Por Hugo Mery
Con el movimiento estudiantil reactivado el 28 de agosto, los
alumnos universitarios y de la enseñanza media respondieron con hechos
contundentes al oficialismo y numerosos analistas que hablaron de
“protestas en el final del túnel”.
Atrás quedaron proposiciones tan absurdas como las del alcalde de
Santiago, quien con una supuesta magnanimidad pidió a quienes se tomaban
los colegios confinarse en un espacio para ellos y reservar otro para
sus compañeros que deseasen estudiar.
Es como si una parte de la población se tomara un país por la fuerza y
dejara manifestarse con plena libertad a quienes no compartieran tal
acción.
Lo que el inefable edil Zalaquett demostró no comprender es que los estudiantes movilizados ejercían el derecho a rebelión contra una situación que les atañe y consideran injusta. Un derecho que, ejercido a nivel nacional con el debido respeto a la vida y la integridad de las personas, se encuentra legitimado por la justicia, no la de las leyes, sino por un código ético de derechos y obligaciones.
Lo que el inefable edil Zalaquett demostró no comprender es que los estudiantes movilizados ejercían el derecho a rebelión contra una situación que les atañe y consideran injusta. Un derecho que, ejercido a nivel nacional con el debido respeto a la vida y la integridad de las personas, se encuentra legitimado por la justicia, no la de las leyes, sino por un código ético de derechos y obligaciones.
Tanto ejercieron sus deberes los jóvenes líderes chilenos que para
los paros y las tomas observaron originariamente la práctica de
democracia interna, al consultar a los miembros de sus comunidades.
La limpieza de las respectivas votaciones – todas ganadas con
alrededor de un 54 por ciento- fueron testimoniadas por rectores como
Jorge Toro, del Instituto Nacional (“los alumnos son muy
institucionales”) y por estudiantes que no estaban de acuerdo con las
propuestas de la mayoría.
Para que el derecho a rebelión pueda tener éxito debe interpretar por los menos a una parte muy significativa de los afectados. Y el movimiento estudiantil chileno tuvo un declarado apoyo de la mayoría de la población, un reconocimiento inicial de las autoridades y una aceptación –en muchos casos a regañadientes- de las clases dirigentes y grupos de poder.
Para que el derecho a rebelión pueda tener éxito debe interpretar por los menos a una parte muy significativa de los afectados. Y el movimiento estudiantil chileno tuvo un declarado apoyo de la mayoría de la población, un reconocimiento inicial de las autoridades y una aceptación –en muchos casos a regañadientes- de las clases dirigentes y grupos de poder.
La empatía la manifestaron incluso los perjudicados por las acciones
vandálicas de encapuchados marginales que se desataban después de los
bailes con disfraces, cantos ingeniosos, besatones y otras
manifestaciones creativas de los protagonistas. Los apoyos externos a la
justeza de las movilizaciones no impidieron que los encuestados de la
famosa CEP y de La Tercera-Imaginación deploraran la violencia y las
tomas de colegios, aunque repudiando igualmente la represión y los
desmedidos desalojos de Carabineros, con desnudos forzados de jóvenes en
algunos cuarteles.
Las declaraciones favorables resurgieron apenas terminó la protesta del martes, por la alta convocatoria e impronta pacífica, después de un semestre signado por el inmovilismo, la apatía y el desgaste.
Las declaraciones favorables resurgieron apenas terminó la protesta del martes, por la alta convocatoria e impronta pacífica, después de un semestre signado por el inmovilismo, la apatía y el desgaste.
Esta última palabra sigue rondando, pese al recobrado éxito, en los
análisis de una pléyade de dirigentes que demostró capacidad para
rehacerse y ponerse a la altura de la que encabezó las federaciones el
año pasado.
Aunque las movilizaciones puedan no seguir, sus reivindicaciones ya
quedaron instaladas en la agenda nacional, y estarán entre los puntos
número uno de los debates en la próxima contienda presidencial.