Opinión
¿Qué hacer con la Estrategia Nacional de Seguridad y Defensa?
Publicado: 31.07.2012
La
nueva Estrategia Nacional de Seguridad y Defensa (ENSYD) presentada
recientemente al Senado está –a juicio del diputado Burgos- lejos de
cumplir con condiciones mínimas. “La centralidad de las instituciones
militares se acerca peligrosamente al superado rol de garantes de la
institucionalidad que establecía la Constitución del ’80, esta vez en
versión postmoderna”, dice. Y afirma que “…la preservación de la
cohesión social y la identidad nacional”, que establece la ENSYD dentro
de los intereses nacionales ligados a la soberanía, los que por
definición son los más cercanos a la función militar, es un juicio de
alto riesgo a la hora de abordar los temas de orden público, todo lo
cual vuelve a poner en la palestra la competencia militar en asuntos
internos.
Desde que fue
presentada la Estrategia Nacional de Seguridad y Defensa (ENSYD) para
consideración del Senado, la pregunta que ronda en la comunidad de
Defensa va más allá de sus insuficientes aspectos conceptuales. El tema
de discusión “sotto voce” es ¿qué hacer con la ENSYD?, o más bien: ¿qué
hará el gobierno después de este significativo “paso en falso”? La
cuestión no tiene relación con el momento político y ni siquiera con la
desprolijidad de La Moneda de impulsar un documento de tan altas
pretensiones sin el debido debate público. De lo que se trata es cómo se
podría reformular un texto que, más allá de sus desajustes y
contradicciones, se sostiene en un concepto estructural y controversial
plasmado en la “seguridad ampliada”.
El solo hecho de fundar la ENSYD sobre una idea de amenaza amplia y
difusa, amplificando los riesgos de actores no estatales
-organizaciones no gubernamentales incluidas- y subestimando aquellos de
origen estatal, pareciera un escollo insalvable para la presuntuosa y
auto nombrada “política de políticas”.
Más allá de lo anterior, la ENSYD pretende articularse en dos ámbitos
que sólo metodológicamente aparecen diferenciados, en el que se intenta
situar la Seguridad Nacional y, por otro lado, una mezcla de la
política de Defensa y la política Militar. Sin embargo, el documento no
duda en concebir a la Defensa como el eje central de la Seguridad
Nacional, un juicio complejo cuando previamente se atribuye competencias
internas amplias y difusas a la función militar.
Esto es un claro indicador que en su elaboración no hay sintonía con
nuestra propia historia. La centralidad de las instituciones militares
se acerca peligrosamente al superado rol de garantes de la
institucionalidad que establecía la Constitución del ’80, esta vez en
versión postmoderna. Esto no es imputable al mundo militar, que ha
experimentado una enorme evolución estos últimos años hacia un estadio
de alta profesionalización y modernización, sino que evidencia el
profundo error político que trasunta la ENSYD.
En lo referente al ámbito propio de la Defensa, aunque se trate de un
ejercicio artificial considerando que el texto dificulta determinar qué
es efectivamente lo específico del sector, encontramos al menos dos
elementos particularmente disruptivos. En primer lugar, la
categorización de los “intereses nacionales” y cómo se relaciona la
Defensa con éstos. Por citar un ejemplo, la ENSYD establece dentro de
los intereses nacionales ligados a la soberanía, los que por definición
son los más cercanos a la función militar, “…la preservación de la
cohesión social y la identidad nacional”, un juicio de alto riesgo a la
hora de abordar los temas de orden público.
En segundo término, cabe citar el equívoco uso que se hace del
concepto de “disuasión”, lo que en sí es un quiebre llamativo dado que
éste ha sido un elemento central en nuestra política de Defensa. La
ENSYD señala que “…las clásicas funciones de disuasión y defensa pasan a
ser el piso estratégico del potencial militar de Chile”. Así como una
sección relevante del documento se preocupa de establecer la necesidad
de un “piso” para el gasto militar, pareciera que esto se extrapola
también al quehacer de las Fuerzas Armadas. Este “piso estratégico”
estaría orientado a reforzar la tesis que la Defensa, en su visión
clásica, ha quedado superada por la seguridad ampliada y, por ende, por
una pretendida competencia militar en asuntos internos.
El sentido dual del “piso estratégico” no puede ser más
desafortunado, toda vez que liga una supuesta necesidad de una
Estrategia de Seguridad Nacional a una revisión de roles sectoriales o
corporativos.
Esta breve relación de elementos conceptuales, imprescindibles para
este debate, vuelven a nuestra pregunta original: ¿qué hacer con la
ENSYD? La pregunta sigue abierta y su sola formulación da cuenta que
esta iniciativa, que debería haber sido diseñada con sentido de Estado,
está lejos de cumplir con condiciones mínimas.
La militarización de la Estrategia Nacional implica un retroceso
gratuito no sólo para el país, sino también para las propias Fuerzas
Armadas. La proyección del documento, en un horizonte de doce años, sólo
contribuye a establecer condiciones para un Chile “securitizado”, pero
no necesariamente más seguro. En este escenario pareciera sensato y
saludable preocuparnos más por la seguridad democrática que por la
seguridad “in abstracto”, sobre todo cuando esta última se construye
sobre una arquitectura que refleja una realidad aún lejana a la
experiencia nacional y bajo el interés de unos pocos.