21 de septiembre de 2012
El columnista José Ignacio Torreblanca de El Pais se descarga en contra de las manifestaciones extremistas
En su columna "El poder de la
identidad", el cientista político postula que el resurgir de los
sentimientos colectivos extremistas pueden significar un impedimiento
para que los Estados puedan continuar desarrollándose en distintas
áreas. Insiste en que las demostraciones de religiosidad y nacionalismo
extremo son partes de ideologías que buscan manipular el poder político y
profundizar en una interdependencia.
“A un lado, el mundo árabe y
musulmán en pie de guerra contra Estados Unidos y Francia por los videos
y viñetas sobre Mahoma. A otro, China y Japón sacando pecho patriótico y
ejercitando el músculo naval a costa de unos minúsculos islotes.
Vuelven las identidades y llaman a rebato, haciendo saltar por los aires
los delicados equilibrios construidos a costa de mucho tiempo y
esfuerzo. Dentro de EE UU, se acusa a Obama y a su política de mano
tendida al mundo árabe y musulmán de ser una reedición en versión
islamista del apaciguamiento practicado por Chamberlain y Daladier
contra el totalitarismo nazi. Al tiempo, en muchos países musulmanes se
pide también firmeza contra lo que describen como una agresión
sistemática a su religión desde Occidente. Dentro de China los hay que
piensan que ha llegado la hora de poner fin al ascenso pacífico y
ejercer como la gran potencia que es. Mientras, en Japón también se
critica al Gobierno por mirar hacia otro lado y dejar que los chinos se
crezcan. No son mayoría, pero gritan más, y su mensaje es siempre el
mismo: principios sacrosantos, identidades amenazadas, agravios
históricos, humillaciones intolerables, líneas rojas…”
De esta manera inicia José Ignacio Torreblanca, cientista político, su columna publicada en el diario español El Pais y titulada “El poder de la identidad”.
El caos que se ha suscitado en el mundo islámico a causa del video que
ridiculiza a Mahoma, sumados a los discursos pacifistas de los países
como EE.UU y Francia que intentan apaciguar las aguas y la rivalidad
desmedida que ha reaparecido entre China y Japón, convencen al autor de
que más allá de los hechos puntuales que han acontecido, se esconde “un
sentimiento de identificación colectivo que termina por manipular al
poder político y sus decisiones.”
“Que la democracia no tenga alternativa no quiere decir que no tenga
enemigos. El nacionalismo y la religión, en sus formas extremas, son los
principales. Y ahí es donde comienza la paradoja. Porque a pesar de que
el liberalismo no asignara ninguna importancia a las identidades, hoy
sabemos que un sentimiento de identificación colectivo (sea religioso o
nacional) puede ser fundamental para asegurar la cohesión social y el
buen funcionamiento de un sistema político.”, postula el columnista.
Torrealba ahonda en su columna la identidad como cualidades
colectivas compartidas que nacen ya sea por profesar la misma religión y
o un misma ideología nacionalista. Y recalca que a pesar de los
avances, tantos políticos como culturales que tenga una nación, “el
resurgir de las identidades colectivas” crearan un lazo de
interdependencia con los gobiernos que perjudican a la democracia que
“con tanto esfuerzo” se ha construido desde la caída de la URSS.
“No se puede ser tan ingenuo como para pensar que los beneficios
económicos que trae la globalización son suficientes por sí solos para
garantizar la paz entre los Estados (…) En Europa, en Asia, vemos con
preocupación cómo los nacionalismos y las fricciones económicas entre
países se retroalimentan mutuamente.”, sostiene Torrealba sobre el peso
que implica y la fuerza con la que actúa la identidad nacionalista en
las relaciones bilaterales.
Para finalizar, el columnista es categórico al asegurar que “de
Estados Unidos a China, pasando por Japón o Egipto, la identidad puede
ser, a la vez, un pegamento social y un disolvente de la convivencia.
Por eso es un factor de poder imposible de obviar.”