El Premio Nacional de Ciencias Exactas 2013, Manuel del Pino,
reflexiona sobre la importancia de la difusión científica hacia la
comunidad. "Los jóvenes obtienen motivación de nosotros y tienen pocas
oportunidades de vernos, escucharnos, sentir que los científicos somos
personas comunes y corrientes que tuvimos oportunidades y motivación
especial,y que la clave es el trabajo duro, la pasión, no la
genialidad", expresa.
Benjamin Franklin (1706-1790) Político, científico e inventor estadounidense.
Se me solicitó escribir algunas líneas sobre la importancia de la
divulgación científica, entendida esta como la comunicación del
contenido de nuestras áreas y logros en investigación al público en
general, y muy especialmente a los más jóvenes.
La relevancia de esta actividad es evidente al sentido común. Por una
parte, se trata de contribuir a una sociedad más culta y sensible a los
avances en el conocimiento científico y tecnológico, por otra, motivar e
incentivar a aquellos jóvenes con talento, curiosidad y ganas de
descubrir lo aún no develado, a dedicarse a la Ciencia. Estos propósitos
tan sencillos de enunciar se constituyen en un desafío complejo, tanto o
más que desarrollar nuestra disciplina.
Es también de sentido común en los tiempos que corren, que como
comunidad científica, fundamentalmente financiada por fondos estatales,
es deseable y necesario que comuniquemos “a los contribuyentes” lo que
hacemos, y convencer de aquello que profundamente creemos la mayor parte
de los que dedicamos nuestra vida a esta actividad: que el cultivo de
las ciencias básicas y aplicadas en un país que aspira en algún día no
tan lejano a ser parte del llamado primer mundo, es una contribución
esencial al desarrollo del capital intelectual del país. Inversión que
como bien sabemos es un trabajo de relojería, lento y silencioso.
Estos conceptos son de perogrullo para muchos de nosotros, pero no
necesariamente para el público, ni para aquellos que toman decisiones
económicas sobre nuestro sistema nacional de investigación, ni siquiera
es evidente para nuestros estudiantes. Divulgar la ciencia y la
tecnología, los pasos de hormiga que damos -que modestos y todo son una
contribución al conocimiento de la humanidad, también al país- es una
tarea difícil.
Asumamos que es así. Reconozco que a lo largo de media vida dedicado a
la investigación en matemáticas, es poco o nada lo que he hecho al
respecto. La reciente distinción que me entregó el país, me ha hecho
sentir cuan necesario es este “retorno”, en buena medida una
responsabilidad de nuestra comunidad científica hacia la sociedad.
Por mi falta de experiencia en las lides de la divulgación, a
diferencia de muchos científicos en Chile que han hecho un trabajo
notable en esta dirección, me creo el menos adecuado para hablar de este
tema. Soy un matemático puro, mi investigación se inscribe en el
ámbito de la ciencia básica, y sus resultados específicos no son fáciles
de comunicar eludiendo lenguaje técnico. He presentado muchas veces mi
trabajo a audiencias de pares, de mayor o menor sofisticación en mi
área. He hecho en más de 30 años una infinidad de clases, en cursos
universitarios básicos y avanzados. Pero divulgación a audiencias
generales, poco o nada. Y siento que podría haber hecho bastante más.
Lo que quisiera contarles, es un par de experiencias muy enriquecedoras que provinieron de la petición de programas de Explora
de dar charlas a grupos masivos de jóvenes en las últimas semanas. En
el contexto de la “semana de la ciencia y la tecnología” hablé a una
audiencia de unos 200 jóvenes de 4º medio “matemático” del Instituto
Nacional. Insistí en hacerla ahí porque ese liceo emblemático fue mi
primera alma máter. En esa instancia vi en las caras adolescentes gran
interés de asimilar lo que contaba. Intenté transmitir cómo ecuaciones
similares modelaban fenómenos muy diversos, físicos, biológicos. La
historia tan humana y llena de intrigas políticas de la solución de la
conjetura de Poincaré, uno de los 7 “problemas del milenio formulados
por el Clay Institute en 2000, emulando los 23 problemas de Hilbert de
1900, íconos de la matemática del Siglo 20. La portada de Science
en 2006, revista que suele ignorar a la matemática, calificando esa
demostración como “the scientific breakthrough of the year”. La historia
-folclor matemático para aliviar nuestro complejo de inferioridad
frente a las ciencias que directamente buscan explicar la naturaleza- de
que no tenemos premio Nobel por un enredo de faldas en que un
matemático sueco famoso habría sido desafortunado protagonista frente a
Nobel. La Medalla Fields, nuestro pobre sucedáneo a este premio, que
para peor condena a la irrelevancia a los que pasan los 40 años.
Perelman, el ruso asceta y ermitaño que demostró la conjetura de
Poincaré, y rehusó todo honor, medalla Fields y el millón de dólares
del Clay Institute incluidos.
Las preguntas de los jóvenes muchas, algunas punzantes. La
fascinación con el tema, bastante. Profesores me preguntaron
públicamente mi opinión del ranking de notas, de qué le faltaba o
sobraba a los programas matemáticos de enseñanza media. Me di cuenta que
ellos, los profesores, también quieren nuestro feedback, y
definitivamente podemos entregarlo.
La segunda de estas experiencias fue una charla en el “campamento
Chile Va”, también una amplia audiencia de muchachos y muchachas de 3º
medio, de colegios municipales de muchas comunas de Santiago, y
alrededor de la mitad provenientes de Magallanes, que mostraban gran
motivación, un deseo de comprender lo que hacemos los matemáticos, como
vivimos, cómo llegamos ahí, preguntas de notable fineza intelectual en
su pureza, que fue una experiencia extraordinaria.
Lo que quisiera transmitir es que los jóvenes obtienen motivación de
nosotros y tienen pocas oportunidades de vernos, escucharnos, sentir que
los científicos somos personas comunes y corrientes que tuvimos
oportunidades y motivación especial, y que la clave es el trabajo duro,
la pasión, no la genialidad. Que al matemático le motiva desde siempre
la belleza del objeto, de una argumentación hermosa, de un
descubrimiento. Placer estético, como el arte o la música.
Los científicos podemos complementar lo que transmiten los
profesores. Es complejo de describir el proceso, que tiene que ver con
el valor de las clases presenciales, sobre todo las dialogadas; el
contacto humano no se reemplaza aún por recursos informáticos. De la
casuística que relato, me quedó no sólo una emoción especial, sino la
sensación de que el material humano sensible, deseoso de comprender, de
maravillarse, de descubrir, está ahí, en los jóvenes, y que nuestro rol
en guiarles puede ser relevante, y en distintos ámbitos podemos
contribuir. Me excuso ante los colegas que conocen ya las sutilezas de
este hermoso camino. Mi conclusión personal es que sin duda todos
nosotros tenemos mucho que aportar en él.