miércoles, 8 de diciembre de 2010
los incentivos del ministro de Educación son insuficientes
los incentivos del ministro de Educación son insuficientes
La característica central de las propuestas del ministro Lavín, tendientes a dar un vuelco en nuestro actual sistema educacional, se caracterizan por muchas, todas aisladas unas de otras y completamente carentes de un plan estructural que pudiera dar inicio a una necesaria revolución educacional. En gran parte, este famoso “cosismo” de Lavín está inspirado en una concepción neoliberal de mercado que informa toda su visión filosófica de la educación.
En esta pócima de remedios homeopáticos hay de todo: medidas extemporáneas y torpes, como el famoso “semáforo”, que no hace más que estigmatizar a los colegios y familias más pobres; tampoco fue muy acertada la propuesta de los cincuenta colegios emblemáticos – que hoy se han reducido a veinticinco – pues vuelve a dividir, ignominiosamente, a los “mejores” alumnos, respecto a aquellos que tienen carencias culturales y socioeconómicas – en el fondo, los resultados educativos coinciden con la división de clases existente en una región o comuna – .
Si comparamos el activismo del ministro de Educación con la incapacidad de sus antecesores en el Ministerio, que muy poco hicieran en pro de la calidad de la educación, Lavín logra dar la impresión de una voluntad de cambio que podría engañar a los encuestados, que le otorgan un alto porcentaje de aceptación, pero la verdad es que muestra más fuegos de artificio que realidades.
Hay consenso en el sentido de que uno de los elementos centrales del cambio educacional dice relación con el rol del profesor y, también, de los directores los establecimientos, que deberán jugar un rol de liderazgo educativo. Joaquín Lavín propone incentivos a fin que los mejores alumnos, egresados de educación media, elijan la carrera de pedagogía, dentro de los cuales están la gratuidad de la carrera para aquellos que obtengan 600 o más puntos en la PSU; el mismo beneficio, más $80.000 de beca mensual para los de 700 puntos; para los que postulen con 720 o más se agrega seis meses de pasantía en el extranjero.
En esencia, cualquier incentivo para lograr los mejores puntajes en las carreras pedagógicas carece de sentido si a esta medida no se agrega una verdadera carrera docente y la dignificación del profesor que exige, al menos, sueldos acordes con los de otras profesiones – ingeniería, medicina, y otras – además de tiempo otorgado a los docentes, durante su horario de trabajo, para la preparación de clases, coordinación con los demás docentes y actualización de conocimientos.
Por lo demás, está comprobado que la PSU no es un buen predictivo educacional: tiene poca relación con lo que va a ocurrir en la carrera universitaria, que exige conocimientos y habilidades muy distintos que aquello que pretende medir esta prueba. Sería mucho más justo la aplicación de los resultados de los dos últimos años de enseñanza media para optar a los beneficios anunciados por el ministro. Por lo demás, la profesión de profesor se diferencia de las demás por la exigencia de una vocación que no se puede medir por pruebas de carácter cuantitativo.
Los resultados de las pruebas de las últimas de PSU demuestran un sesgo clasista, claramente marcado: quienes obtienen mejores resultados son, en general, los alumnos de colegios privados que, muy difícilmente, aún con incentivos, optarían por carreras pedagógicas; el puntaje medio de quienes estudian pedagogía es de 500 puntos y no es su primera opción – sólo el 0,3% obtiene más de 700 puntos en dicha prueba- 480 promedio, en las universidades del Consejo de Rectores y 420, en las universidades privadas.
Las principales falencias de los profesores que egresan de las carreras pedagógicas no sólo están en las metodologías y estrategias de aula, sino también, y fundamentalmente, en los contenidos de las materias que enseñan – quien domina la ciencia o la materia que deben aprender los alumnos, por lógica, debiera tener buenos resultados de aprendizaje – ocurre que los docentes están muy desactualizados y tienen pocas posibilidades de estar al corriente de los avances en las disciplinas que son de su competencia, como docentes.
Una reforma de las carreras pedagógicas supone un cambio de contenidos y de competencias docentes, a lograr en los años de estudio de su carrera. Pienso en el caso de la historia, en que la formación de un buen profesor supondría una verdadera inquietud lectora, incluso una aproximación a los métodos de investigación historiográfica, a fin de que el docentes sea capaz de transmitir e incentivar en los alumnos espíritu crítico, curiosidad, capacidad de comparar y asociar y, sobretodo, inculcar hábitos de lectura que, en la actualidad, carecen tanto profesores, como alumnos.
Como lo hemos manifestado en otras ocasiones, todas estas reformas carecen de sentido si los colegios continúan en manos de las municipalidades, si la subvención por alumno continúa siendo de $38.000 y no de $150.000, como corresponde; cada profesor debe tener, como máximo, 20 alumnos por sala de clase; una digna carrera docente, que asegure la estabilidad del profesor y su continuo perfeccionamiento, además del sueldo equivalente a cualquiera otra profesión; por último, directores dotados de liderazgo democrático. Para lograr estos mínimos objetivos es necesario pasar, de una educación del mercado a una liberadora.
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