en 25
países, pero en Chile sólo la integran cinco religiosos. Se instalaron
inicialmente en Maipú, en la Villa San Luis, pero a fines de ese mismo
año se trasladaron a la zona de Lebu, Coronel y Los Álamos, en la Región
del Bío Bío. Un año después, en 1995, el entonces arzobispo de
Concepción, Antonio Moreno, les confió la parroquia Santa Rosa de Lima,
en Lebu.
Fue en esa parroquia donde comenzó a escribirse la historia que
sindica al sacerdote Valdés como agresor sexual de menores. Tras el
suicidio del niño Cristián Rocha, quien mantenía una relación de extrema
familiaridad con el religioso, al punto que se convirtió en acólito,
Valdés se transformó en blanco de las sospechas de los padres del niño.
Sin embargo, el proceso judicial que investigó las circunstancias que
gatillaron la muerte de Cristián no acreditó la responsabilidad de
Valdés.
El religioso sorteó otra denuncia, en 2008, formulada por un
adolescente de 17 años que lo acusó de abusos en Maipú, proceso que fue
archivado por el Ministerio Público sin investigar.
No obstante, en 2012 el nombre de Héctor Valdés volvió a figurar
asociado a agresiones sexuales contra menores, pues la justicia
eclesiástica abrió una investigación en su contra. Esta vez lo denunció,
ante el Arzobispado de Santiago, otro de los chicos que Valdés recibía
en la casa parroquial de Lebú a mediados de los años 90. (**)
EL INFIERNO DE UN ACÓLITO
El fundador en Chile de la congregación MSFS, Héctor Eduardo Valdés
Valdés, nació el 19 de noviembre de 1957. Su formación religiosa la hizo
en Suiza y fue designado desde India para ser la máxima autoridad de la
congregación en Chile. Como tal, era el responsable del grupo que se
instaló en la parroquia de Lebu.
Llamada también “la ciudad del viento”, Lebu es la capital de la
Provincia de Arauco, en la Región del Bío Bío. Tiene solo una parroquia
que está emplazada en la avenida de la plaza principal, donde destaca
por su color ladrillo y una cruz superior que se puede apreciar aún
antes de ingresar a la ciudad. En la casa parroquial aledaña al templo
fue donde se instalaron los misioneros. Primero llegó Roberto Salazar,
quien es oriundo de Lebu, y posteriormente se sumaría el resto de la
congregación.
En 1998 una profesora de Cristián Rocha lo incentivó a bautizarse.
Entonces tenía 8 años y la idea fue apoyada por su madre, quien decidió
prepararlo para ese sacramento en la parroquia de Lebu. Poco a poco,
Cristián comenzó a adentrarse en la iglesia y, a mediados de 2000, se
convirtió en acólito. Así lo confirma su madre: “Le gustó el mundo de
los curitas, le llamaba la atención y quería ser cura”.
Cristián comenzó a realizar una serie de actividades recreativas en
la iglesia, como salidas a acampar y paseos por el día. Hubo ocasiones
en que las salidas tuvieron destinos fuera de la región, como una visita
al Templo Votivo de Maipú y otra al Santuario de Santa Teresita de los
Andes. Incluso, se barajó la posibilidad de hacer un viaje a Roma, por
lo que Cristián juntaba dinero vendiendo dulces en su colegio.
Era tanta la obsesión de Cristián con la iglesia que cuando visitó
Santiago todo el dinero que le dieron sus padres lo gastó en comprar
cruces.
Pero, repentinamente, el interés del niño por la iglesia se
desvaneció. Le mencionó a su madre que ya no quería ser cura, por lo que
se alejó un tiempo de sus actividades como acólito. Héctor Valdés lo
mandó a buscar a su casa con dos niños para que siguiera asistiendo: “Él
me miró con cara de afligido, pero fue igual”, recuerda la mamá.
Luego de la muerte de Cristián, los padres comenzaron a analizar cada
detalle de lo que su hijo les había dicho en busca de alguna respuesta a
su muerte. Recordaron que tuvo un cambio de actitud, pues le contestaba
mal a la mamá, siendo que ambos tenían una relación muy cercana. Pero
había otros cambios que concitaron su atención: el último tiempo había
dado señales de nerviosismo y también una notoria baja en su estado
anímico. En los últimos meses adelgazó mucho y se negaba a ir al doctor.
“Tres o cuatro meses antes de su muerte andaba distraído, comía de
forma extraña, a distintas horas, o a veces se iba a comer a su pieza”,
cuenta su padre.
A la madre le llamó la atención que, cuando lavaba los calzoncillos
del niño, en varias ocasiones los encontró manchados con restos fecales.
Pero no se le ocurrió que aquello podía ser señal de una agresión
sexual: “Nunca imaginé tener a un hijo violado”.
El episodio más revelador que recuerda la madre, fue cuando su hijo
le dijo que si él le contaba algo, ella se iba a morir. Ana María le
insistió, pero Cristián no le dio ninguna respuesta. El papá, Reinaldo,
también tiene una escena grabada en la memoria: “Un día lo seguí a la
pieza y le dije que lo amaba, que me contara qué le pasaba. Nos
abrazamos, pero nunca me quiso contar”.
“¿Dónde está el cielo y el infierno?”, preguntó Cristián a su padre
el día anterior a su suicidio. Reinaldo Rocha recuerda que le respondió
con una historia tradicional japonesa, cuya moraleja es que el cielo y
el infierno están dentro de cada persona: “Cuando te comportas
inconscientemente, allí está la puerta del infierno; cuando estás alerta
y consciente, allí está la puerta del cielo. Le conté esa historia pero
nunca imaginé porqué me lo preguntaba”, dice el padre afligido.
REVELACIÓN DE LA AUTOPSIA: VIOLACIÓN
Luego del suicidio de Cristián, su cuerpo fue llevado a la morgue
municipal de Lebu. El médico cirujano Marcelo Azócar realizó la autopsia
y constató que Cristián murió a causa de asfixia por ahorcamiento.
Pero, además, detectó una dilatación anormal del esfínter anal (de tres a
cuatro centímetros de diámetro). Ante esto, el informe sugiere la
sospecha de un posible abuso sexual con anterioridad al suicidio.
Al día siguiente de la autopsia, el cuerpo fue velado en la parroquia
de Lebu, donde Héctor Valdés ofició la ceremonia litúrgica. Lo que
llamó la atención de los padres del menor fue que Valdés no asistiera al
entierro, siendo que tenía una relación muy cercana con el niño, la que
se extendía por casi cuatro años.
Luego de la reveladora información que arrojó la autopsia, los padres hicieron los trámites para exhumar el cuerpo, a objeto de someterlo a pericias que aportaran información más precisa sobre la posible violación que habría sufrido su hijo. Fue en medio de esas gestiones que comenzaron a circular las sospechas sobre el párroco, pues en el pueblo surgió el rumor de que Valdés sostenía relaciones sexuales con presos. Reinaldo Rocha dice que por esos mismos días, mientras se realizaba una eucaristía dominical, apareció “el loco del pueblo”, una persona con discapacidad mental muy conocida en las calles de Lebu, gritando que Valdés lo había violado: “Es difícil creerle a un loquito que anda botado en la calle, pero toda la iglesia se escandalizó en ese momento”, señala Rocha.
Luego de la reveladora información que arrojó la autopsia, los padres hicieron los trámites para exhumar el cuerpo, a objeto de someterlo a pericias que aportaran información más precisa sobre la posible violación que habría sufrido su hijo. Fue en medio de esas gestiones que comenzaron a circular las sospechas sobre el párroco, pues en el pueblo surgió el rumor de que Valdés sostenía relaciones sexuales con presos. Reinaldo Rocha dice que por esos mismos días, mientras se realizaba una eucaristía dominical, apareció “el loco del pueblo”, una persona con discapacidad mental muy conocida en las calles de Lebu, gritando que Valdés lo había violado: “Es difícil creerle a un loquito que anda botado en la calle, pero toda la iglesia se escandalizó en ese momento”, señala Rocha.
Un mes después de la muerte de Cristián se efectuó la exhumación del
cuerpo. La autorización fue otorgada por el magistrado Guillermo Vera,
del Primer Juzgado del Crimen de Lebu. El cadáver fue llevado al
Servicio Médico Legal (SML) de Concepción, donde lo analizó la médico
legista Heidi Schuffeneger. El resultado confirmó nuevamente que el
menor había sufrido reiteradas violaciones y fue aún más duro para la
familia. Reinaldo Rocha afirma que su abogado, Víctor Saavedra, observó
en el expediente secreto que “había restos de semen en el cuerpo de mi
hijo (…). El examen del médico legal dice que fueron dos adultos los que
abusaron de él”.
La madre de Cristián confirmó que el día de su muerte, un lunes, su
hijo estuvo todo el día en casa, pero sostuvo que en la mañana del
domingo anterior fue a la iglesia. Lo mismo, dijo, ocurrió el sábado,
porque se hizo un bingo para juntar fondos para el viaje a Roma: “El
sábado y domingo tuvo harto contacto con la iglesia y yo no estuve todo
el día acompañándolo“, afirma.
El papá del menor asegura que la investigación judicial no pudo
seguir la pista descubierta por las pericias realizadas por la doctora
Schuffeneger, porque las muestras del SML se perdieron.
Después de las revelaciones que arrojó el examen realizado en el SML, el periódico Proa,
de Lebu, publicó en octubre de 2002 una portada con la foto y una
declaración de Héctor Valdés: “En nuestra iglesia jamás se le ha hecho
daño a un niño”. También consignó declaraciones de Reinaldo Rocha:
“Tenía la obligación moral de decir lo que dije”, refiriéndose a las
acusaciones en contra del religioso. Ese mismo mes apareció una nota en El Mercurio que recogió las palabras del abogado Saavedra: “En el expediente hay cosas horrorosas y que nunca pensamos encontrar”.
La defensa de los religiosos MSFS estuvo a cargo de Fernando Saenger. El diario Crónica,
de Concepción, publicó una entrevista con el abogado, también en
octubre de 2002, titulada: “Saenger: Ningún cura tocó a niño que se
suicidó”. Según recuerda Reinaldo Rocha, Saenger señaló en el proceso
que la dilatación del esfínter anal no era una prueba fehaciente de que
existiera una violación, pues el niño por su propia voluntad se podría
haber introducido un palo.
Lebu se dividió entre partidarios y detractores del sacerdote. El
sitio web de radio Cooperativa, también en octubre de 2002, publicó:
“Los fieles, entre ellos acólitos con sus padres, incluso realizaron una
manifestación frente a la catedral de Concepción. Patricia Fernández,
madre de un niño de 12 años, monaguillo de la parroquia, rechazó
categóricamente las acusaciones”. Así, enfrentados al reproche de los
feligreses que se alinearon con el religioso, sometidos a un proceso
judicial que no prosperó y que violentó la memoria de su hijo, los Rocha
Fernández se fueron resignando a sobrellevar en silencio su duelo.
UN JOVEN QUE ROMPE EL SILENCIO
En 1999, tres años antes del suicidio de Cristián Rocha, un joven de
15 años llegó a Lebu para cursar la enseñanza media. Venía de un pueblo
pequeño, donde solo había un establecimiento de educación básica.
Pertenecía a una familia de muchos hermanos, lo que imposibilitaba que
sus padres pudiesen pagar por su educación en la ciudad. Impulsado por
sus ganas de estudiar, viajaba todos los días hasta Lebu, pero cada vez
se le dificultaba más asistir a clases. Una profesora lo contactó con
los misioneros. Héctor Valdés se mostró dispuesto a integrarlo en su
casa de acogida y pagarle su educación.
El
adolescente de entonces, ahora tiene 28 años. Él prefiere que su
identidad permanezca bajo reserva y se presenta bajo el seudónimo de
“Hugo”. Fue su denuncia ante el Arzobispado de Santiago la que activó la
investigación eclesiástica contra Valdés. En ella no sólo relató los
abusos que sufrió, sino también los que vio en la casa de los religiosos
en Lebu.
Hugo recuerda: “Me ofrecían ayuda económica, regalos. Yo con mi
familia no tenía tanto apego, tenía bastantes hermanos, entonces la
ayuda y el momento que yo estaba viviendo para mí era bueno, porque me
permitía estudiar y poder desplazarme”.
Conforme pasaron los meses se empezó a crear una especie de amistad
entre Hugo y Héctor Valdés: “Yo le confié todas mis cosas, mi historia
anterior, mis problemas familiares. Hasta que entré un día a su oficina y
él comenzó con toqueteos y cosas así. Yo reaccioné en ese momento,
después no supe qué hacer. En esos días yo me cuestionaba. Era bastante
difícil entender que un sacerdote que está haciendo una misa, que está
muy cercano a Dios, pueda hacerle daño a alguien o tenga intenciones
sexuales, sobre todo a un hombre. Entonces, la verdad es que no quise
contar en ese tiempo a nadie”.
Hugo dice que decidió guardar silencio por vergüenza y relata que la
intimidad aumentó hasta llegar a tener relaciones sexuales: “Hubo más
cercanía, comenzaron las relaciones (sexuales). Después conocí casi a
fondo cómo ellos eran. Ahí descubrí que en realidad no eran padres, sino
que eran personas bastantes malas”.
Un dato clave es que Hugo conoció a Cristián Rocha. A pesar de que no
vio algún tipo de acercamiento impropio entre Cristián y Héctor Valdés,
afirma que el acólito estaba en un grupo de menores que el religioso
trataba de mantener unido, pues con esos chicos procuraba tener
relaciones sexuales: “Héctor, a los que quería, siempre los trataba de
juntar, para que existiera un tipo de relación entre todos. Esto es
prostitución, es manejo sexual hacia los demás (…). Quería que yo
estuviera con ellos (los niños del grupo), que tuviera relaciones (con
ellos) y así después no había secretos”, afirma.
Hugo denuncia que en varias ocasiones mantuvo relaciones sexuales con
Valdés y el religioso Roberto Salazar al mismo tiempo: “Yo tuve
relaciones sexuales, los tres juntos en la cama, cientos de veces, y con
otros jóvenes también”, confiesa. Añade que vio a ambos religiosos,
Valdés y Salazar, involucrarse sexualmente con otros jóvenes que no han
querido reconocerlo.
Hugo cuenta que, finalmente, tras cuatro años de sufrir y observar
abusos reiterados, las agresiones se detuvieron debido al suicidio de
Cristian Rocha. Los religiosos, dice, luego de unos meses decidieron
abandonar la zona y emprender rumbo a Santiago.
CAPELLÁN DE UN COLEGIO EN MAIPÚ
En el 2003 los misioneros se establecieron en una capilla de Maipú
ubicada en Camino Vecinal El Bosque. No tardaron en llegar los fieles
para hacerse partícipes de las actividades con los sacerdotes. Así lo
recuerda Margarita Sáez, vecina de la capilla San Francisco de Sales:
“Al primero que nos presentaron fue a Roberto (Salazar). Teníamos un
grupo, que era el coro, y limpiábamos la iglesia, pero todo salía del
bolsillo de nosotros. Ellos no nos daban nada, ni para comprar ostias ni
para el vino añejo ni cera para limpiar la iglesia, nada”.
En 2008, la congregación de los misioneros y la Corporación
Educacional Nuestra Señora del Carmen de Maipú decidieron unirse y
formar un nuevo colegio, ubicado al lado de la capilla de Camino Vecinal
El Bosque. Esta idea surgió debido a que el Colegio Nuestra Señora del
Carmen (CNSC), que pertenece al Tempo Votivo de Maipú, quería ampliarse y
crear un segundo centro educacional. La idea era que los misioneros
pusieran el terreno y el CNSC, el capital. Sin embargo, los misioneros
también sirvieron de aval, hipotecando dos propiedades para que el CNSC
obtuviera el crédito necesario para la construcción. Además, la
congregación cedió el usufructo del nuevo colegio por 15 años a la
corporación del CNSC.
Finalmente, en marzo de 2008 se inauguró el Colegio San Francisco de
Sales. Héctor Valdés sería su capellán. Tenía su propia oficina,
interactuaba con los niños, se encargaba de la orientación espiritual,
confesaba y oficiaba misas. En un principio, se mostró como un sacerdote
cordial, siempre colaborativo. Pero con el tiempo se transformó en una
persona agresiva con algunos funcionarios del establecimiento, aunque
frente a los apoderados conservó una imagen de gran espiritualidad. La
directora del colegio, Verónica Hinojosa, dice que Valdés “era muy
soberbio, déspota, agresivo en la forma de hablar, hacia mí más que
nada. En el fondo quería poder, porque no era ni profesor ni pertenecía a
una corporación y tampoco sabía de educación”.
Ese cambio de actitud de Valdés detonó en mayo de 2008, cuando en el
colegio se descubrió la historia del suicidio de Cristian Rocha. La
directora Verónica Hinojosa conversó con los sacerdotes Héctor Valdés y
Roberto Salazar, pero ellos la convencieron de su inocencia
Sin embargo, Gladys Silva, directora del Colegio Nuestra Señora del
Carmen, establecimiento asociado al nuevo Colegio San Francisco de
Sales, quedó con dudas sobre la idoneidad de Valdés para trabajar con
menores. Reservadamente, le encargó a la enfermera del colegio recién
fundado, Guillermina Palacios, que investigara los antecedentes de
Valdés. “Gladys me conversó que al parecer había problemas de pedofilia.
A mí, por supuesto, me preocupó mucho porque él trabajaba con niños”,
dice la enfermera.
Guillermina
Palacios se dirigió a la Biblioteca Nacional para buscar archivos de
periódicos de la Región del Bío Bío y encontró en ellos las acusaciones
que surgieron en Lebu. Luego consiguió el RUT del misionero cuestionado
y, con ese antecedente, pudo dar con otra denuncia. Esta vez la
acusación era por un abuso ocurrido en la misma comuna de Maipú. Si ese
dato ya resultó sorprendente para la enfermera, el que encontró a
continuación fue aún más inquietante: el nuevo abuso había tenido lugar
apenas unas pocas semanas atrás.
Héctor Valdés había llevado al colegio a un joven jardinero, un chico
humilde que necesitaba trabajo. El sacerdote le preguntó a la directora
del establecimiento si le interesaba que el muchacho limpiara la parte
de atrás del patio y el antejardín de la capilla. Ella accedió, para
ayudar al joven, y se comprometió a conseguir presupuesto para cubrir
sus labores.
LA DENUNCIA DEL JARDINERO
Cristián Ruiz tenía 17 años en 2008. Ahora, con 21, asegura que lo
contrató el sacerdote Héctor Valdés y que sus labores principales las
realizaba en la parroquia: “Yo trabajaba para la parroquia, no para el
colegio. Pero como la parroquia era parte del colegio, de repente me
mandaban a hacer cosas para allá también”.
Recién llevaba una semana como jardinero de la capilla San Francisco
de Sales, recuerda Cristián, y ya había advertido ciertos comentarios
que le parecieron extraños para un sacerdote, pero que inicialmente no
le llamaron la atención:
-Me decía: “¡Uy, que tienes grandes las manos!” o “¡qué grande tienes la espalda!”- recuerda.
El martes 20 de mayo de 2008 Cristian Ruiz entró a las 9:00 a
trabajar. Según señaló en la declaración que posteriormente le tomaron
en la Fiscalía de Maipú, ese día lo mandaron a echar abajo las casas de
un campamento. Almorzó a las 13:00 y después limpió el lugar hasta que
comenzó a llover. La lluvia, declaró a la fiscalía, le generaba
problemas para llegar a su casa en el fundo El Bosque, ubicado a cuatro
cuadras de la capilla, pues sus calles de tierra se inundan rápidamente e
impiden el paso. La versión que entregó el joven al Ministerio Público
indica que Héctor Valdés le ofreció hospedaje en la casa de los
misioneros.
Valdés y el muchacho fueron a dejar a otro sacerdote a la iglesia de Villa El Abrazo, también en Maipú, para que oficiara una misa. De regreso, el superior de la congregación se detuvo en una bomba de bencina en Ciudad Satélite para comprar cigarrillos. Al volver a la casa, sacó de su closet un pisco sour, bebió un vaso y le dio al joven. Para matar el tiempo vieron chascarros en You Tube y después Valdés se fue a acostar, mientras, en la misma pieza, Cristián Ruiz se entretenía viendo televisión. Unos momentos después, el sacerdote le dijo que se acostara, pero el muchacho no sabía dónde. El sacerdote le señaló que a su lado. Cristián no desconfió. Valdés, recuerda el joven, le dijo que se sacara la ropa para no ensuciar la cama, por lo que se acostó en ropa interior y se durmió.
Valdés y el muchacho fueron a dejar a otro sacerdote a la iglesia de Villa El Abrazo, también en Maipú, para que oficiara una misa. De regreso, el superior de la congregación se detuvo en una bomba de bencina en Ciudad Satélite para comprar cigarrillos. Al volver a la casa, sacó de su closet un pisco sour, bebió un vaso y le dio al joven. Para matar el tiempo vieron chascarros en You Tube y después Valdés se fue a acostar, mientras, en la misma pieza, Cristián Ruiz se entretenía viendo televisión. Unos momentos después, el sacerdote le dijo que se acostara, pero el muchacho no sabía dónde. El sacerdote le señaló que a su lado. Cristián no desconfió. Valdés, recuerda el joven, le dijo que se sacara la ropa para no ensuciar la cama, por lo que se acostó en ropa interior y se durmió.
Despertó con las caricias. El superior le tocó la pierna diciéndole
que la tenía helada y entonces puso sus piernas encima de él y su brazo
bajo la nuca. El muchacho estaba inmóvil, en shock, y sentía que el
religioso se le acercaba cada vez más. Al final le tocó sus genitales y
lo masturbó. Valdés se levantó a buscar papel higiénico y, según consta
en la declaración formulada en la Fiscalía de Maipú bajo el RUC
Nº0800457102-K, recién entonces el joven reaccionó y se paró de la cama
para llamar a la 52° Comisaría de Maipú.
El llamado a la comisaría quedó registrado a las 00:17. El
denunciante recuerda que mientras tenía el teléfono en su mano, el
sacerdote amenazó con acusarlo por robo, pero después de rodillas le
pedía que no lo denunciara. Incluso, Cristián asegura que le ofreció
dinero por su silencio: “Me preguntó cuánta plata quería para quedarme
callado”.
El joven entregó su versión primero en el Servicio Médico Legal y
luego ante la Fiscalía de Maipú el 19 de junio de 2008. A la segunda
declaración concurrió en compañía de la enfermera del Colegio San
Francisco de Sales, Guillermina Palacios, quien se había enterado de su
denuncia mientras investigaba los antecedentes de Valdés. La enfermera
se acercó a la madre de Cristián y le ofreció ayuda para encausar la
denuncia. El encargado de llevar la investigación fue el fiscal Carlos
Ramírez Moreno. Cinco días después el caso pasó al 9º Juzgado de
Garantía de Santiago. Sin embargo, en apenas 24 horas la causa fue
cerrada.
Consultada por la abrupta conclusión del proceso, la Fiscalía de
Maipú informó que, en vista de los antecedentes, se concluyó que los
hechos denunciados no constituían delito, por lo que no se perseveró en
la investigación. La decisión, aprobada por el tribunal, se fundó en que
el Código Penal establece que entre los 14 y 18 años de edad existe
libertad sexual, por lo que se entiende que hay una agresión o abuso
solo si la relación se produce bajo fuerza o intimidación, privación de
razón y sentido, ignorancia sexual, desamparo de la víctima o estar al
cuidado de ésta. De los antecedentes expuestos en la denuncia de
Cristián Ruiz, el fiscal dedujo que ninguna de estas circunstancias
condicionó el manoseo a que fue sometido por el sacerdote Valdés.
La madre de Cristián, Mónica Ruiz aún no puede creer que Valdés haya
salido impune y sostiene que todavía tiene la esperanza de que se haga
justicia, para que otros menores no se vean expuestos al abuso del
sacerdote.
DESPEDIDO DEL COLEGIO
En el momento en que Cristian Ruiz hizo la denuncia, en el lugar
donde ocurrieron los hechos no se encontraba el religioso Roberto
Salazar, por lo que fue avisado por la directora del Colegio San
Francisco de Sales, Verónica Hinojosa. Ella no olvida la respuesta que
le dio Salazar: “Yo le dije (a Valdés) que no se metiera en problemas”. A
la directora le extrañó que en sus palabras no hubiese una expresión de
sorpresa.
Tras la denuncia de Cristián Ruíz y de la aparición de los
antecedentes de Lebu, la administración del Colegio San Francisco de
Sales buscó cuanto antes desligar a Héctor Valdés de la institución,
porque no consideraba posible que, imputado o no, un sacerdote bajo
sospecha de haber abusado de menores siguiera ejerciendo su labor como
capellán.
Las acusaciones llegaron a oídos de los apoderados y se generó una
polémica, puesto que algunos optaron por creerle al sacerdote y otros al
colegio. De todas maneras, los superiores de la congregación a nivel
mundial decidieron remover a Valdés del cargo de Superior General en
Chile y pusieron en su reemplazo a Roberto Salazar.
Una de las personas que defendió a Héctor Valdés fue la ex superiora de Las Ursulinas, Isabel Lagos Droguett, conocida como Sor Paula. Fallecida en julio de 2012, Sor Paula fue investigada por presuntos abusos sexuales que habría cometido contra niñas de los colegios de su orden religiosa. Coincidentemente, el sacerdote Héctor Valdés también ejercía como capellán del establecimiento educacional de Las Ursulinas en Maipú, por lo que la directora del Colegio Nuestra Señora del Carmen, Gladys Silva, le informó a Sor Paula sobre las acusaciones contra el sacerdote. La respuesta que recibió de la religiosa no fue la que esperaba, porque Sor Paula defendió al sacerdote y enfrentó a la directora por acusar a Valdés.
Una de las personas que defendió a Héctor Valdés fue la ex superiora de Las Ursulinas, Isabel Lagos Droguett, conocida como Sor Paula. Fallecida en julio de 2012, Sor Paula fue investigada por presuntos abusos sexuales que habría cometido contra niñas de los colegios de su orden religiosa. Coincidentemente, el sacerdote Héctor Valdés también ejercía como capellán del establecimiento educacional de Las Ursulinas en Maipú, por lo que la directora del Colegio Nuestra Señora del Carmen, Gladys Silva, le informó a Sor Paula sobre las acusaciones contra el sacerdote. La respuesta que recibió de la religiosa no fue la que esperaba, porque Sor Paula defendió al sacerdote y enfrentó a la directora por acusar a Valdés.
Finalmente, Héctor Valdés fue despedido de su trabajo como capellán
del Colegio San Francisco de Sales. Una vez que abandonó el cargo, los
administradores del establecimiento decidieron tomar cartas en el asunto
y por su cuenta investigaron el historial que arrastraban los
misioneros desde Lebu. Producto de estas indagaciones, conocieron el
testimonio del joven “Hugo”, quien culpaba a Roberto Salazar y a Héctor
Valdés de haber abusado de él y de otros menores. Los responsables del
colegio lo comunicaron de inmediato a los superiores de la congregación
en India.
El asistente general de la congregación, Thomas Cherukat, viajó a
Chile para interiorizarse sobre el caso. Debido al nuevo testimonio que
apuntaba no sólo contra Valdés, sino también contra Roberto Salazar, la
congregación dispuso separarlos de sus labores pastorales. Ambos
quedaron viviendo solos en la casa que el grupo de religiosos posee en
Camino Rinconada 4.477, en Maipú. Salazar, además, debió dejar el cargo
de superior en Chile.
LA RESPUESTA DE LOS MISIONEROS
Consultado por las acusaciones que pesan sobre Valdés y Salazar, el
asistente general de la orden, Thomas Cherukat, respondió vía correo
electrónico: “Muchas gracias por su correo sobre el padre Héctor Valdés.
Es cierto que ha habido algunas denuncias en su contra. Actualmente hay
una investigación en curso en la arquidiócesis. Sólo la arquidiócesis
puede proporcionar alguna información al respecto. Por lo tanto le
sugiero que se contacte con la oficina de la Arquidiócesis de Santiago
para cualquier información que usted pueda tener”.
Los sacerdotes Valdés y Salazar no quisieron entregar sus versiones
sobre las denuncias. En la reja de entrada a la casa de Camino
Rinconada, Salazar aseguró que el nuevo superior de la orden en Chile es
el único que puede dar información, pero indicó que en ese momento se
encontraba en India porque la congregación estaba en proceso de elegir a
su nuevo superior general. Según señaló, el sacerdote Patricio Aguayo
había quedado a cargo del grupo: “Hablen con el padre Patricio, él les
va a dar toda la información, porque él es el superior a cargo en estos
momentos”.
Salazar se mostró reacio a entregar información, dio respuestas
cortas y siempre se basó en que “en una congregación, los miembros no
pueden dar información, sólo el superior”. Su reacción cambió cuando se
le preguntó sobre las denuncias de abusos sexuales contra Héctor Valdés:
“¿Quiénes son ustedes? Yo puedo decir cualquier cosa de cualquier
persona. Vayan donde el padre Patricio, él es el superior”, respondió y
se entró sin despedirse.
Media hora más tarde llamamos a su celular y le hicimos saber que
queríamos conocer su versión acerca de los hechos denunciados. Esta vez
se mostró alterado, no quiso responder y simplemente cortó.
Dos semanas después, fue el turno de contactar al religioso Héctor
Valdés para que diera su versión. Sin embargo, sólo atinó a cortar la
llamada, sin responder siquiera una palabra.
“ME INICIÉ SEXUALMENTE CON USTEDES”
Desde septiembre de 2012, Hugo lleva adelante su denuncia de abuso
sexual en el Arzobispado de Santiago. Su caso quedó en manos del experto
en justicia canónica David Albornoz. La investigación recopiló el
testimonio de Cristian Ruíz. Albornoz se comunicó también con los padres
de Cristian Rocha, pero la respuesta fue negativa. No quisieron
cooperar, pues no confían en la Iglesia Católica.
Entre las pruebas entregadas al Tribunal Eclesiástico figura una
grabación de audio. Ese registro revela una conversación entre Hugo y el
sacerdote Roberto Salazar que hace referencia a relaciones sexuales
entre el joven y los religiosos:
“Yo
me sentí un poco utilizado sobre todo por parte de él, porque el padre
Héctor fue el que más me entusiasmó. Yo con él me inicié sexualmente,
con ustedes dos. Y para mí, igual fue… no sé si jugaron conmigo o me
usaron”, dice Hugo en la grabación. Ante estas palabras, la reacción de
Salazar no fue de rechazo tajante. En su respuesta, le dice al joven que
deben hablar sobre ese tema.
Hugo asegura que, paralelamente, denunció en la Policía de
Investigaciones amenazas reiteradas. “He sido amenazado por correo, por
teléfono, todo eso. Por parte de Héctor y de otros de sus adherentes”. Y
agrega: “Había conversado este tema con ellos anteriormente. Me
ofrecieron plata, quisieron comprar mi silencio y, bueno, opté por
denunciarlos y seguir adelante”.
Hugo recuerda a Héctor Valdés como capaz “de manejar sicológicamente a
las personas. Tratando siempre de tener el control, como Karadima, que
tuvo el control sobre el cardenal, sobre los otros obispos de acá. Así
de poderoso era Karadima y así quería ser Héctor en su círculo”.
Actualmente, los sacerdotes Patricio Aguayo y Fredi Navarrete (dos de
los cinco religiosos que integran la congregación) desempeñan labores
en colegios de Maipú. Navarrete ejerce como capellán en el Instituto
O’Higgins y Aguayo, además de ayudar a ancianos y enfermos de la comuna,
es profesor en el Colegio Mater Purísima.
A diez años de la muerte de su hijo, la madre de Cristian Rocha
asiste sagradamente todos los sábados a visitar su tumba. Ana María
Figueroa aún mantiene la esperanza de que lo sucedido se aclare, que se
haga justicia y que los responsables paguen, para evitar nuevas
víctimas. El matrimonio Rocha Figueroa está consciente de que nada
compensará la pérdida de su hijo, pero Ana María y Roberto quieren tener
la certeza de que no habrá otras familias que pasen por todo el
sufrimiento que ellos vivieron.
(*) Este reportaje es una versión editada por CIPER de la
“Tesina para optar al grado de Licenciado en Comunicación Social”
elaborada en el segundo semestre de 2012 por Valentina Mery, Catalina
Sagredo y Felipe Véliz, estudiantes de la Escuela de Periodismo de la
Universidad Diego Portales. La investigación fue guiada por la profesora
Pamela Aravena.
(**) El pasado lunes 14 de mayo de 2013 el Arzobispado
de Santiago comunicó que Héctor Valdés fue condenado por abuso sexual de
menores “a la pena perpetua de dimisión del estado clerical y de
dimisión del instituto religioso al que pertenece. En consecuencia,
queda removido de por vida del ejercicio del ministerio sacerdotal y de
la vida religiosa”. El comunicado del arzobispado informó que Valdés
tiene 60 días, a contar del 24 de abril, para interponer un recurso
contra el decreto que lo condenó. Vea el comunicado oficial en la web de la Conferencia Episcopal de Chile).